martes, 31 de enero de 2012

"DE VIDAS AJENAS": BUSCANDO LAS RAICES DEL DOLOR Y DEL DESAGARRO


De vidas ajenas
Emmanuel Carrère
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, 260 páginas.

En pocas ocasiones como en esta se hace preciso un acercamiento a la génesis de esta novela, De vidas ajenas. Lo demanda la naturaleza non ficcional de la misma y las profundas raíces de dolor real que la generaron y de las que Emmanuel Carrère fue testigo. El mismo escritor francés, que se consagró como narrador, acercándonos la figura criminal de  Jean-Claude Romand en su novela El adversario, reconoce que en De vidas ajenas narra experiencias vitales de gran dureza, pero que las encaró con cierto confort psicológico porque le amparaba la legitimidad. Todo lo que aquí narra Carrère es absolutamente verídico. La certeza y la claridad de la vida frente a la brutalidad de la muerte transformaron al escritor hasta permitirle narrar a corazón abierto todo aquello que contempló: dos dolorosas muertes.
Emmanuel Carrère es escritor, guionista y realizador de cine y televisión. (Con el título D’autres vies que la mienne y dirigida por Philippe Lioret acaba de adaptar su novela al cine). En el año 2004 se encontraba de vacaciones con su esposa en Sri Lanka. El matrimonio hacía aguas, pero allí fueron testigos del brutal desbordamiento de otras aguas: las del tsunami que arrasó el Sudeste Asiático. Ellos estaban a salvo en su hotel, pero vieron de forma muy directa la hecatombe y la desgracia de una pareja de compatriotas cuya hija de cinco años había sido tragada por la ola. Y les acompañaron en su recorrido por las diferentes morgues del país para encontrar el cadáver. A los pocos meses, ya de regreso en Francia, otra ola: Juliette, la hermana de su mujer fallece víctima de un cáncer. En esos momentos, un familiar le propone relatar esas historias, pero le pareció “obsceno y fuera de lugar”. Sin embargo visitó a un juez Étienne, amigo de su cuñada, que en su juventud también había padecido un cáncer que le provocó la amputación de una pierna. El juez le habló de su amistad con su cuñada, del trabajo en común y de las experiencias de la enfermedad y le convenció de que todas esas experiencias extremas debían ser contadas.
Fue Susan Sontag quien postuló el requisito de la necesidad para la literatura. De vidas ajenas cumple con esa exigencia más allá del cien por cien y en todos sus polos o centros de interés narrativo. Y cumple porque todo eso aconteció y Emmanuel Carrère lo cuenta de forma objetiva y honesta.
La catástrofe natural, el gigantesco tsunami en Sri Lanka fue algo que pasó. La ola arrastrándolo todo, la pareja francesa que presencia la desaparición de su hija entre miles de muertos. Sin poder hacer nada. Y el escritor y su esposa Hélène, sintiéndose débil ante una experiencia que les unirá: “Estuvimos un largo rato frente  a  frente, bajo el débil chorro de agua. Sentíamos frágiles nuestros cuerpos. Yo miraba el de Hélène, tan hermoso, tan aplastado por la fatiga y el pavor. Yo no sentía deseo, sino una piedad desgarradora, una necesidad de cuidarla, de protegerla, de conservarla. Pensaba: hoy podría estar muerta. Hélène me es preciosa. Preciosísima. Quisiera que un día sea vieja, que su piel sea vieja y desvastada y seguir queriéndola” (página 58).
Pero la mayor parte del libro está consagrado, a través de los testimonios de las personas próximas, a recuperar a su cuñada y su especial relación profesional y amical con un colega, con Étienne. Ambos jueces, ambos compartiendo una cojera secuela de sendos cánceres sufridos en sus juventudes, ambos apasionados por la justicia, una pasión nada revolucionaria. Simplemente luchaban a favor de la gente con problemas de crédito y sobreendeudamiento, para construir una sociedad un poco más justa. Hasta que surge otra vez la catástrofe. Esta vez una catástrofe íntima: el cáncer que de nuevo hace que Juliette, con poco más de treinta años y madre de tres niñas que todavía no habían alcanzado la adolescencia, comience a morirse.
Emmanuel Carrère narra este veloz deslizamiento hacia la muerte no como una historia triste, aunque no aporte esperanzas ni existan referencias a la fe religiosa. Pero su escritura,  a la vez que supone un estremecedor acercamiento antropológico a la manera occidental de asumir la muerte, ensalza la vida que late con fuerza por debajo de ese río imparable que es el morir. Por eso al concluir la lectura de este texto, sentimos el confort y la alegría ante la parte de felicidad de la que nos hemos podido apropiar, sin dejarla escapar.
Al leer la relación profesional y de amistad entre la pareja de jueces, una relación no amorosa, exclusivamente amical y su pasión “no revolucionaria” por la justicia, me resulta imposible impedir que en mi memoria surjan las palabras con las de Jorge Herralde, director y editor de Anagrama, definió a estos dos jueces: “santos laicos”. Es aquí donde la novela cobra una indudable dimensión social y política. La pasión de ambos jueces por la justicia, vinculada quizás a las injusticias que ellos habían sufrido y a la constatación de cómo las grandes entidades crediticias engañaban a la gente sencilla. Por eso los dos eran capaces de consagrar decenas de horas para demostrar que los intereses y penalizaciones practicadas por algunos bancos sobrepasaban el límite de la usura y que aquella manera de sangrar a la gente no solo era inmoral, sino también ilegal. Y todo ello sin ser nada extravagantes  ni jueces estrella. Simplemente aspiraban a un mundo en el que se tenga derecho a violar la ley y a hacerla respetar como jueces. Absoluto liberalismo, como comenta Étienne.
D vidas ajenas no es una novela siniestra, pero si espeluznante y al mismo tiempo estimulante. Un libro sobrecogedor que profundiza en la tragedia y en el dolor pero huye de la sensiblería y de los recursos lacrimógenos. De la lectura de este texto non-fiction, desnudo y sin efectivismos, pero escrito con gran vitalidad narrativa y que se sirve de los más eficaces recursos ficcionales para contar hechos reales, brota la misma experiencia que el psicoanalista y “canceroso” Pierre Cazenave extrajo de su arte: “una solidariedad incondicional con la congoja insondable que entraña la condición humana”
Francisco Martínez Bouzas

Emmanuel Carrère




Extractos

“(…) Hombres, mujeres, niños, ancianos, nativos y occidentales, con el rostro enmarcado, deteriorado, tumefacto y los ojos abiertos o cerrados, desfilaron decenas, la pantalla dedicaba unos segundos a cada foto y después, automáticamente, pasaba la siguiente, y por fin apareció la de Juliette. Hélène estaba al lado de Jérôme. Le vio mirar la foto de su hijita muerta. Vio cómo la miraba. Cuando otra foto sustituyó a la de Juliette, Jérôme enloqueció. Se precipitó sobre el ordenador, pidió a gritos que volviese atrás. El empleado pulsó el ratón y consultó la ficha que acompañaba a la foto: Juliette ya no estaba allí, la habían trasladado la víspera a Colombo. Su foto fue reemplazada de nuevo y Jérôrome sucumbió de nuevo al pánico y le pidió que volviera atrás: no conseguía separarse de la pantalla ni aceptar que Juliette desapareciera. El empleado pulsó varias veces seguidas para detener el desfile automático. Jérôme miraba ávidamente la cara de su hija, sus cabellos rubios, los tirantes del vestido rojo sobre los hombros redondos y bronceados. Cada vez que aparecía una nueva foto suplicaba: again! Again, again”.
…..

“(…) Habló de la justicia, de la manera como Juliette y él administraban justicia. En el tribunal de Vienne se ocupaban sobre todo del derecho al sobreendeudamiento y del derecho a la vivienda, es decir, de asuntos en los que existen pudientes y desposeídos, débiles y fuertes, aunque a menudo es más complicado (…) Étienne decía que a Juliette no le habría gustado que dijeran que estaba del lado de los desheredados: sería demasiado simple, demasiado romántico, sobre todo no sería jurídico, y ella se obstinaba en ser jurista. Ella habría dicho que estaba en el bando del derecho, pero llegó a ser, los dos llegaron a ser virtuosos en el arte de aplicarlo realmente. Para ello eran capaces de consagrar decenas de horas al estudio de un plan de reembolso, a descubrir una directiva en la que otros nunca habrían pensado, capaces de apelar al Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (…) Sus sentencias fueron publicadas, discutidas, violentamente atacadas”.
…..

“(…) Le pidió que le llevara en coche a casa de Aurélie, que también vivía en Sceaux, y que pasara a recogerle más tarde. Salía con Aurélie desde hacía dos años y habían tenido juntos su primera experiencia sexual. Ella era muy bonita, muy fina, y él todavía piensa hoy que muy bien podrían haberse casado. Se acostaron en la cama y él le dijo: el lunes van a cortarme la pierna, y por fin rompió a llorar. Mientras iba anocheciendo, se quedaron horas abrazados, o más bien él permaneció en los brazos de ella, que le estrechaba con todas sus fuerzas y le acariciaba el pelo, la cara, el cuerpo entero, quizá hasta la pierna que pronto ya no existiría. Ella le decía en voz baja palabras tiernas, pero cuando él le preguntó si le seguiría queriendo con una sola pierna, ella fue honesta: no lo sé”
…..

“(…) Hubo aún otro silencio y luego Juliette dijo que no quería que la desposeyeran de su enfermedad, como habían hecho a los dieciséis años. Sus padres habían puesto todo su amor, toda su energía, toda su ciencia para protegerla, si hubieran podido habrían sufrido el cáncer en su lugar, pero ella ya no quería que otros sufrieran por ella. Quería vivirlo plenamente, hasta la muerte, si es lo que la esperaba al final, como parecía probable, y contaba con Étienne para que la ayudase”

(Emmanuel Carrère, De vidas ajenas, páginas 46-47, 88, 110, 214)

EL SEÑOR BORGES Y SU FIEL MUCAMA



EL SEÑOR BORGES Y SU FIEL MUCAMA

El señor Borges
Epifanía Uveda de Robledo / Alejandro Vaccaro
Edhasa, Barcelona, 164 páginas
(LIBROS DE FONDO)


En el mes de mayo de 2004, en una sesión del Senado argentino, estaba previsto que el entonces vicepresidente Daniel Scioli le entregase una distinción a Epifanía Uveda de Robledo, en reconocimiento de su dedicación de más de treinta años a Jorge Luis Borges. Sin embargo, el acto fue suspendido a última hora porque la viuda del escritor, María Kodama, intervino para evitar que tuviese lugar el homenaje a la criada de Borges así como la presentación del libro que acababa de escribir, Señor Borges, memorias de su vida con el escritor. Epifanía Uveda de Robldo no es otra que Fanny, la fiel sirvienta que trabajó en la casa de Borges desde 1950 y que fue despedida en 1986, cuando el escritor argentino más internacional se estableció en Europa junto con María Kodama.
Fanny fue la fiel servidora, la mujer que, con excepción de su madre, Leonor de Acevedo, mejor conocía al escritor. En septiembre de 2003 la Cámara Federal Argentina absolvió a Fanny de la demanda por difamaciones interpuesta por María Kodama, que no sale bien parada en este libro que Edhasa edita ahora para España. Ni tampoco en las declaraciones que en 2002 la fiel mucama había hecho a la revista Loft, en las que da fe de que Borges había muerto siendo virgen, que se casó con Elsa Astete Millán por sugerencias de su madre  (“Georgie por qué no te casas, así no te quedas solo cuando yo me muera”), y que no mantuvo relaciones sexuales con ninguna mujer porque el solo hecho de pensarlo le producía pánico. Fanny recuerda lo que doña Leonor le dijo a Elsa momentos antes  de la ceremonia del matrimonio. “Mira que Georgie no quiere compartir cama”. A lo que la prometida respondió: “Yo se como llevarme un hombre a la cama”. Fanny tiene la seguridad de que en este matrimonio, lo mismo que en el contraído con su última mujer, María Kodama, Borges jamás mantuvo relaciones sexuales. Recuerda también Fanny que, en su vulnerabilidad de ciego, vivió sometido a la codicia y a la crueldad de María Kodama que le amenazaba constantemente con abandonarlo.
Al hilo de los recuerdos trasladados a la escritura por el ensayista Alejandro Vaccaro, El señor Borges, permite que nos sumerjamos en la cotidianeidad  de la vida de Borges, e sus fobias y en sus filias. Una forma complementaria de penetrar en el apasionante mundo borgeano, un mundo no solamente repleto de  escondrijos literarios, de eruditas citas bibliográficas, sino también de humanidad. Fanny recorre todos los contornos del Borges íntimo: la vida diaria; la rutinaria e inútil espera anual por el premio Nobel. Año tras año, en efecto, se repetía la misma rutina. Borges siempre era el eterno candidato al Nobel de Literatura. Pero también año tras año, la negativa a otorgárselo se convertía en la noticia del día. Ni siquiera fue posible el último año: “La última vez, que por supuesto tampoco le dieron el premio Nobel, se juntaron un montón de periodistas pensando que ese año se lo iban a dar. Hacían guardia durante todo el día y entonces, cuando llegó la noticia, empezaron a decir que no, que no se lo habían dado y el señor se puso muy mal. Él pensaba que si, que ese año se lo iban a dar, porque sentía que él merecía ese premio... Pero había uno que mandaba más en es parte del mundo y dijo: mientras yo viva Borges no va a ser el premio Nobel. El señor se puso muy triste”. La alegría cuando en 1979 le conceden en España el premio Cervantes que Borges interpreta como la coronación de su vida. El absurdo casamiento con un final previsible en  1967 de un hombre de sesenta y ocho años, de un hombre no habituado a los cambios. El dolor por la muerte de la madre. La inutilidad del escritor para la vida material de cada día. Su conocida opinión sobre el fútbol: “Los que juegan al fútbol parecen estúpidos, todos corren detrás de una pelota. Sería mucho mejor darle una a cada uno”. Las amistades y las mil anécdotas que jalonan la vida del escritor, los disparatados sueños borgeanos, sus frágiles comidas, sus manías a la hora de escoger la ropa. La “plata” que Borges guardaba entre los libros. El misterio de los cambios radicales en los últimos meses de su vida. La presencia “de esa piel amarilla que se va a quedar con todo”
Epifanía Uveda de Robledo
El libro de Epifanía Uveda y Alejandro Vaccaro nos estimula para releer a Borges, iluminados por otra luz: la de su humanidad. Y al mismo tiempo nos descubre y nos muestra a Fanny, la mujer fiel y discreta que tanto quiso y tanto honró a Borges sin haber leído ninguno de sus libros, como ella misma confiesa. Fluyen los recuerdos de una forma incontenible en este libro cálido y acogedor y nos permiten comprender la personalidad de Borges, la humanidad de aquel sabio que, cuando le preguntaron: “¿usted es Borges?” , respondió ciego pero con los ojos claros: “A veces”

Francisco Martínez Bouzas

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Fragmentos

Si bien Borges descreía del matrimonio como institución, ya que lo consideraba un triste destino para la mujer, esto no lo amilanó para proponerle enlace a más de una (Concepción Guerrero y Estela Canto entre otras). Sus relaciones con las mujeres no se caracterizaron precisamente por haber sido duraderas y dejan la sensación, después de haberlo escuchado hablar sobre el tema, de que en la mayoría de los casos sus deseos amorosos no fueron correspondidos.
Sin embargo, al promediar los años sesenta Borges encontró la mujer que lo llevaría hasta el Registro Civil para aceptarla como matrimonio y en esto tuvo una activa participación su madre.(…)
Jorge Luis Borges y Elsa Helena Astete Millán se casaron ante el Registro Civil de la ciudad de Buenos Aires el 4 de agosto de 1967. Para esa fecha Elsa tenía cincuenta y siete años (…) y Borges entonces ya tenía sesenta y ocho años.
(…) Se casaron por la Iglesia el día de la primavera y en realidad el clima estaba espléndido. Pero enseguida empezaron los problemas. Por la noche el señor Borges y la señora Elsa, después que se fueron los amigos que habían venido a saludarlos, tuvieron una pequeña discusión. La señora Leonor( madre de Borges),  a toda costa le insistió al señor Borges para que fuera a dormir al Hotel Dorá, con su mujer, y ella también por supuesto, pero él no quiso saber nada.
«Para eso se casó» repetía doña Leonor. Pero él no quiso ir por nada del mundo, pese a la insistencia de la madre. La señora Leonor se vistió y acompañó a Elsa hasta la parada del autobús para que se fuera a su casa en la calle Talcahuano. Entonces esa noche la acomodé la cama y se acostó a dormir como siempre. A la mañana siguiente cuando lo desperté le pregunté, con un poco de picardía, cómo le había ido la noche de bodas. Me miró, se sonrió y me dijo: «Soñé toda la noche que iba colgado a un tranvía. Fíjese el sueño raro que tuve.»
Fanny esboza un gesto risueño al recordar la anécdota. Borges era un hombre desacostumbrado a los cambios y ciertas rutinas de la vida cotidiana le daban seguridad.”(…)
“Doña Leonor era una buena señora, pero muy autoritaria. Fue la mamá y la hermana las que arreglaron el casamiento porque él nunca dijo nada, no sabía nada. (…) Le compraron los muebles, le compraron el departamento, todo lo compró la señora Leonor. (…) El departamento era hermoso, con una habitación muy grande y luminosa para el matrimonio pero el señor Borges le dijo a la madre: «No, yo quiero  mi habitación con mi cama». Así que tuvimos que arreglar una habitación para él, con su escritorio y con sus cosas. Entonces Leonor le dijo a Elsa: «Georgie no quiere cama de matrimonio». Ella dijo que no le importaba, que sabía cómo atraer a los hombres a la cama. Todo lo arreglaban entre ellas”