viernes, 27 de abril de 2012

"EL ASIENTO DEL CONDUCTOR", UNA COMEDIA QUE SE TRANSFORMA EN THRILLER


El asiento del conductor
Muriel Spark
Traducción de Pepa Linares
Prólogo de Eduardo Lago
Contraseña Editorial, Zaragoza, 2011, 127 páginas.


Precedida de un buen prólogo de Eduardo Lago, que nos proporciona las claves biográficas y literarias de Muriel Spark, una escritora muy poco conocida en España, Contraseña Editorial pone  a disposición del lector una novela corta, cuya proteica y perturbadora trama se ajusta a las intenciones de la escritora escocesa:”aterrorizar deleitando”. Una rápida aproximación a la figura de Muriel Spark, permitirá hacer más familiar la figura de Muriel Sarah Camberg, que firmó su obra escrita con el apellido de su esposo. Nacida en Edimburgo de padre judío y madre anglicana en 1918, falleció en 2006, a los ochenta y ocho años en la localidad Toscana de Civitella della Chiana. Un año antes, vio la luz su última pieza literaria, The Finishing School , en la que retoma las obsesiones que impregnaron su literatura: la envidia y el proceloso mundo de los internados. En 1938 se casó y con su marido se afincó en Rodesia. Se divorcia a los siete años y regresa en 1944 a Londres donde trabajó en el contraespionaje británico de forma muy eficiente. Fue allí donde conocería a Graham Greene que le brindará su apoyo en un momento de profunda crisis  existencial y de salud. En la década de los setenta se trasladó a vivir a Italia que, desde entonces, se convierte en epicentro de su vida. Primero en Roma y al poco tiempo en la localidad Toscana, donde le sobrevino la muerte.
Su universo literario es inclasificable, debido a su diversidad temática, pero todo él, está tamizado por su tendencia a amalgamar lo trágico con lo cómico y lo grotesco. Entre sus obras más representativas cabe destacar La plenitud de la señorita Brodie (1961), The Finishing School (2004), Curriculum Vitae (1993) y por supuesto El asiento del conductor (1970). La mirada fría e intelectualizada de Muriel Spark pone en evidencia el lado más obscuro y absurdo del comportamiento humano, señala el prologuista Eduardo Lago. Sus novelas rebosan de acontecimientos y crímenes que la escritora narra en un tono indiferente y sin emitir juicios puritanos acerca del bien y del mal, porque es consciente de que Dios no pone orden ni justicia en el mundo narrativo. La omnisciencia divina nada tiene que ver con la omnisciencia ficticia de la novela.
El territorio narrativo en el que mejor se mueve Muriel Spark, es el de la media distancia, en la que una prosa rápida y precisa no deja nada sin diseccionar. El asiento del conductor es su perfecto paradigma. Una enigmática narración, cuyo final nada tiene que ver con lo preanunciado al comienzo, da cuenta de su competencia y nos introduce en esa casa encantada, ajustada definición de John Updike de la narrativa de Muriel Spark. Novela negra, rebosante de intriga y tensión que destroza las pautas canónicas del género y nos enfrenta con unos personajes perturbados y una trama inesperada, en la que la autora rompe las expectativas del lector con el que juega mediante con un intratable sentido del humor.
Es preciso dejar al margen nuestros conceptos tópicos de asesinos y víctimas, ya que en El asiento del conductor nada es lo que parece, hasta el punto de que la supuesta víctima, a la que percibimos como cebo propiciatorio de algún perturbado asesino, se metamorfosea a lo largo del relato de tal modo que, en la mente lectora, surge la convicción de que es ella la verdadera asesina. Una asesina que actúa de forma vicaria y, tras su deambular por la ciudad, encuentra al que resulta ser su verdugo.
La narración da comienzo de forma a la vez grotesca e hilarante. Iniciamos la lectura y nos quedamos boquiabiertos, al igual que los dependientes de la tienda que vende vestidos a prueba de manchas, ante el excéntrico comportamiento de Lise, la protagonista. Y para curar sus paranoias, su jefe la “obliga” a tomarse unas vacaciones. Embutida en vestidos psicodélicos, Lise, que sostiene no ser de ningún sitio en concreto, viaja al sur, un sur colorista y luminoso que tiene todos los indicios de ser el sur italiano.
Se ha iniciado la comedia preñada de un salvaje y sardónico sentido del humor. Así, por ejemplo, es antológica la escena de la seducción interactiva en el interior del avión entre Lise y el Iluminado Maestro macrobiótico que precisa un orgasmo diario como parte esencial de su dieta. Pero muy pronto el deleite de la farsa se transmuta en una historia de intriga y tensión, cuyo desenlace, en forma de asesinato en la penumbra de un parque, la autora no tiene reparo en revelar recién iniciado el relato de la trama. Mas nada es lo que parece y Lise no es la mujer desvalida, cosida a puñaladas por un maníaco sexual. Es ella la que ocupa el asiento del conductor, la que guía una historia, la verdadera criminal que encomienda  a otra persona la comisión de un asesinato, cuya victima será ella misma.
La comedia ha cambiado de rostro y se ha transformado en trhiller de una forma perturbadora. Y Muriel Spark ha sabido hacerlo combinando la amenidad, técnicas de entretenimiento y un estilo directo, claro y escueto. Un marco textual sutil, de fácil lectura para revelar el fondo perturbador e inquietante que se oculta en la novela. De este modo, Muriel Spark entra a formar parte de la nómina de los pocos autores que han sido capaces de anular las distancias entra las llamadas bajas y altas literaturas.

Francisco Martínez Bouzas



Muriel Spak


Fragmento

“(…)Lise desenfunda el abrecartas, comprueba el filo y la punta y comenta que no son muy cortantes, pero que servirán.
-No te olvides que es curvo.
Mira la funda grabada en su mano y, con indiferencia, deja que se le escurra entre los dedos.
-Cuando lo claves, cerciórate de tirar hacia arriba para que penetre bien.
Le hace una demostración con la muñeca.
-Te cogerán, pero te queda la ilusión de poder huir en el coche. Así que al
acabar no pierdas tiempo mirando lo que has hecho, lo que acabas de hacer.
Se tumba en la grava y coge el abrecartas.
-Antes átame las manos –dice, cruzando las muñecas-. Átalas con el pañuelo
Él le ata las manos y Lise le recuerda con voz apremiante e imperiosa que coja la corbata y le ate los tobillos.
-No –dice él, arrodillándose sobre ella- los tobillos, no.
-Nada de sexo..Puedes hacerlo después. Me atas los pies, me matas y se
acabó. Los que vengan por la mañana lo recogerán.
Pese a todo, se hunde en ella al mismo tiempo que levanta el abrecartas.
-Mátame –dice y repite ella en cuatro idiomas.
Cuando el cuchillo desciende hasta su garganta, lanza un grito. Es evidente que ha percibido has qué punto es definitivo el final. Grita y la garganta deja escapar un gorjeo cuando él la apuñala con un giro de la muñeca, siguiendo al pie de la letra las instrucciones. Después, clava donde le apetece, se levanta y contempla su obra”.

(Muriel Spark, El asiento del conductor, paginas 125-126)

jueves, 26 de abril de 2012

"GRUPO ABELIANO", UNA FICCIÓN TRANGRESORA DEL CONTRATO SOCIAL

grupo abeliano
Cid Cabido
Tradución de Sara Cid Cabido
Alianza Editorial, Madrid, 154 páginas
(LIBROS DE FONDO)


El lector que se acerca a los primeros párrafos de grupo abeliano, comprenderá de inmediato que en la novela de Cid Cabido acontecen cosas inauditas. Y si a continuación sigue leyendo y entra en el universo propio y singular e esta propuesta narrativa, en su atípica lógica, pacta con el autor y se mantiene fiel a la alianza, disfrutará con este libro como pocas veces habrá tenido ocasión de hacerlo. Su autor, Xosé Cid Cabido, o simplemente Cid Cabido es uno de los creadores de ficción más singulares del sistema literario gallego, padre del “Evidencialismo”, uno de los pocos movimientos literarios “made in Galicia”. Panificadora fue la primera novela evidencialista, “una novela evidencialista de clase”. De la misma forma grupo abeliano es preciso interpretarla dentro de las coordenadas del evidencialismo que no es ciertamente una colectánea de “paridas” , más o menos risibles, sino una forma de escritura que, subrayando de forma humorística y corrosiva lo que se oculta, tiene que ver con el desenmascaramiento social. Escritura por supuesto nutrida de evidencias de las que grupo abeliano es una excelente muestra, que debemos situar, en su plano diegético, en el universo propio de la novela y en la peculiar dialéctica narrativa de su autor.
Con relación a ese plano diegético, las 154 páginas de esta “novela larga de tipo breve” deberían producir en el lector una de las sensaciones más exultantes y divertidas que se pueden experimentar, como ya quedó apuntado. Este libro encierra en su mundo ficticio una historia revolucionaria, por ser absolutamente imprevisible, como diría Alain Badiou, y porque quebranta -y para colmo de forma exitosa y a la luz del día- nuestras convenciones sociales más sagradas. Una acción revolucionaria  y desconcertante, narrada en la bruma de una cierta incerteza y que tiene éxito sin que haya respuestas, como si los poderes establecidos quedasen paralizados ante tanto atrevimiento paradójico.
La trama argumental de la novela narra seis o siete días -tampoco esto queda claro- en la vida de un grupo definido por el anonimato e por la conmutatividad entre sus miembros.Seis o siete días vagando por las calles y durmiendo en cualquier cama prestada de una ciudad cualquiera y, como dije, actuando contra toda norma social. Se trata de un grupo indefinido, seis o siete hombres a los que alguna vez se les junta una rara lavandera, nombrados únicamente por la acción. En la novela, en efecto no hay nombres sino expresiones que remiten a acciones (“Aquel de nosotros que tiene el vicio de consumir cigarros puros”, “El de nosotros que destaca por su fuerza de convicción”…). En el interior del grupo funciona una solidariedad preconsciente e instrumental, especialmente a la hora de actuar, mas no como una forma de contestar el mundo de islas de la modernidad, porque en las acciones del grupo no existe ningún plan, se dejan llevar por la intuición. Todos andan al unísono sin haberse puesto de acuerdo, convencidos de que se puede sobrevivir sin programaciones previas, sin ninguna filosofía, excepto ciertas ideas de grupo afianzadas en las más diáfanas evidencias. Por ejemplo, que sin trabajar no se vive, pero hay mucha gente en el mundo que  lo pasa de maravilla sin dar un palo al aire; que comer de la basura da mucho trabajo, casi tanto como trabajar, o que atracar tiene sentido porque todo cuanto nos rodea, funciona sobre esa base.
Esta lógica atípica divertirá al lector, sobre todo al comprobar que el grupo obtiene excelentes resultados actuando con un cinismo inocente. Dos ejemplos: cogen “prestado” un coche de la policía y posteriormente les parece increíble que se puedan tergiversar de tal manera las cosas que les acusen de robo. Entran en un cine sin pagar -para relajarse con la máxima relajación- y le argumentan al portero que la cinta se iba a proyectar tanto si ellos entraban como si no. Sin embargo, protestan del mal estado del film en nombre de los consumidores, que tienen sus derechos, para eso pagan, pues, si solamente se quejan de las guerras los que las padecen, estas no terminarían nunca. La ficcionalización de este comportamiento tan marginal como insólito, concluye con un final surrealista, igualmente genial. Sucede una vez lo increíble porque el caos se convierte en esta novela en cosmos. El mundo no es coherente ni incoherente. Es una nube irreducible a la irracionalidad.
Para  comprender y gozar plenamente con las “proezas” de estos personajes anónimos, que tienen únicamente una identidad grupal, práxica y verdaderamente abeliana (son conmutables entre si), quizás es necesario situarse en un dominio de inteligibilidad de la realidad distinto del clásico, basado, por decirlo de alguna manera, en el principio de la causalidad lineal. En la narración de Cid Cabido funciona un tipo de dialógica en la que se integran recursivamente loe eventos aleatorios, el orden y el desorden. Por eso mismo grupo abeliano nos recuerda los universos del absurdo, mundos kafkianos pero al revés, sin que en el relato se deje de cuestionar, como quien no quiere la cosa o de forma explícita y combativa, los poderes establecidos, llámese Telefónica, las autopistas o el modo de producción capitalista.
Poco que observar con relación a los elementos estructurales y formales de la novela. Una estructura canónica, en absoluto compleja que se desarrolla de forma lineal en una secuencia diaria. Una curva descendente de “proezas”, como prólogo del clímax del final de la narración. Un registro lingüístico alejado de todo lirismo y artificio. Cid Cabido no describe, solamente narra. Pero en mi opinión, eso precisamente es lo que exige el corazón de la historia que nos quiere contar. ¿Cómo se va a detener el relato en la descripción de ambientes y personajes cuando, por definición, la trama novelesca sucede en una ciudad cualquiera, sin espacios privilegiados y sus héroes son seres anónimos que se definen únicamente por la acción. Con otra técnica y otros recursos grupo abeliano dejaría de ser lo que es: una novela insólita, transgresora, pero cautivadora.

Francisco Martínez Bouzas



Cid Cabido


Fragmentos

“Solicitamos audiencia con el gobernador y nos la concedió, no íbamos armados, de modo que fue muy fácil superar los controles de seguridad que había en el vestíbulo.(…)
Nos sentamos ante el escritorio del gobernador, rodeando su ángulo de visión en un semicírculo de radio variable; detrás de la puerta había gente armada, eso lo sabíamos. Tal vez reconoció a uno de nosotros, que es lo que se dice un chico de buenas familias, también contábamos con eso como tarjeta de presentación.(…)
El  primero en hablar fue uno de los nuestros, quiero decir que el gobernador no inició la conversación con cualquier frase hecha; nos quedamos un momento en silencio después de tomar todos asiento, reuniendo las sillas que había repartidas por el despacho, y de repente escuchamos la voz de alguien que dijo:
   Señor gobernador, qué le parece se abandona su puesto y lo deja todo en nuestras manos.
Él no reaccionó, en apariencia, se limitó a recostarse contra el respaldo del sillón al mismo tiempo que cruzaba las manos sobre el pecho y nos observaba uno a uno con mucha serenidad.(…)
Alguien de nosotros habló de nuevo:
   Señor gobernador, recoja sus cosas y váyase. Haga el favor, abandone el Gobierno.
No sucedió nada, pero al cabo de unos segundos respondió el gobernador:
   ¿Debo entender que tienen ustedes autoridad para destituirme?
   Por supuesto, dijo uno de nosotros, con firmeza, está usted destituido, querido amigo.
Se produjo entonces uno de esos largos paréntesis de tensión que un director de cine avezado aprovecharía para sacar el máximo partido a la capacidad interpretativa de sus actores. (…)
Finalmente, el gobernador inclinó la cabeza en un gesto leve, casi imperceptible, y los hombres se retiraron.
Empleó  poco más de una hora en recoger los bártulos y al despedirse nos rogó que si encontrábamos algo suyo tuviéramos la deferencia de enviárselo a casa”
…..
Llegamos a unos minicines y estuvimos dando un vistazo a la cartelera, que, la verdad, no nos resultó muy atractiva, pero al final como no teníamos ganas de estar sentados (…) decidimos entrar a ver la película que nos pareció  menos repugnante.
El pequeño inconveniente que se nos presentó fue que el portero del cine quiso impedirnos la entrada porque decía que primero había que pasar por taquilla y pagar siete u ocho entradas, a lo cual uno de nosotros respondió que sólo pretendíamos sentarnos con la máxima relajación (ese jacket de butaca) y ver una película que de todas formas iban a proyectar tanto si nosotros entrábamos como si no, y que así también ayudábamos a crear ambiente en el cine y que siendo como era día del espectador bien podían hacer una excepción. Finalmente accedió el portero a dejarnos entrar con la condición de que al menos durante los primeros quince minutos no ocupáramos ningún asiento fuera de la primera fila de butacas..Entonces lo que hicimos fue comprar palomitas de maíz y meternos en la sala a entumecer las piernas -quinta fila por supuesto-, por otra parte la película era tan mala que algunos de nosotros aprovechamos para descabezar un largo y profundo sueñecillo. Al terminar la sesión, la lavandera y el nuestro amigo -los únicos que la habían visto entera- nos comentaron que la película podía pasar(…) . Solamente se quejaban del efecto que producía en la vista permanecer atentos noventa minutos a una imagen que no dejaba de vibrar y además estaba muy desenfocada, así que al salir se lo comentamos al portero que nos remitió al maquinista (… ) le dijimos que por aquella vez podía pasar pero que en lo sucesivo se abstuviese de proyectar copias defectuosas, o con máquinas viejas o en mal estado, porque los consumidores tenían sus derechos, y que por eso pagaban. Esto último lo escuchó el portero y se acercó al grupo para decir que ya era el colmo que después de pasar gratis aún tuviésemos la cara de protestar, a lo cual uno de los nuestros respondió que protestábamos por nosotros y por cualquiera, tanto si había pagado como si no, porque la obligación de la empresa propietaria del cine era dar las películas en buenas condiciones, cosa que el portero acabó reconociendo pero añadió que tampoco era muy razonable por nuestra parte insistir en la queja cuando los que habían pagado no habían dicho ni mu, a lo cual respondió uno de nosotros que si únicamente se quejaban de las guerras los que las padecían así se explicaba que continuase habiendo guerras, y entonces el portero se retiró y no volvió  a decirnos nada”
…..
“Sois muy jóvenes, decía Xaquín (a él se lo parecíamos), y por eso no sabéis aún lo que queréis.
Suponiendo que lo supiéramos, dijo uno de nosotros, el que mejor especula y polemiza -losdemás nos callamos y permanecimos atentos a la evolución de la charla-, suponiendo que prefiriéramos no saber lo que queremos o incluso sin querer nada, ¿en que cambia eso las cosas?
Un hombre, dijo Xaquín, tiene que hacer algo en la vida. Xaquín  no estaba influido por las nuevas corrientes de igualación hombre-mujer en el habla, o simplemente no las conocía, y por eso decía hombre para refereirse en general a cualquier persona.
¿Por qué?, preguntó el nuestro
Porque si no hace nada es un inútil.
Por definición, creo que pensé yo
¿Y qué más da?, el nuestro
¿Qué más da ser un inútil?, pero si estáis en lo mejor de la vida ( Por un momento pensé que, gustándole tanto el vino, Xaquín diría «en la flor de la vida».) Yo, en cuarenta años, no hice otra cosa que trabajar, y no me daba pereza (…)
Trabajar hay que trabajar, dijo Helena
¿Pero por qué? El nuestro
Porque si no trabajas no comes, hijo
Nosotros comemos y no trabajamos
Porque trabajan vuestros padres, argumentó Helena (…)
Estuvimos dándole vueltas a lo mismo durante un buen rato. Y ninguno de nosotros, excepto el que polemiza, intervino demasiado en la conversación, porque todos coincidíamos con lo que él estaba diciendo. Sin trabajo no se vive, ¡pero hay tanta gente en el mundo que vive de maravilla sin trabajar! De manera que nosotros decidimos, por otra parte sin haberlo comentado ni mucho no poco, esperar a que todos trabajen para sumarnos. Mientras haya quien vive mal trabajando y quien vive como un rey sin dar golpe, somos partidarios de mantenernos a la expectativa”

(Cid Cabido, grupo abeliano, páginas, 11-13, 31-32, 101-103)

martes, 24 de abril de 2012

"COMPOSICIÓN Nº 1",UN ARTEFACTO HIPERTEXTUAL

Composición nº 1
Marc Saporta
Traducción de Jules Alqzr
Presentación de Migel Ángel Ramos
Capitán Swing Libros, Madrid, 2012, 344 cuartillas sin paginar.


En el prefacio de Composición nº 1, señala su autor Marc Saporta: “Se ruega al lector que mezcle las páginas como una baraja de cartas. Que las corte si lo desea con la mano izquierda igual que una echadora de cartas. El orden en el que salgan las hojas después de hacerlo orientará el destino de X (…) Del encadenamiento de las circunstancias depende que la historia acabe bien o mal. Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito” La pregunta que de inmediato surge en la mente lectora,  no puede ser otra: ¿De qué se trata? ¿De una nueva o vieja audacia experimental, un intervención artística, una performance libresca opaca, clausurada en si misma, pero incapaz e transmitir nada, como no sea la novedosa fiebre experimentadora?
Sin duda que la caja, excelentemente diseñada en la que Capitán Swing nos presenta estas más de trescientas páginas sueltas, sin numeración, encierra algo más que una simple fiebre vanguardista que Marc Saporta concibió en el año 1962. El autor de este libro caja o artefacto hipertextual es uno de los precursores más conspicuos de los textos no lineales, de los discursos fragmentados que hoy son el gran paradigma de la literatura hipertextual en la que cada lector crea su propio libro. Marc Saporta y ahora Capital Swing Libros lo que nos ofrecen es el azar, un juego estocástico que rompe la estructura de la novela decimonónica (inicio, desarrollo, desenlace), puesta en entredicho por los escritores de Nouveau Roman -Marc Saporta es un miembro de esta corriente-  y nos introduce de lleno en el paradigma de la hipertextualidad al que nos han acostumbrado las nuevas tecnologías (un único clic sobre un enlace hace que un texto nos lleve a otro).
Otros rasgos de este libro caja puesta en manos del lector no son tan novedosos como pudiera parecer. Me refiero a su estructura fragmentaria, ensayada igualmente por el Colectivo Oulipo (Raymond Quenau, Cien Trillones de Poemas, sobre todo) por  Rayuela de Cortazar, Por Max Aub (Juego de Cartas), Italo Calvino (El Castillo de Destinos Cruzados) o el mismo Julian Ríos (Larva). A algo muy semejante remite cierta línea de cultivo filosófico: la pluralidad de conexiones que desarrollan Deleuze y Guattari, la interacción de opiniones simultáneas de las que habla Michel Foucault en El orden de las cosas, o la metodología de la descomposición (fragmentos que remiten a otros) desarrollada de Derrida.
Los cierto es que el lector tiene en sus manos no un texto lineal, sino una “baraja literaria”, cuya mezcla de páginas dará lugar a que los personajes de esta composición tengan uno u otro destino, dependiendo de esa “ars combinatoria” de la que nos habla el prologuista, Miguel Ángel Ramos.
La escritura tradicional mayoritaria nos brinda un molde que nada tiene de laberinto, ya que todos conocemos la salida: el desenlace o la última página. Marc Saporta, contrariamente, nos encierra en un sinuoso laberinto en el que hallamos historias  de Marianne, de Helga, de Dagmar, de Mamá o de Robert…, episodios escuetos que no ocupan más de una cuartilla. Acto seguido las desordenó y publicó como páginas sin encuadernar y sin numerar, dispuestas de forma azarosa.
Le compete al lector activo ordenar el libro trastornando las cartas de esta baraja literaria, siendo así la contingencia la que decide lo que el libro va a resultar al final.
De este modo, como en la cartomancia, nuestro corte y barajado de cuartillas representa un conjunto de acontecimientos. La azarosidad pues y no el orden canónico como conductor de los juegos literarios. Y hablo de juegos literarios porque las cuartillas de Marc Saporta no están habitadas por la nada, sino por una narrativa excelente en forma de breves relatos, rebosantes de agudos matices psicológicos, estampas en las que se deja sentir una inequívoca voluntad de contar, con una clara inclinación hacia el poema en prosa. Lo que diferencia la escritura de Marc Saporta lo recapitula la forma lúcidamente clarificadora el prologuista: “El libro de Saporta propone una liberación de lo encuadernado hacia el sorteo, creando una suerte de contrainte oulipina, una nueva regla de juego que al desestabilizar el tablero non obliga a reconsiderar, revisar lo que posee un exceso de naturalidad previsible. Poner entre comillas cualquier continuidad, poner en cuestión cualquier regla inherente al juego desde el juego mismo”

Francisco Martínez Bouzas



Marc Saporta


Fragmentos

“MARIANNE, una joven casada, enervada bajo sus velos, vuelve del altar entre la doble fila de amigos y parientes. Tropieza y durante un instante apoya todo su peso sobre el brazo que la sujeta. Después se endereza, con la mirada perdida en la puerta que debe alcanzar y avanza con pasos rígidos, como un soldado mecánico en el desfile de juguetes del trágico cuento de Andersen.
Su mirada surge de sus ojos negros como un trazo. La bajada de la iglesia es interminable. Deseaba ese matrimonio con avidez, pero el resultado no parece haber satisfecho esa especie de ferocidad de la que se ha valido para conseguir sus objetivos. Tal vez piensa ya en las consecuencias de una unión conseguida mediante amenazas mezcladas con un intento de suicidio como chantaje (…)
A su paso, los invitados se esfuerzan por sonreír, pero la alegría se paraliza, y los comentarios cesan al ver a esa joven afeada por la tensión. No queda ya nada ni de la elegancia natural, ni del paso ligero que constituyen el encanto habitual de Marianne.
Suiza se extiende ante el pórtico abierto de par en par. El sol rebota sobre el porche blanco y salta al rostro. Los fotógrafos hacen su trabajo. Marianne fija un rictus que le frunce los morros como si fuera a tener que pelearse por una presa; pero, al parecer, ya sabe que la presa se le va a escapar, que otros se la arrancarán”.

…..

“DAGMAR avanza con su abrigo de piel leonado, y su soberana elegancia, en medio del frío. El viento la escolta. Delante de ella, torbellinos de hojas secas le abren camino, como los motoristas al paso de una princesa. Despliegan a su paso una alfombra roja en las alamedas. El rostro rubio está helado. Con una risa perlada, en la que brillan los dientes, Dagmar toma posesión del invierno.
Cubierta con el vestido verde y ajustado que dibuja maravillosamente su cuerpo, Dagmar recorre la alameda con toda la primavera. Sus brazos brotan como agua viva del vestido sin mangas. Lo senos hinchan la blusa. Cuando se detiene ante la estatua, sus pies calzados con zapatillas de bailarina se sitúan instintivamente en la 3ª posición de las bailarinas (…)
Dagmar es el deseo. Su cuerpo huele al verano y sus frutos Parece caída al pie de la Alhambra, cuando las granadas maduras hacen estallar su corteza endurecida, en los jardines del Generalife. Y su boca rosa tiene el sabor fresco de los granos que se roban a la sombra de los granados andaluces. Dice:
-¿Para qué sirve ser mujer…?”

…..

“HELGA se debate entre las manos como un bengalí prisionero. Intenta en vano estirarse. Los puños la sujetan con fuerza contra la cama con ambos brazos abiertos hacia atrás. Se produce un momento de calma en el que todo es aún posible. Aplastada contra el diván, apretujada sobre sí misma con todo su peso, la joven parece intentar abrir bajo su espalda una vía de escape. Espera sin decir nada, y sus grandes ojos rehúyen la mirada como los de un pájaro (…)
Los miembros frágiles están al borde de la ruptura. El antebrazo, sujetado hacia atrás contra la cama, ofrece su blancura indefensa a los labios que lo recorren, y que, a lo largo de su recorrido, suscitan un estremecimiento. La carne es elástica y se hunde bajo la boca. Una brizna de piel se queda pillada entre los dietes que dibujan una huella apenas roja, que rápidamente se borra.
Con un movimiento de cadera, Helga intenta escaparse sin convicción. La marejada evoca ya los movimientos del placer. Presionado es fácil inmovilizar el vientre de la joven, que cede, se resiste y, finalmente, responde al abrazo.
La suerte está echada. El seno late muy fuerte bajo la mano. La mano liberada de Helga acaba de abatirse sin fuerza por encima de esa otra mano que engulle el joven pecho”

(Marc Saporta, Composición nº 1, sin paginación)

jueves, 19 de abril de 2012

FUGAS SIN DESTINO, POR TIERRA DE NADIE

Hoteles
Maximiliano Barrientos
Editorial Periférica, Cáceres, 2011, 126 páginas.



Por mucho que les duela a ciertos críticos, incapaces de comprender que el mundo se mueve, la literatura, sus rutas narrativas se renuevan constantemente. La literatura vivió y seguirá viviendo giros copernicanos. Hasta hace poco era ininteligible una novela en cuya trama apenas existiera acción, aventura externa, anécdotas. Hoy, en cambio, soplan nuevos vientos, renovadores vientos de cambio, que, en el caso de las letras hispánicas, nos llegan sobre todo del otro lado del océano. De Juan Tallón tomo prestadas unas palabras de Darío Villanueva que, de alguna manera, retratan lo que está sucediendo: “En los acontecimientos más vulgares llegan a producirse las auténticas revoluciones”.
Tal es el caso de la narrativa de Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1979), uno de los escritores jóvenes más relevantes y, más que promesa, ya realidad de la nueva literatura latinoamericana. Editorial Periférica ha corregido y refundido sus dos primeros libros (Los daños, 2006 y Hoteles, 2007) en los volúmenes Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer  y Hoteles, un texto breve, pero no carente de intensidad interna.
La narrativa de Hoteles, sin apoyarse en el fragmentarismo o sumergirse en la metaficción o en la autorreferencialidad, navega, sin embargo con la escritura posmoderna porque lo que en ella prima es la aventura psicológica y la captación y transcripción de la misma. M. Barrientos relata así mismo un mundo inconexo, incoherente, en el que nada cuadra. Un mundo como el que transitan tres de las voces de Hoteles, dos voces adultas y una infantil. Actores de cine porno los adultos huyen de su pasado intentando en vano volver a comenzar. Un Chrysler Imperial negro los lleva, junto a la niña, en una huida del propio pasado, como quien pretende escapar de si mismo. Un viaje donde el destino es lo que  menos importa, por carreteras idénticas, abrasadas por el sol y abrumadas entre paisajes inhóspitos, los paisajes de los países pobres (página 9) Y en esa huida, van  llegando y van partiendo a y de pueblos insignificantes. Un inacabable viaje-huida  sin destino en el que recuperan -ven- el pasado personal y familiar.
Un constante transitar, pues, de sitio en sitio, sin que importen los nombres de los pueblos y de las ciudades, idénticas entre si, como idénticos son los hoteles en los que se hospedan, hoteles con piscina. Hasta que llega un momento en el que ya no se hablan y ni siquiera tienen tiempo para preservar algo del pasado. Viajes pues con destino cero, solo como acto de desesperación.
A la par de sus voces, la de un director de documentales que nos sitúa en el presente en el de los actores porno y en su propio presente en el que también hay amores deseos, infidelidades, sentimientos, abandonos y nos hace reflexionar sobre cuánto puede habitar de estos personajes, cuyo paisaje es la carretera, en nosotros mismos.
Todo lo dicho podría hacer pensar al lector que estamos ante una “road-movie” a la americana. Sería, sin embargo, una interpretación errónea, porque los personajes de Hoteles no huyen de nadie. Se fugan sí, pero de si mismos y su constante circulación por carreteras desoladas, hoteles, bares, lavanderías… escenarios de tránsito, se convierten en la escritura de M. Barrientos en una gran metáfora de la vida, también tránsito y lugar árido y monótono, repleto de insatisfacciones, privaciones, sueños abortados, un gran vacío.
Se ha dicho que Maximiliano Barrientos es “un maestro de las imágenes profundas”. Imágenes que nos remiten, más que a la trama, a los personajes, al protagonismo interior de sus héroes o antihéroes. Y lo hace mediante una prosa rápida, concisa, desnuda de artificios y de emociones. Un leguaje preciso al que el escritor priva de protagonismo justamente para poder capturar las experiencias y emociones. Escritura, pues, directa, implacablemente visual, para meternos por los ojos el desarraigo que se disfraza tras esa fuga sin destino, transitando por una carretera que es siempre la misma, siempre vacía, habitada únicamente por el sol cegador y los parajes inhóspitos.

Francisco Martínez Bouzas



Extracto

“Carreteras, estaciones de servicio. Nos quedábamos sin combustible en mitad del camino y bajaba y llenaba el tanque con las reservas. El sol deterioraba la pintura del auto.
Perdía el conocimiento y luego volvía, igual que algunos recuerdos que había olvidado hacía años. Mi padre recopilaba madera por las tardes. Tenía un tatuaje de un barco en el brazo izquierdo. Sudaba mucho. Tenía cuatro años, lo veía desde la ventana. Mamá fumaba, leía revistas. Hablaba por teléfono.
Encontrábamos cadáveres de animales en el camino y Andrea me hacía detener el auto y bajaba a inspeccionarlos.
Olvidábamos los nombres de los pueblos y de las ciudades. Empezamos a quedarnos callados con más frecuencia, pasaban horas sin que abriésemos la boca. Andrea comenzó a hablar sola o con gente que inventaba. Abigail no le prestó mucha importancia.
Veía que agarraba el teléfono y no decía nada. Todos los pueblos se parecían, la mayoría de los hoteles tenían piscina. Me encerraba en la habitación o revisaba el motor del coche. Me masturbaba pensando en el paisaje: el color de la  carretera, la arena, el cielo sin nubes”
“Cruzamos paisajes desolados. Andrea duerme, Abigail lleva gafas negras. Escuchamos rancheras. Estoy al volante desde hace tres horas, bebo agua de tanto en tanto. Chocamos contra un caballo que aparece de la nada, damos vueltas, el mundo gira y el sol es un pedazo de cielo visto a través de un parabrisas destrozado”

(Maximiliano Barrientos, Hoteles, páginas 91-92, 96)

martes, 17 de abril de 2012

"NIÑOS FEROCES", VOLUNTARIOS PARA LA CATÁSTROFE


Niños feroces
Lorenzo Silva
Ediciones Destino, Barcelona, 2011, 395 páginas.


Si el lector se interroga por la naturaleza estructural de lo que acaba de leer, no cabe duda de que concluirá que Niños feroces es metanarrativa: la novela de una novela. En efecto, la dimensión metaficcional se hace presente de principio a fin en la misma arquitectura compositiva de la novela. Lázaro, un joven de casi veinticuatro años quiere ser escritor, aunque lo que escribe le parece siempre una pamplina y no consigue pasar de los doce folios. Por eso se apunta a un taller de narrativa. Pero allí nadie es capaz de hacer otra cosa que encadenar links porque han recibido un relato fragmentario de la realidad. No es ese el caso de Lázaro: lo que a él le hace falta es una buena historia. Su profesor le regala una. Y así se inicia una propuesta narrativa por la que se interna Lorenzo Silva que, echando mano de otro de los recursos de los postnarradores, el debilitamiento de las barreras entre los géneros, amalgama fuentes documentales, testimonios personales, ficción e intertextualidad. Todo ello para contarnos y hacernos reflexionar sobre el hecho de que siempre son los jóvenes los que van a la guerra y lo hacen en primera línea, por ideales, por dinero o por un permiso de residencia. Y asumen la hombría o la culpa, mientras otros, desde las poltronas del poder en retaguardia, toman las decisiones de enviarlos hacia el horror y se absuelven sin ningún remordimiento o recurren a versiones de misiones estrictamente humanitarias, contradichas por los hechos.
La novela está narrada en tres espacios históricos, los años cuarenta, el otoño del 89 y la actualidad y se desarrolla en varios espacios geográficos: el frente de Leningrado, la batalla de Krasny Bor, los Cárpatos rumanos, Postdam y finalmente Berlín, la defensa de Berlín, empuñando las armas contra los rusos en 1945. Como historias interconectadas aparecen otros hechos bélicos o reivindicativos: la guerra de Afganistán, la de Irak (Nayaf, Diwaniya) y el movimiento  de los Indignados del 15-M en la Puerta del Sol de Madrid.
Pero el hilo conductor de la novela es Jorge García Vallejo. Una cuenta familiar pendiente de la Guerra Civil española y una frase de Torrente Ballester adulatoria de José Antonio (“La revolución es la tarea de una resuelta minoría inasequible al desaliento”), marcan en su existencia un antes y un después. En el verano del 41 se una a la DEV (la División Azul) con un único objetivo: derrotar al comunismo. Y con el valor y el miedo en permanente conflicto, se hace hombre  en la cruenta batalla de Krasny Bor. Pero cuando España se retira de la guerra, se convierte en rebelde, en miembro de una unidad apátrida de la SS y con ella participa en diferentes batallas y finalmente en la defensa de Berlín. El ideal anticomunista le había convertido en un niño feroz, voluntario para la catástrofe, porque aquellos niños, como Jorge, quizás tenían conciencia del despropósito atroz del que formaban parte, pero su sentido de la lucha -la defensa de Europa y la indignación por la cobarde deserción de Franco- les hizo resistir hasta el final, hasta que Hitler se pega un tiro en la cabeza.
Niños feroces no es una novela de nazis o sobre nazis en la que son ellos los que nos hacen comulgar con su punto de vista o en la que aparecen retradaos sin más como los malos de la película. Es otra cosa. Un alegato contra el belicismo y una novela sobre la juventud empujada como peones al campo de batalla. Su energía, en vez de ser canalizada como motor de progreso y edificación de futuro, acaba siendo transformada en potencial de muerte y destrucción. Por eso al final de una novela que avanza mientras lo más mugriento de la Historia renace una y otra vez, se nos muestra la inapelable contradicción de los que, en plenitud de juicio, en circunstancias favorables, deciden la guerra y se absuelven sin remordimientos como Albert Speer y Tony Blair y aquellos que yerran desde la inmadurez o la ofuscación ideológica y aceptan en cambio su responsabilidad, como los jóvenes protagonistas de la novela o
Imbricados en el relato aparecen una serie de escritores, o mejor dicho, una determinada concepción de la literatura. Es el difícil magisterio de aquellos autores a través de los cuales se define Lorenzo Silva (Walter Benjamin, Kafka…) y referencias a actitudes, gestos y citas de otros escritores (Torrente Ballester, Edith Stein, Imre Kertesz. Jorge Semprún, Michael Herr, Marinetti…) oportunamente referidos. Las lúcidas cavilaciones bejaminianas, sobre todo, nutren la intertextualidad que forma parte de la esencia de este libro, así como los acontecimientos que tuvieron lugar durante el proceso de escritura. La novela finaliza, y no aleatoriamente, el 11 de junio del presente año, víspera del levantamiento de la acampada de los Indignados en la Puerta del Sol de Madrid, un atisbo de una juventud manipulada que se rebela y cuya energía se está trasladando a varios países. Jóvenes o ciudadanos no tan jóvenes -como los protagonistas de la novela-  que se resisten  en convertirse en partidarios de otro tipo de catástrofe que directamente nada o poco  tiene que ver con el militarismo, sino con las paradojas y mentiras sociales, políticas y económicas de los últimos años, la eterna catástrofe de los dominantes y de los dominados.

Francisco Martínez Bouzas



Fragmento

“-Mi primer contacto con el combate de verdad, ese en el que ves los ojos de enfrente -recordaba Jorge-, me descubrió su rostro aterrador, que no es el de la amenaza particular que pueda suponer el enemigo, sino la sensación de que en cualquier momento y desde cualquier lado puede venirte cualquier cosa. La capacidad que tiene que desarrollar el combatiente es la de convivir con esa sensación sin salir corriendo, o sin tirar el arma al suelo y dejarse matar a la primera ocasión. Lo que más te ayuda es haberte adiestrado en los movimientos más mecánicos, y concentrarte en ellos. Yo busqué, en medio de los rusos, el punto más denso, y allí, en una fracción de segundo, escogí mi primera víctima. Apreté el gatillo, lo vi caer. Y a partir de ahí seguí, uno tras otro, repitiendo la operación. Cerrojo, apuntar, fuego, cerrojo, apuntar, fuego…”

(Lorenzo Silva, Niños feroces, páginas 199-200)

sábado, 14 de abril de 2012

"SANTA MARÍA DE LAS FLORES NEGRAS", ÉPICA Y TRAGEDIA DE LOS SALITREROS PAMPINOS


Santa María de las flores negras
Hernán Rivera Letelier
Seix Barral, Buenos Aires, 238 páginas
(LIBROS DE FONDO)


 A Lidia Silva Gaete que me ha hecho llegar este libro                        desde el Sur del Mundo.


Santa María de las flores negras, una novela poco conocida en España, cierra lo que se ha llamado el “imaginario del salitre, un macrotexto literario que rescata la identidad pampina, surgida de la convivencia, a principios del pasado siglo, de los salitreros chilenos, peruanos y bolivianos,  bajo el yugo esclavizante del gringo (en esta caso oligarcas europeos, ingleses sobre todo), dando lugar a historias rebosantes de épica y finalmente a la mayor masacre cometida contra el proletariado. Su autor, Hernán Rivera Letelier, un icono en Chile, escritor autodidacta que ha vivido en propia carne experiencias similares a las que relata, porque en su niñez y preadolescencia experimentó las duras inclemencias de la pampa nortina chilena, así como la inhumana dureza de la vida de los trabajadores del caliche. Por eso mismo, confiesa Rivera Letelier, ahora que en España se ha comenzado a premiar su narrativa: “Basta con verme la cara para comprobar que no soy un intelectual…Mi rostro es la cartografía del desierto”.
Santa María de las flores negras es a la vez epopeya y tragedia y sobre todo un rescate del olvido de un hecho histórico al que es preciso remitir para entender la magnitud épica y trágica del relato de Rivera Letelier. La colonización española dejó profundas huellas en Latinoamérica, calvo de cultivo para la descolonización: la gran riqueza en materias primas de la mayoría de los países latinoamericanos fue explotada por el poder y el dinero de empresas extranjeras, a costa de una mano de obra barata y sumisa, que, sin embargo, luchaba por la supervivencia soñando con mejores condiciones de vida. Ese sueño comenzó a convertirse en reivindicación en la región pampina de Chile. Los trabajadores del salitre vivían en condiciones de semiesclavitud: jornadas de trabajo de catorce horas, en condiciones pavorosas, sin derecho a asistencia médica, sin medidas de seguridad, ni siquiera en los denominados cachuchos (zonas donde el salitre hierve a más de 100º C). Los trabajadores y sus familias vivían en casas propiedad de las empresas y eran remunerados con fichas que los obligaba a comprar en las pulperías de las mismas compañías u oficinas que vendían a un precio excesivo y lo que querían, sin tener en cuenta las necesidades del empleado.
Fueron estas precarias condiciones de vida las que actuaron de fuerza impulsora para organizar a los obreros, que empezaron a reclamar el pago del jornal a dieciocho peniques, la eliminación del sistema de fichas, cubrir los cachuchos para evitar los accidentes mortales y balanzas y varas de medir en las pulperías. A partir de diciembre de 1907, los trabajadores de las distintas oficinas calicheras pampinas se declararon en huelga y comenzaron a afluir a la ciudad portuaria de Iquique. Después de varias negociaciones, miles de trabajadores con sus mujeres e hijos son atrapados en la escuela Santa María. Hasta que el 21 de diciembre las tropas militares, al servicio de la oligarquía, iniciaron una salvaje matanza, asesinando a más de tres mil obreros.
Estos son los hechos históricos documentados sobre los que Rivera Letelier teje una  historia que nos sitúa en el corazón de esos sucesos teñidos por la épica y la tragedia de una masacre de miles de personas indefensas. Fueron más de diez mil personas, entre hombres, mujeres y niños, caminando deshidratados por el desierto -“sentíamos como si en vez de sangre nos corriera salitre ardiendo por las venas” (página 17)-. Es el gran río, esta vez árido y extenuante que brota del desierto, como ha escrito hace muy poco Jorge Edwards y que termina e un inmenso y espantoso drama.
Todo ello narrado desde el punto de vista de un viejo calichero, Olegario Santana, que nunca vio una mujer de verdad, pero que vive con dos jotes sobre las planchas de calamina de su mísera vivienda en medio del desierto y que se suma a la protesta pero sin creer que las cosas vayan a cambiar. Será él quien nos cuente la historia, como un calichero más, puesto ahí como anónimo testigo para registrar todos los detalles y convertirse en la memoria histórica de aquellos hechos.
La novela es la literaturización de aquella gran marcha, un gran sueño de unidad de una heroico y desarrapado tropel de seres humanos confluyendo, a través del desierto, hasta la ciudad de Iquique. Esa épica social, expresada frecuentemente con un “nosotros” comunal que emplea el narrador, al cantar el recorrido por el desierto y las horas y los días del conflicto colectivo, se amalgama con las historias de las experiencias vitales de los personajes de ficción, en las que sobresale un profundo sentido social y humano, pero también contradicciones, celos, rencillas y solidaridad. La solidaridad del hombre, quizás rudo y primitivo. También sus amores y desamores, algunos, especialmente el de la pareja de jóvenes Liria María e Idilio Montaño, descritos en clave quizás un tanto folletinesca, uno de los puntos débiles de la novela.
El narrador finalmente nos sitúa en el trágico desenlace en el que las ametralladoras del general Roberto Silva Renard acorralan y siegan las vidas de miles de seres humanos. También ambientes y escenarios de terror, en la culminación nefasta que el lector comienza a presagiar muy pronto, forman parte de una novela épica en la que no hay héroes individuales. El héroe es todo un pueblo, los hijos del salitre.
En la novela de Rivera Letelier, narrada con un lenguaje claro, directo, aunque muy rico en la terminología de la industria calichera y en el habla popular pampina del Gran Norte, están así mismo presentes el humor y el sarcasmo, referidos a veces de forma carnavalesca. Y sobre todo el espacio físico, las geografías austeras, desoladas pampinas, el sol, la sequedad. Así como la idiosincrasia de sus habitantes, seres escépticos y desengañados que consuelan su explotación y su miseria en los prostíbulos y en las cantinas. Y ¡como no!: tampoco faltan los símbolos: esos jotes carroñeros que han sido interpretados como agoreros de la muerte, pero que el autor quiere ver como emblemas de la explotación.

Francisco Martínez Bouzas


Hernán Rivera Letelier

Fragmentos

“Ya fuera del pueblo, en plena pampa rasa, siguiendo siempre la ruta de la línea del tren, iluminados por antorchas y chonchones de carburo, apuramos el paso animosos y llenos de esperanza por nuestro cometido. En realidad, nos parecía increíble la gran epopeya que estábamos viviendo. Y es que, de pronto, nos dábamos cuenta de que ya no éramos sólo un puñado de obreros de la oficina San Lorenzo, mendigando un aumento de salario al gringo de la cachimaba, sino que de la noche a la mañana, conformando una gran masa de gente soñadora, nos habíamos convertido en una especie de ejército salitrero libertador, en una épica y desharrapada caravana de hombres, mujeres y niños que atravesaban uno de los parajes más inclementes del mundo para exigir por sus justos derechos laborales”
…..

“-Soñar ya es luchar de alguna manera, don Olegario. Alguien dijo por ahí que todos los sueños son insurrectos.
-Es que usted no sabe, doña Gregoria, aquí nos pueden matar a todos como carneros.
-Se podrá matar al soñador, pero no al sueño- respondió ella con voz altiva”
…..

“Eran las tres y cuarenta y ocho minutos de la tarde del sábado 21 de diciembre -el viento del mar aún no comenzaba en Iquique- cuando el general Roberto Silva Renard, desde los alto de su cabalgadura blanca, bajó el brazo dando la orden de fuego.
Al instante, el piquete del O’Higgins hizo su primera descarga hacia la azotea de la escuela en donde, de pie, frente a la plaza, rodeados de banderas y estandarte, con la actitud serena de los que luchan por algo justo, permanecían unos treinta dirigentes del Comité Central. A la descarga de la fusilería varios de ellos cayeron sobre el tumulto que cubría la puerta y las rejas del patio exterior…Era tal la confianza nuestra y la de toda la gente respecto de que el ejército chileno jamás cometería el crimen de disparar sus armas sobre sus compatriotas indefensos, que mientras los de adelante, muchos con el cigarrillo humeante en los labios, caían perforados por los tiros de los fusileros, los de más atrás gritaban a voz en cuellos, convencidos sinceramente de sus palabras, que no había de que asustarse, hermanitos, que sólo eran balas de fogueo”
…..

“Mientras Olegario Santana camina en el apretujamiento tratando de amarrarse el pañuelo en la herida del hombro, y pensando que todo eso no puede ser real, un hombre joven que camina a su lado se ofrece a ayudarle. Mientras le ata el pañuelo, el hombre comienza  a hablar diciéndole que hay que grabar firme en la mollera cada detalle de los que está sucediendo; estarcirlo a fuego en la memoria. Que después los madamases van a querer echar tierra sobre la masacre horrenda, pero ahí estarán ellos entonces para contársela a sus hijos y a los hijos de sus hijos, para que estos a su vez se lo transmitan a las nuevas generaciones”

(Hernán Rivera Letelier, Santa María de las flores negras, páginas 39, 145-46, 215, 224)

miércoles, 11 de abril de 2012

"EL TEMBLOR DEL HÉROE", LA FALTA DE SUSTANCIA

El temblor del héroe
Álvaro Pombo
Ediciones Destino, Barcelona, 2012, 222 páginas



¿Puede ser la literatura ese territorio donde plantear los grandes asuntos que atarean o agobian al ser humano, tales como la traición, la culpa, el arrepentimiento, la cobardía o el mismo sentido de la existencia? Estamos ante una pregunta claramente retórica. Un personaje de Milan Kundera se servía de una sola arma para defenderse del mundo, de la zafiedad que le rodeaba: los libros que le prestaban en la biblioteca. Al igual que dicho personaje, la novela de Álvaro Pombo ganadora del Premio Nadal 2012, que profundiza en los mecanismos del engaño, en las consecuencias trágicas de pasar por el mundo resbalando, deslizándose sobre la superficie de la realidad, sin comprometerse con nada, es una nueva prueba de que la literatura es una infinita cosmografía en la que cabe todo, si detrás de la pluma que escribe está esa rara avis que es Álvaro Pombo con  su “poética del bien”. Álvaro Pombo, filósofo empedernido -esta novela es una prueba fehaciente-, contorsionista de las palabras, defensor de la libertad e inventor de tramas que encauza a través de un peculiar método literario, por él mismo bautizado como psicología-ficción, cuyo primer postulado es la falta de sustancia, abordado de forma magistral en esta novela.
Pombo es un creador superdotado, un creador pleno como lo definen los académicos, aunque quizás más para ser leído por escritores que por el gran público. Ya en 1992, cuando aún no estaban amasadas sus grandes obras (Donde las mujeres, La cuadratura del círculo, El cielo raro, Contra natura…) hubo críticos que catalogaron a Pombo junto con Javier Marías como los dos narradores más interesantes de los últimos veinte años. La lengua prodigiosa, mezcla de barroquismo, espontaneidad y capacidad inventiva de este genio que anda suelto (Jorge Herralde) hacen de Álvaro Pombo el mejor estilista, el gran fascinador verbal y uno de los grandes creadores contemporáneos en lengua española.
El temblor del héroe es una prueba sobreabundante de cuanto digo y confirma además la querencia del escritor por explorar en el interior de los universos humanos. Sin embargo, que nadie se confunda: El temblor del héroe no es una novela comercial, de consumo rápido. Se trata, al contrario de una pieza narrativa compleja, densa, rebosante de reflexiones y disquisiciones filosóficas, también de citas en latín y en otros idiomas, pero no una pieza obscura, sobre todo a medida que se avanza en la lectura. Tampoco experimental a pesar de algún que otro comentario metanarrativo de un narrador omnisciente.
Pombo, como ha escrito Ángel Basanta, solo se parece a Pombo, se ha especializado -y en esta novela lo hace de forma brillante- en la fabricación de estructuras narrativas penetradas de cultura, de ideas, combinando sabiamente reflexión, narración, descripción y diálogo, con la presencia de personajes complejos que el escritor explora en sus más ocultos recovecos y sinuosidades.
En una breve sinopsis argumental, cabe decir que la novela nos presenta de entrada a Román, un profesor universitario jubilado, invadido por la nostalgia de los días luminosos de la pedagogía en los que fascinaba a sus alumnos, inculcándoles el amor  a la sabiduría y estimulándoles para alcanzar una vida más noble y más alta. Todo aquello se evaporó de repente. Dos de ellos, sin embargo, una pareja de médicos, comparten su amistad y con ellos ha entablado complejas relaciones intelectuales y sentimentales. En un momento determinado, entra en su vida un joven periodista (Héctor), arrastrando una niñez de abuelos aturdidos por los hijos drogadictos y una adolescencia torturada por las violaciones de un pederasta (Bernardo), un ser demoníaco, una rémora vampiresca, que consigue así mismo incluirse en la vida de esta celebridad menor con perfil de Wikipedia.
Es  a partir de este momento cuando los fantasmas del pasado reaparecen a la vez que los mecanismos del engaño, la cobardía, la insensibilidad y la falta de compromiso para reaccionar ante el dolor ajeno provocan un trágico final en una novela cuyo núcleo diegético se reduce sin embargo a un trío con un conflicto amoroso no resuelto en un ambiente de relaciones homosexuales, amores líquidos y chaperos, con sentimientos de culpa y muchos vaivenes. Con vidas agobiadas por lo que el autor llama una razón aburridamente posmoderna: la falta de sustancia en seres incapaces de sustentar una ética autónoma, aletargados que pasan por la vida patinando, deslizándose, sin involucrase en nada más allá de lo que les dicta la cobardía.
Una novela con trasfondo turbulento, perturbador que se desarrolla en un burdo tiempo democrático y sin héroes, con un gran problema verbalizado en las palabras del profesor jubilado: no sentimos nada y por eso mismo somos insensibles ante el dolor y el sufrimiento ajenos. Y si alguna vez lo percibimos, la cobardía, la inacción o ese insustancial escurrirse por el mundo, nos impide comprometernos con los demás.
Novela pródiga de comentarios y digresiones filosóficas (el motor inmóvil aristotélico, el entendimiento agente medieval…), con citas y referencias de numerosos pensadores desde Platón a Roland Barthes, pasando sobre todo por Kierkegaard; con el uso de variados registros: un nivel culto sobreabundante en terminología filosófica y otro que se alimenta de jergas juveniles y de neologismos (por derivación y acronimia sobre todo) y expresiones de propia cosecha, sin que falte la barroca pedantería de alguna frase típicamente pombiana (“Tenía el don predigital del uso transtextual de los textos”, página 130)

Francisco Martínez Bouzas


Álvaro Pombo

Fragmentos

Román está en su sesión de meditación. Lleva años practicando. Hace la mayoría de los ejercicios muy automáticamente, con considerable perfección, elasticidad… pero puede hacerlo sin prestar atención o reflexionar. Esto no está bien. Hoy es uno de esos días. Puede desbaratarlo todo ahora mismo. Desbaratarse y desahuciarse. Y desea darse esta extremaunción, el descabello. No, no está muerto aún. Aún no es inane, pero le ronda la inanidad como una mosca cojonera. Recuerda las clases que él daba. Y cómo se fue adrede desligando de las relaciones.Fue debido todo a una elemental decencia de maestro, de profesor, rodeado de gente muy joven”
…..

“Una vez más, al hablar ahora con Héctor acerca de Bernardo, en estos nuevos términos amistosos, Román da vueltas a lo que ha dado en llamar, para su capote, el misterio de la víctima. Cómo es posible que Héctor, víctima de la violencia sexual de Bernardo cuando era un niño todavía, haya, en poco más de quince años, trasformado todo aquello en admiración y afecto  por su victimario. A Román no le ha convencido del todo la explicación que Héctor ha dado desde un principio, que le quería, que no tenía familia propia y que Bernardo hizo las veces de su familia, su madre, su padre, sus hermanos. La sexualidad no tenía ningún perfil específico, era parte de la ternura que los dos sentían el uno por el otro”
                                               …..

“- ¿De dónde has sacado ese dinero?
  -Se lo he sacado a un tío que me ligó la otra noche.
  -Déjate de bromas.
  -Es la verdad, no son bromas.
  -¿Qué le diste a cambio?
  - Lo normal, lo que suele venderse en estos casos: mi cuerpo. Fue agradable. Fue una experiencia agradable, me hubiera dado el dinero de cualquier manera, el pobre maricón, pero yo le garanticé la mercancía. Hice lo que me pidió, ¿te parece mal?
  -No te creo.
 - Dirás que no quieres creerme. Que si me creyeras tendrías que aceptar que he hecho lo correcto dentro de un mundo absurdo. Reconoce que eres tú quien más gana con mi chapa. No Bernardo, sino tú. Si yo no te hubiese traído los 1.600 euros, hubieras tenido que tomar una determinación, montarle un pleito a Bernardo, echarle de casa”
(…) – Esa pena tuya, Román, es desagradablemente buenista. ¿Qué quieres decir con que si fuera verdad te daría pena? ¿Te parece mal la prostitución masculina? ¿Te parece mal la prostitución en general?¿Crees que somos víctimas insalvables de un sistema económico salvaje, un antiquísimo sistema de compra-venta, que tiene sus encantos, dependiendo, claro está, del precio que se asigne cada cual? El mío, por cierto, es muy alto. En el alterne siempre se ha considerado que el alto alterne es menos puterío  que el bajo. ¿No vende la gente otras cosas? ¿Dónde está la degradación? Hay mucho paro, tío. Mejor puto que insolvente, digo yo”.
…..

“En el momento en que los dos se levantan tras apurar sus bebidas, Héctor se da cuenta de que ha cometido una gran equivocación. El bareto les amparaba: la comunidad gay, por artificial y absurda que parezca, les contenía, aunque solo fuera superficialmente, les alojaba en su seno equívoco, en su bienestar campechano, provinciano, minitransgresor  hoy en día, reasegurado, a diferencia de la calle y los automóviles de lujo y el dinero y el intercambio comercial entre viejos y jóvenes. Todo lo incalculable estaba fuera: the truth is out there. La verdad es interior como el tiempo. Héctor sabe que lo verdadero y lo falso intercambian papeles ahora en su conciencia: lo inauténtico y lo auténtico: el no poder creer que alguien le amaba (excepción hecha de Bernardo) y el creer a pie juntillas que cualquiera le amaba. Todo el mundo le deseaba aquella tarde de otoño a la salida del bareto de Chuecas: se sintió sin embargo, indeseado, el indeseado, el jovenzuelo equívoco, que jamás lograría distenderse y desanudarse y correr los 1.500 y hacer una marca razonable”

(Álvaro Pombo, El temblor del héroe, paginas 21, 109, 178-179,198)