jueves, 22 de noviembre de 2012

BURROUGHS CON EL REY MAYA DEL INFRAMUNDO

Ah Puch está aquí y otros textos
William S. Burroughs
Traducción de Luïsa Moreno
Ilustraciones de Robert F. Gale
Capitán Swing Libros, Madrid, 2012, 178 páginas.


   Si hay una editorial especializada en la edición de libros singulares, esa es sin duda la madrileña Capitán Swing Libros. Libros audaces, imaginativos, de los que huyen otros sellos editores, tienen  cabida en las colecciones de este pequeño sello editor. Es su forma de hacer frente a la uniformidad del “libro único” y a la presión de los megagrupos editoriales. Inconformista como el ficticio líder cartista del que toma su nombre, Capitan Swing Libros nos ha agasajado en los últimos meses con publicaciones tan originales como ese libro extravagante, Locus Solus de Raymond Roussel o el libro-caja o artefacto hipertextual, Composición nº 1 que  Marc Saporta concibió el año 1962.
   A esta relación de libros singulares se suman desde el pasado 28 de junio tres textos de William S. Burroughs: “El libro de las respiraciones”, “La revolución electrónica” y el texto que rotula esta publicación: “Ah Puch está aquí”, que quiso ser, en el año que fue creado (1970), un libro sin precedentes, una novela gráfica inspirada en los códices mayas, fruto de la colaboración de Burroughs y el dibujante Malcolm McNeil. Se trataba de un libro único que no encajaba ni en la categoría de novela ilustrada a la usanza, ni en la de las historietas.
   Un libro así solo es posible y concebible desde la paternidad de un escritor como William Seward Burroughs (1914-1997), un escritor tan adicto a ciertas sustancias como a la experimentación, al surrealismo y a la sátira y cuya influencia ha transcendido y se ha prolongado hasta nuestros días en múltiples manifestaciones artísticas de tipo contracultural. Su peculiar filosofía y concepción de la escritura tomó cuerpo  con la aplicación de técnicas como el cut-up o collages narrativos y en su voluntad de arrasar las normas sintácticas y semánticas, sin que el texto pierda sentido y coherencia. Fue su forma de luchar contra la alienación del lenguaje, un organismo parasitado por normas y reglas que se alojan en nuestro cerebro.
   Se precisa, según Burroughs, una verdadera revolución, que debe de ser de naturaleza mental. De ahí que los protagonistas de sus obras (extraterrestres, humanos, seres inorgánicos…) se enfrenten entre si al margen de cualquier regla.
   Uno de esos personajes es Ah Puch, dios y rey del inframundo en la mitología maya, representado por dos jeroglíficos. Él era el jefe de los demonios, merodeador además en torno a los enfermos en acecho de sus presas, acompañado por el perro, el ave Moán y el búho. Por eso “Ah Puch está aquí”, desde una escritura esquizofrénica, en una inmersión en los territorios de la muerte, “ese viaje peligroso en el que todos los errores cometidos en el pasado os perjudicarán” (página 11), un viaje arropados por el sistema de la cultura y de las creencias mayas, nos muestra caminos para salir del tiempo y adentrarnos en el espacio.
   Este nuevo artefacto editorial de Capitán Swing se completa con “El libro de las respiraciones”, un intento en forma de semicomic de ir más allá de los sistemas de comunicación  a través de la palabra escrita, sustituida por la escritura gráfica, por imágenes que, por su propia naturaleza, son susceptibles de variar hasta el infinito. Un último texto, “La revolución electrónica” una irónica y ácida reflexión sobre el control social ejercido por las tecnologías electrónicas, en especial por las videocámaras (un “virus real” de nuestro tiempo”) clausura esta publicación; otro experimento sobre las fronteras de la literatura y de la misma escritura que demanda lectores generosos, capaces de adentrarse en textos fragmentarios, revoltosos, rayanos a veces con la ilegibilidad, pero que dejan translucir las excéntricas y revolucionarias genialidades de un hombre en lucha contra todas las tiranías de control social, comenzando por las del lenguaje.

Francisco Martínez Bouzas



William S. Burroughs

Fragmentos

“He hablado de las formas transitorias de la muerte y de la identificación del organismo muerto con el moribundo. Esta identificación pude adoptar la forma de una cópula propiamente dicha con la muerte. La muerte, que puede adoptar tanto la forma masculina como la femenina, copula con el joven dios del maíz, y este eyacula cuatrocientos millones de años de maíz desde la semilla hasta la cosecha, y más allá. Esta operación requiere maíz real y un cuerpo humano real para representar al joven dios del maíz. Esto es, por consiguiente, un cheque endosado que está firmado por el joven dios del maíz. En cuanto ha firmado el cheque, es posible añadir un número de ceros cualquiera. El banco del tiempo maya funcionaba con estos cheques endosados. La muerte es aceptada por los moribundos”

…..

“Edificio de ladrillo rojo y un canal azul donde el Mary Celeste flota anclado. Los niños, con bolsas y trajes de marinero propios del siglo XIX, pasan por la plancha. El jardín es un brillo rojo de ciudades en ruinas a lo lejos. Los marineros suben y el ancla se levanta. El chico joven toca asilencio cuando se va el sol y se asienta el crepúsculo azul. La embarcación se mueve. Los chicos saludan desde las jarcias. Se acerca corriendo un periodista de 1890
-¿Y el señor Hart?
Audrey está en la cofa con un telescopio. Señala con su mano izquierda.
La mansión en ruinas y abandonada del señor Hart, grafiti en las paredes.
AH PUCH ESTUVO AQUÍ
Aquí vivió un grosero y estúpido hijo de puta que creyó que podía contratar a la MUERTE como compañero poli”

…..

“Su sistema de control debe ser absoluto y mundial. Porque un sistema de control de este tipo es todavía más vulnerable a un ataque desde fuera que una sublevación desde dentro…Aquí está el obispo Landa quemando los libros sagrados. Para daros una idea de lo que sucede, imaginaos nuestra civilización invadida por patanes del espacio exterior…
-Trae unos cuntaos bulldozers. Limpia toda esta mierda…
La fórmula de todas las ciencias naturales, libros pinturas, el terreno barrido y transformado en un montón enorme y quemado. Y ya está. Nadie nunca ha oído hablar de él…
Tres códices sobrevivieron al vandalismo del obispo Landa y están quemados por los bordes. No hay forma de saber si tenemos aquí los sonetos de Shakespeare, la Mona Lisa o los restos de un catálogo de Sears Roebuck después de que el viejo excusado exterior se quemara en un incendio de matorrales. Toda una civilización se convirtió en humo…
Cuando llegaron los españoles, se encontraron a los aristócratas mayas apoltronados en hamacas. Bien, el tiempo pondría las cosas en su sitio. Cinco trabajadores detenidos, atados y desnudos, son castrados en una cepa de árbol, los cuerpos que sangran, sollozan y gritan son arrojados en un montón…
-Y ahora comeos ésta, amarillos chalados. Queremos ver un montón de oro así de grande y lo queremos ver ya. El Dios Blanco se ha pronunciado”

(William S. Burroughs, Ah Puch está aquí y otros textos, páginas 14-15, 71-72, 171)

lunes, 19 de noviembre de 2012

ANA MARÍA SHUA, EQUILIBRISTA DE LA MINIFICCIÓN


Fenómenos del circo
Ana María Shua
Páginas de Espuma, Madrid, 2011, 190 páginas.



La consideran la reina del microrrelato y no falta quien la haya proclamado la emperatriz del género en un país como Argentina que engendró esta nueva categoría. No ya una modalidad del relato, sino un género independiente. Allí en Argentina y en general en América Latina están los reyes, los grandes de las pequeñas ficciones: Borges, Bioy Casares, Cortázar, Augusto Monterroso. Un género muy exigente que demanda un lector imaginativo, participativo y que hoy en día sigue teniendo en Latinoamérica su semillero privilegiado. El microcuento, que es sumamente exigente, tiene sus propias leyes que, en una minidefinición, Ana María Shua resume así: “un texto que contenga algún elemento narrativo y no más de veinticinco  líneas”. Pero, ojo, advierte la narradora: un mal narrador puede tener un momento de talento y hallar una frase genial. Mas la gran escritora argentina (poeta, novelista, autora de literatura infantil, guionista de cine) supera con creces la prueba del algodón de la minificción, no solo por sus cuatro libros anteriores de microrrelatos, sino, sobre todo, porque es capaz de mantener el aliento y fabricar, con aparente facilidad, cientos de frases geniales en un libro monotemático: todo es circo en los más de ciento treinta microcuentos que le dan forma y vida a este libro. Y la autora, la gran malabarista que consigue  hacernos ver el circo como una nueva metáfora de la vida, de las cientos y miles de acrobacias y piruetas existenciales que el ser humano es capaz de hacer para obtener el aplauso.
Pasemos pues y veamos / leamos esta fabulosa caterva de magos y magias que, entre el brillo de los oropeles, el humor, la ironía y grandes dosis de patetismo y melancolía, montan el circo de la vida. En el microcosmos del circo, podemos dirigir nuestra mirada al circo en su conjunto, a los oficios, a los freaks a los animales o contentarnos con perdernos en la fabulosa historia circense. Son las cinco  grandes secciones de una historia poco menos que infinita, en las que Ana María Shua estructura su libro, anclado entre la realidad, la investigación y la imaginación.
Tras su inauguración, se nos permite penetrar en las interioridades del circo: el circo soñado, el circo fantasma, al que nunca han limpiado con aserrín y viruta y donde el trapecista hace de mono amaestrado y los elefantes trabajan de acomodadores. Es un circo pobre, pero nos rodea, nos invade, se filtra por los intersticios en una función en la que el público es de piedra. Y después de poner nuestros pies en la arena de este circo, desfilan ante nuestros ojos los artistas con su perentoria necesidad de sorprender a los espectadores: los acróbatas que repiten siempre las mismas figuras y hasta hay un ganador, “un delicado artista húngaro…que sorprende al tribunal con un salto mortal fuera de la realidad, pero no consigue volver para recibir el premio” (página 44). Los tragasables que viven en una constante desventura: el público solo puede ver una parte de su número, pero alguno ha habido que se tragó a un espectador escéptico. Trapecistas que se plagian a si mismos  y, en busca de la originalidad, se lanzan por el aire sin red, sin cable de seguridad, sin trapecio. En los circos reales también actúan los freaks  a los que no les basta su deformidad para entretener al público. Precisan de una actuación en la que su monstruosidad se destaque y se supere y en el circo del minicuento también realizan su número. Al igual que los animales, a veces actores disfrazados u hombres amaestrados. Las historias del circo, unas un derroche de fantasía, otras que no dejan ningún resquicio para la imaginación (página 162), clausuran las minificciones de Ana María Shua, pero no el libro que se prolonga en un apéndice de datos fehacientes y comprobables de las personas mencionadas en los microrrelatos.
Este es el microcosmos del circo, plagado de trucos como la vida misma, que Ana María Shua ha logrado condensar, a pesar de su riqueza y proteica variedad, en un libro de buena literatura, la de la recompensa inmediata, gobernado, sin embargo, por exigentes leyes propias.

Francisco Martínez Bouzas





Ana María Shua



Crestomatía de Fenómenos del circo


Magia

“Un macho y una hembra de la misma especie (homo sapiens incluido) unen ciertas zonas de su cuerpo, aquellas por las que más se diferencian. En el interior del vientre de la hembra se fusionan a su vez el principio femenino con el masculino y de esa unión comienza a formarse un nuevo ser que nacerá en un tiempo variable de acuerdo con la especie: casi dos años en el caso de los elefantes, nueve meses en el caso de los seres humanos, mucho menos en los insectos. Exige paciencia porque es un número lento, pero resulta muy impresionante, sobre todo para los niños. Se conocen muchos de los procesos físico-químicos concomitantes, pero hasta ahora nadie ha logrado descubrir el truco, ni copiarlo”

Demostración

“Los trapecistas, los payasos, los contorsionistas, los acróbatas, los caballistas, los forzudos, exhiben alegremente sus habilidades. Pero los tragasables, que no pueden mostrar más que una parte de su número, se pasan la vida tratando de demostrar que la otra parte es auténtica. A los demás nos pasa lo mismo. Nuestra vida transcurre tratando de demostrar que no fingimos, que es realmente así, que nos tragamos la aguja de tejer, el bastón, los cuchillos, la espada hasta la empuñadura misma. A diferencia de los tragasables, todos sabemos que es un truco”.

Ventajas femeninas

Quién si no las mujeres, siempre dispuestas a doblarnos (los hombres son tan derechos), con nuestro estilo complicado y retorcido (los hombres son tan simples), con nuestras articulaciones laxas (las de los hombres son tan rígidas), quién si no las mujeres y las serpientes para contorsionistas, empecinadas en ese nudo obsceno, tentador, reprobable, que sin embargo non exigen, nos aplauden”

(Ana María Shua, Fenómenos del circo, páginas 65, 75, 88)

jueves, 15 de noviembre de 2012

ESCRITORES CAPEANDO EL TEMPORAL DEL HAMBRE


Trabajos forzados.
Los otros oficios de los escritores
Daria Galateria
Traducción de Félix Romero
Editorial Impedimenta, Madrid 2011, 198 páginas.


Me resisto a omitir en el encabezamiento de mi lectura y reflexión crítica sobre este libro, Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores,  una referencia al excelente artículo que Rubén Romero Sánchez publica en la no menos valiosa revista “El síndrome de Stendhal 2”, que con maestría y sensibilidad dirige y edita Nat Gaete. Escribe Rubén Romero sobre cómo se quitan la vida los escritores. En su texto vemos desfilar a escritores como Mishima, Stefan Zweig, Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Paul Celan y ¡ cómo no!,  también a Alfonsina Storni ,entre otros, que en efecto dan la impresión de tener dos vidas, dos biografías: “la que traza su obra y la que traza su obsesión por quitarse la vida”. Su conclusión es que quizás los escritores no son tan distintos del resto de los humanos. Muchos de ellos, únicamente consideran su muerte como parte de su obra y por eso también adornan aquella con un contenido estético.
Estoy convencido de que la comparación con el texto de Daria Galateria es pertinente, excepto quizás en ese toque estético. Porque los escritores, o mejor dicho, muchos escritores, se han visto obligados, y la obligación sigue ahí ni dormida ni latente, a sobrevivir, entregados en cuerpo y alma, o solamente en cuerpo,  a realizar los más diversos oficios, pero casi siempre forzados porque las letras no suelen dar de comer y “lavorare stanca”, como dijo Cesare Pavese.
 El apoyo y sustento material es imprescindible también en el mundo fascinante de los creadores de belleza por medio de la palabra. “Primum vivere, deinde philosophari” recoge esta urgencia con sabiduría el dicho en latino, aunque no seguramente romano, que traducido por García Márquez viene a decir que la pluma se desliza mejor con el estómago lleno.
La pluma de Daria Galateria nos introduce de forma amena y a la vez muy documentada en ese tramo de la vida de los escritores que les da el pan. A inicios del pasado siglo, los trabajos de los escritores podían ser de lo más extravagante e incluso rozaban la fatiga  extrema o la rutina, pero todos coincidían en afirmar que la escritura era la tarea más agotadora de todas. Ya en la Introducción nos brinda la autora varios ejemplos: Bukowski, que en sus borracheras contraponía al sueño americano la escritura de la demasía (alcohol, sexo y todos los excesos imaginables), trabajó disciplinadamente como cartero cerca de quince años. Y cuando le compensaron con un salario por escribir, el terror lo paralizó durante una semana. Resultaba más fácil trabajar en una fábrica porque en ella no había tanta presión, ni botellazos con los que respondía en sus conferencias al público irritado. Algo parecido le aconteció a Gorki, Dashiell Hammet o a Marcel Proust que no fue capaz de soportar más de un día en la Biblioteca Mazarin.
Daria Galateria achaca esta especia de fuga de la escritura a la naturaleza vampírica de la misma. Italo Svevo es un buen ejemplo: se vio forzado a abandonar la narrativa para  convertirse en un buen industrial, porque si se le ocurría una sola frase, su vida activa quedaba invernada durante una semana. Otros en cambio trabajaron casi a destajo. El ejemplo paradigmático es Kafka: trabajaba como un agente de seguros diez horas al día. Al final de la jornada, agotado, era incapaz de escribir. Por eso su naufragio diario en un mundo de burócratas le producía congojas y remordimientos.
En esta guía de supervivencia para capear las borrascas del hambre encontramos veinticuatro relatos de  escritores, presentados desde la perspectiva de su experiencia laboral. En el “Dramatis Personae” que no ofrece Impedimenta, estructurando estos trabajos, hay de todo: buscavidas, bon vivants, animales políticos, burócratas atormentados, engranajes del sistema y fugitivos correcaminos.
Daria Galateria seduce a sus lectores con breves radiografías en las que con unos pocos trazos reproduce la substancia de una vida, desnudándola en su convivencia con esos “otros oficios” de los escritores y fecundándola con incontables anécdotas que nos deleitan y nos hacen inferir que las vidas de los escritores contienen tantas parcelas llenas de fantasía y de color que de cada una de ellas se podría escribir una novela.

Francisco Martínez Bouzas




Daria Galateria



Fragmentos

Eliot renuncio a enseñar en Harvard para ser empleado de banca. Trabajaba en un sótano, inclinado, «como un pájaro negro en un comedero», sobre una mesa repleta de cartas; a un metro de la cabeza, un cristal que daba a las aceras de la calle, donde sonaban incesantemente los tacones. Se divertía un montón manejando los números: el trabajo le dejaba tiempo para sus «tareas» y sus amigos. Cuando un editor descubrió que el mejor poeta americano era además un buen contable, creyó que aquello era un sueño y le confió su empresa”

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“La austera Nathalie Sarraute era abogada. Ejerció mientras daba a luz a tres hijas y también Tropismos. Pero durante la ocupación nazi, las leyes antisemitas del gobierno colaboracionista de Vichy hicieron que fuera eliminada del registro; se divorció entonces de su marido a fin de poder mantener su trabajo, y fingió ser el ama de llaves de sus hijas, que la llamaban mademoiselle. Pero en sus alegatos juveniles «la libertad desconocida» del discurso la había liberado par siempre de la lengua literaria. Y desde entonces la eludió -junto a los terribles protocolos de los sentimientos- gracias aun lenguaje precoz y aún no formulado”

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“No se nace ministro. Mauraux, para poder estudiar comparaba libros viejos en los puestos de los “bouquinistes”, que los venden en cajones de madera fijados en los pasamanos a lo largo del Sena, y después los revendía a un librero anticuario. Y, como los más buscados eran las obritas eróticas ilustradas y los volúmenes de arte, comenzó a educar sus ojos en las imágenes. Así, cuando el método de la mujer rica fracasó, Malraux pensó, para hacer dinero, en las bellas artes.”

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“En Atlanta vivió (Bukowski) en una barraca con el techo de cartón embreado y una única bombilla. Las revistas continuaban rechazando sus cuentos, pero prefería morirse de hambre antes que retomar un trabajo regular. Hasta tal punto, que un día escribió a su padre para pedirle dinero. Su padre le respondió con una carta llena de reproches. Charles decidió matarse con una descarga eléctrica, pero antes se puso a escribir y eso le distrajo. Luego se unió a un grupo de trabajadores que construían vías de tren. Atravesó Texas yendo hacia el oeste, y en la biblioteca de El Paso descubrió a Dostoyevski. En el verano de 1942 estaba en san Francisco, donde se empleó como conductor de un camión de la Cruz Roja. El trabajo estaba bien pagado, las enfermeras eran cariñosas, la propietaria de la pensión le prestaba su gramófono. La situación era muy agradable, pero la patria le llamaba, y Charles Bukowski se presentó en las oficinas de reclutamiento, donde logró superar los exámenes físicos. No obstante, tras el test psicológico fue exonerado por «psicolábil», y además, por su extremada sensibilidad”

(Daria Galateria, Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, página 10, 16, 143, 177-178)

miércoles, 7 de noviembre de 2012

"EL NUDO", EN LA RED DE UNA NOVELA METAFÓRICA

El nudo
Rodrigo Soto
Editorial Periférica, Cáceres, 2011, 197 páginas.


Rodrigo Soto (San José de Costa Rica, 1962) es uno de los narradores centroamericanos más reputados. Representativo así mismo de la literatura más vanguardista. Autor de una obra exigente, tanto en prosa como en verso, y renovador de la narrativa centroamericana. Editorial Periférica reedita ahora su novela El nudo, aparecida ya en el año 2004 en Ediciones Perro Azul con una tirada muy limitada.
Cabe leer El nudo como una novelita entretenida y agradable. De hecho así se ha leído. Como algo ligero, ameno, bien contado. Una novela que no estorba en el territorio de la literatura juvenil. Pero resumir El nudo a la peripecia y devenir de un grupo de adolescentes, enmarcados por un hecho azaroso que les aconteció un día, equivaldría a no superar la epidermis de una novela rica y compleja. El nudo  narra en efecto la historia de unos adolescentes  que durante un viaje a una playa costarricense encuentran un alijo de cocaína. Casi sin saber como, se quedan con la droga y  a partir de ese momento, de una forma paulatina pero radical, van a cambiar sus vidas y las de las personas -las muchachas de su edad- que, como satélites, giran a su alrededor.
Un libro que pretende ser, y de hecho lo es, una narración sobre la responsabilidad y las consecuencias que se derivan, casi por azar y necesidad, de nuestras decisiones y acciones y sobre las muchas vidas que contiene cada vida y las muchas historias encerradas en cada historia (página 15). Después de efectuar una genealogía de los personajes principales, tres muchachos y dos muchachas de su edad, la narración se detiene en el encuentro, conocimiento y amistad de estos adolescentes, sus amores e ilusiones, años de aprendizaje en la amistad y en el amor, sus afinidades y simpatías, rechazos e identificaciones. Hasta que el encuentro de los paquetes de cocaína, sin saber cómo salir del enredo y tentados constantemente a cortejar con ella, trastoca la llanura de sus presentes y, sobre todo, convierte sus futuros en una catástrofe.
Este es el núcleo diegético de El nudo, pero la novela es mucho más. Lo que primero salta a la vista es el pacto narrativo, el contrato implícito que la novela demanda entre el narrador y los lectores, sus receptores. Este pacto de lectura actúa de forma explícita y muy fuerte en el arranque narrativo. Debido a dicho pacto aceptamos la omnisciencia absoluta del narrador. Es él el que toma en sus manos el poder del relato y se lo deja muy claro al lector: “Aquí sucede lo que yo escribo”, reiterándolo más adelante:”Así está escrito y así sucedió” (página 72). Se trata, no obstante, de una omnisciencia autorial ubicua, omnipresente, pero mostrenca y estéril, si no existiera un receptor lector. Alguien ha escrito que El mundo es una novela sobre la construcción de lo real. Debe, a mi juicio, matizarse esta aseveración  del narratólogo costarricense Carlos Cortés. La novela construye efectivamente lo real, pero solo lo real simbólico que no existiría sin el lector. Es el lector con su deseo y con su acto de lectura el que yergue la novela como realidad significativa. De nuevo las palabras del primer párrafo son altamente ilustradoras: “pero sin tu ayuda nunca llegaremos al final…Sólo tu deseo y mi palabra, o tu palabra y mi deseo, o lo que nace de su encuentro, puede dar inicio al tiempo, poner en movimiento los hilos de la trama” (página 11).
En definitiva, la “interacción fructuosa” que constituye la esencia del pacto narrativo y que da lugar aun interesante juego literario autor-lector, con múltiples giros y saltos en el tiempo para contarnos, desde una cierta distancia de los acontecimientos, el cuarto de siglo posterior al hallazgo de la droga en la vida de los protagonistas masculinos y de sus satélites femeninos con curiosas y arriesgadas prolepsis y analepsis en el tiempo de la historia. Esta interacción narrador-lector y el proceso de creación de la narración que acaba siendo ficcionalizado, abre la dimensión metanarrativa de la novela.
El texto de Rodrigo Soto desde su título hasta el párrafo final esta sabiamente hilvanado con los hilos de una profunda metaforización. Ya en si el título es una gran metáfora presente en todo el relato: como trama, como red que une y atrapa a los personajes en su adolescencia y en los años posteriores. Así mismo, como nudo gordiano que hay que vencer, materializándose en la historia de la paulatina ruptura de los vínculos amistosos de los jóvenes protagonistas, pero que continúa anudando sus vidas a través del tiempo, en una trama invisible, pero tan eficaz como ese trasmallo de pescador del párrafo final, del que son incapaces de liberarse los caricacos.
He aquí pues, al lado de una trama entretenida e incluso ilustradora sobre las consecuencias de las decisiones humanas, sobre los caminos en el filo de la navaja y el juego infinito de los límites, sobre el torbellino que arroja al abismo a unas vidas que tanto prometían y sobre los fragmentarios micro y macrocosmos costarricense, otras dimensiones que hacen de El nudo una interesante muestra de la literatura más innovadora, que nos llega además sorteando el criterio de traducibilidad al español de España, algo que es preciso aplaudir en esta edición de Editorial Periférica.

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

“-¿Sabe qué, primo? Ser piedrero es tuanis, es lo que se dice toda. Si no ¿por qué cree usté que tanta gente se va así, resbaladita en esto? Si fuera una mierda nadie se embarcaría, ¿verdá? No siente como que, ¿ya? Como que así debería ser siempre, como que la vida de veras, la vida de verdad, como tiene que ser legítimamente la vida para que sea vida y no muerte, es así, ¿me entiende? Y todo lo demás es cuento, es hablada, es mentira, es…¿Ya? Pero lo pior es andar arratado. ¡N’hombre, eso si es feo! Se siente uno peor que una rata y quiere palmarse. Idiay, mejor se muere y ya. ¿Cómo le dijera? La vara empieza aquí, en la garganta, o si no en el estómago, pero de ahí se pasa rapidito a todo el cuerpo. Es como si anduvieras zompopas por dentro. ¿Me entiende? Y después comienzan la nervia”
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“Era como si el nudo silencioso que tejieron más de veinte años atrás continuara ahí, entrelazando sus vidas en una trama invisible de la que ninguno de ellos llegaría nunca enterarse, y de la que por eso mismo nunca se podrían librar, o como si las incesantes ondas que se originaron en una época remota de sus vidas, tocaran ahora el límite y rebotaran en la orilla del estanque, iniciando el regreso hacia el punto de origen; en su viaje se encontraban con las que todavía estaban en camino, encimándose y superponiéndose en leve confusión.
Pero si el principio es dudoso, el final no lo es menos, y la vida de todos nuestros personajes seguirá su curso durante muchos años, después de que concluyan los hechos de esta narración”

(Rodrigo Soto, El nudo, páginas 17-18, 195)

viernes, 2 de noviembre de 2012

UN BESTIARIO DE LA SOCIEDAD MEDIEVAL

Medievalario
Fran Zabaleta
Ediciones Redelibros, Vigo, 2011, 318 páginas.

Primera novedad de esta novela: es un experimento, como confiesa su autor Fran Zabaleta. Él efectivamente es el autor en sentido superlativo: autor del texto y “autor” así mismo de la edición. Fran Zabaleta, impulsor de “Redelibros” (A rede social galega do libro), generó además con ayuda de diversos amigos y amigas, un sello editorial Ediciones Redelibros en el que editó su Medievalario, asumiendo el control de todo el proceso. El resultado es este libro cuidadosamente editado y maquetado y excelente aunque escasamente ilustrado por Francisco Pérez Villanueva. El atractivo del trabajo de ilustración es tal que a este lector le hubiera apetecido que las cuatro estampas que inician cada una de las cuatro historias que se recogen en el volumen, se repitiesen a lo largo del libro en versiones diferenciadas y acompasadas a lo narrado.
Dejando ya al margen el paratexto y entrando en la substancia del texto, lo primero que conviene dejar sentado es que este Medievalario no solo está construido al modo de los bestiarios medievales, sino que es en si mismo un bestiario social. En efecto, así como los bestiarios son textos ilustrados que describen a los seres vivos, reales o quiméricos, incluyendo aspectos simbólicos y alegóricos que los convertían en expresión física y moral del mundo, estas cuatro historias que Fran Zabaleta nos regala en este volumen, retrata la sociedad medieval “tanto en su aspecto externo como en la forma de ser y de sentir de los hombres del medioevo: sus miedos, sus creencias, sus obsesiones…” (página 11).
Fran Zabaleta dibuja el mundo medieval a través de cuatro historias; cada una de ellas, al igual que los bestiarios, centrada en un personaje o individuo representativo, retratado en un cuadro sumamente realista y rebosante de expresividad.
“De correctione rusticorum” es el título de un texto escrito por Martiño de Dumio y rotula así mismo la primera historia de este Medievalario. Una historia que refleja el “fanatismo revestido de fuerza, determinación e intransigencia”  de un personaje, Martiño de Braga o de Dumio que impone a sangre y fuego las creencias de la fe cristiana a los pobladores de la Gallaecia que, en los albores de la Edad Media, rendían culto sobre todo a los elementos naturales (fuentes, árboles, ríos), en un sincretismo heredado del paganismo romano.
“El bando perdedor”, el segundo relato, nos traslada al siglo XV en pleno contexto de las revueltas irmandiñas. Un personaje ficticio, Lopo Feixoo de Milmanda, un caballero medieval que sigue auscultando el mundo con el estestoscopio de los principios de la caballería en ese ambiente de levantamientos contra los señores en el que el modelo caballeresco ya estaba agotado, aunque seguía vigente en el imaginario popular.
En el tercer relato “El humo de la tierra”, Fran Zabaleta narra la historia de un niño perteneciente al tercer estamento, el de los campesinos, los únicos de los que no habla la historia, porque en la sociedad estamental, el campesinado carece de ella. Los campesinos, simbolizados en el relato por un niño, son la absoluta indefensión, viven al margen, entre esfuerzos y sudores y sometidos a la arbitrariedad de la autoridad eclesiástica y nobiliaria.
La muerte del último rey de Galicia, García II, encadenado por su hermano Alfonso VI durante dieciséis años en la torre de Luna en León, cierra este bestiario de la sociedad medieval en el relato “Con los fierros”. Este rey encadenado, advierte al autor es el símbolo de una sociedad encorsetada, prisionera de si misma.
El estilo de la prosa de Fran Zabaleta en esta obra es muy elaborado, con una adecuada recreación de escenarios, épocas y espacios y una plasticidad encomiable en las descripciones y en el perfil de los personajes.
Concluyo con unas mínimas observaciones sobre el estatuto de este libro rotulado como novela histórica. El autor confiesa (página 311) que cuanto narra es solo fruto de su calenturienta imaginación, pero añade acto seguido que no todo es producto de la imaginación. En casi todos los relatos hay, en efecto, personajes históricos, cercenando el carácter puramente ficcional de lo relatado. En este caso, como en muchos otros, hago mías las consideraciones de Álvaro Pombo: tan pronto como se ficcionaliza un contexto histórico, todo él queda sometido a las leyes de la ficción. La ficción, como marcador semántico, trastorna todo lo que toca y por consiguiente, en puridad, no existen novelas históricas. Los elementos novelescos inyectados en los elementos históricos anulan la historia, aunque la puedan ilustrar bellamente, como ocurre en este Medievalario de Fran Zabaleta.

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

“Se llamaba Urbica. El nombre le rondaba en algún lugar de la memoria como la zarpa de un gato, siempre esquiva y siempre presta para arañar. Más allá de la cueva el mundo se resumía en lluvias incesantes, frío y oscuridad, pero en el interior el fuego templaba el cuerpo y serenaba el espíritu. Sulpicio se hallaba muy débil. Dormitaba la mayor parte del día, luchando contra las fiebres, contra los remordimientos, contra la zozobra que lo dominaba. Se dejaba cuidar. Yacía entre pieles, sin fuerzas ni resolución. No comprendía bien dónde estaba. Por momentos imaginaba que había muerto y que aquello era un recóndito vientre donde nada malo podía sucederle. Otras descubría el rostro de Urbica sobre él y gritaba despavorido como si lo acechara  un espíritu vengador. La mujer tenía una maraña por cabellos y la grasa le tiznaba el rostro, otorgándole un aire de criatura demoníaca”
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“Había dedicado su vida entera a la oración, la penitencia y la defensa de la Iglesia del Señor. Carriarico le había nombrado primero abad y obispo e Dumio y después, cuando el reino adoptó formalmente la fe de Roma, arzobispo de Braga. Y aquella ciudad se había convertido desde entonces en el faro que iluminaba las tinieblas de la superstición y la herejía. Porque Latroniano y otros como él eran los tumores que corrompían a las gentes con sus venenos de igualdad y fraternidad, como si el mundo fuera posible sin jerarquías ni señores. ¿Acaso los ignorantes estaban capacitados para entender los misterios divinos? ¿Quiénes defenderían a los débiles de los ejércitos enemigos si no hubiera señores?
Toda una vida dedicada a extirpar la herejía y a guiar humildemente el rebaño de Dios. Él, Martiño, el séptimo de entre sus hermanos, había convocado concilios y aconsejado reyes. Había conseguido éxitos impensables para mayor gloria de Dios.”
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“Si el primer recuerdo era el estiércol, el segundo era el hambre. El hambre y las pulgas. El hambre le arañaba las tripas por dentro hasta dolerle y las pulgas hacían que se rascara por fuera hasta sangrar. Por entonces, apenas un cachorro que no levantaba cuatro palmos del suelo, ambas cosas le parecían algo natural, tan inevitable como las heladas o la lluvia. En invierno dormía en un viejo cuévano abandonado o, si hacía mucho frío, hecho un ovillo entre lo perros, y por el día rondaba el horno y la cocina a la caza de un mendrugo o se acercaba hasta el río para escarbar entre las piedras en busca de cangrejos…”

(Fran Zabaleta, Medievalario,  páginas 40, 67-68, 223)