viernes, 30 de marzo de 2012

CRÓNICA DE LA ABNEGACIÓN FEMENINA

Las hermanas Bunner
Edith Wharton
Traducción de Ismael Attrache
Editorial Contraseña, Zaragoza, 2011, 155 páginas.


La obra más famosa y seguramente más representativa de la escritora neoyorkina Edith Wharton es La edad de la inocencia. Sin embargo, para muchos lectores, esta novela, Las hermanas Bunner, que transcurre en la misma época y en la misma ciudad en la que se desarrolla la acción de aquella, es mucho más completa y madura que la descripción de la ostentación, el ambiente refinado y superficial de la alta sociedad burguesa de Nueva York que Edith Wharton deja translucir en La edad de la inocencia. Ahora han cambiado el decorado y los personajes.
Edith Wharton nos permite conocer en esta novela breve a dos hermanas, Ann Eliza y Evelina Bunner. Son poseedoras de una modesta mercería en un barrio humilde, en una calle destartalada y miserable, si bien no carente del calor humano que se transmite entre sus moradores. Su microcosmos se reduce a atender a los escasos clientes, a compartir sus vidas en una existencia no idílica, pero sí estable y armoniosa, con los hombres situados en la periferia de sus vidas, porque las hermanas Bunner ya han olvidado la flor de su juventud y sus sueños de boda se han evaporado por completo.
Pero de pronto la apacible rutina en la que viven inmersas y sus vidas anodinas y grises se trastocan por la llegada de un reloj que Eliza regala a su hermana pequeña el día de su cumpleaños. Con el reloj irrumpe en su vivir cotidiano el relojero alemán al que Eliza se lo había comprado. Ese hombre dislocará a partir de ese momento no sólo su apacible microcosmos exterior, sino sobre todo su mundo interior, haciendo brotar en ellas de nuevo las viejas y marchitas ilusiones. Debido a un fallo del reloj, el señor Ramy, el relojero de origen alemán, comienza a frecuentar la humilde trastienda, hasta que llega un momento en el que pide en matrimonio a Eliza, la hermana mayor.
A partir de entonces, ese perfecto mecanismo que era la rutina de sus vidas se disparata y resquebraja, sin que nadie pueda impedirlo. La conmoción por la inesperada declaración de amor es tremenda, pero Eliza cede de inmediato ante un delicado y hoy quizás incomprensible sentimiento: la renuncia y abnegación de la mayor de las hermanas Brunner, nacida para colocarse siempre en segundo plano y para proteger la felicidad de la hermana menor, que acepta complacida los sacrificios fraternales. El relato toma entonces otros derroteros que nos llevan a un final dramático en el que la hermana menor sucumbe víctima de las circunstancias.
Las hermanas Bunner, como ha señalado la prologuista Soledad Puértolas, es una novela de amor, un amor al que el personaje que nos guía por la historia renuncia, no por pretender ajustarse a los prejuicios sociales de la época, sino por razones mucho más profundas que tienen que ver con lo que para ella es algo sagrado: la unidad fraterna ante la cual el amor y la propia felicidad deben de ceder, pensando que de esta forma consolidará la felicidad de la hermana pequeña.
Edith Wharton profundiza sobre todo en un personaje, en su heroína Ann Eliza. Su destino en la vida es situarse en la trastienda como sostén de su hermana. Una exaltación pues de valores -pseudo valores los llamaríamos posiblemente hoy- como la abnegación, el sacrificio, la renuncia que, no debe olvidarse, formaban parte del estereotipo  genérico femenino en la época en que fue escrito el texto. Ann Eliza ni siquiera sueña con permitirse el lujo de la autocompasión. Casarse con el hombre por el que ella también suspira, le parece un derecho no de ella, sino de su hermana. ¡Casi como la posesión de un hermoso cabello ondulado! Renuncia incluso a reconocer ciertas oportunidades perdidas y ni siquiera se considera merecedora de vestirse con la frágil tela de las ilusiones. Al final, sin embargo atisba la inutilidad de los sacrificios personales y que el  fallecimiento de la hermana por la que tanto se había sacrificado, equivalía a la postrer y definitiva negación de su pasado.
Edith Wharton
Edith Wharton escribió esta historia en 1892, aunque no sería publicada hasta 1916. Los más de cien años transcurridos no han envejecido ni la substancia ni el perfil de esta novela,  a pesar de que la sociedad actual repudie la abnegación como un trasnochado y agotado modelo femenino. Y no ha envejecido porque la escritora hilvanó y tejió la trama de su historia con una prosa exquisita con la que recrea a la perfección atmósferas y ambientes, a la vez que sabe introducirnos con sutil maestría en la vida y en el interior de estos dos personajes, que viven refugiados en un mundo modesto, limitado, pero dulce y exento de maldad que solo hará acto de presencia en el desenlace y al que tendrán que enfrentarse las hermanas desde la mansedumbre de su inocencia. Un gran texto pues en el que podemos recrearnos todavía hoy, ciento veinte anos después de haber sido escrito.

Francisco Martínez Bouzas


Fragmentos

“-Veamos, señorita Bunner…- comenzó a decir, acercando el taburete al mostrador-. Creo que debería decirle al fin para qué he venido hoy. Quiero casarme.
Ann Eliza, durante muchos rezos a medianoche, había intentado armarse de valor para cuando escuchara esa declaración, pero ahora que esta se producía se sintió lamentablemente asustada y  poco preparada. El señor Ramy se apoyó con ambos codos en el mostrador; ella advirtió que tenía las uñas limpias y que se había cepillado el sombrero: ¡ni siquiera esas señales le habían puesto sobre aviso!
Al fin se escuchó decir, con una garganta seca en la que le palpitaba el corazón:
-¡Válgame el cielo, señor Ramy!
-Quiero casarme -repitió él-. Estoy muy solo. No es bueno que un hombre viva tan solo, que coma fiambre todos los días.
-No- confirmó quedamente Ann Eliza.
-Y tanto polvo ya me resulta excesivo.
-Sí, el polvo… ¡Es verdad!
El señor Ramy la señaló con uno de sus dedos de yemas cuadradas:
-Le ruego que me acepte.
Ella seguía sin comprender. Se levantó titubeante y apartó la cesta de los botones que se interponía entre ellos (…)
-¿Yo? ¿Yo? -preguntó jadeante”
…..

“Pero otros pesares más serios atormentaban su sobresaltada conciencia. Por primera vez en la vida atisbaba la horrible cuestión de la inutilidad de los sacrificios personales. Hasta entonces ni se le había pasado por la mente poner en duda los principios heredados que habían regido su vida. Pensar en el beneficio de los demás antes que en el suyo propio le había parecido natural y necesario, porque había asumido que eso implicaba la consecución de ese beneficio. Ahora se daba cuenta de que renunciar a las alegrías de la vida no garantiza la transmisión de estas a aquellos por quienes se ha renunciado a ellas; su paraíso familiar estaba deshabitado. Sintió que ya no podía confiar ni siquiera en la bondad ni en Dios y que solo había un abismo negro sobre el tejado de la tienda de las Hermanas Bunner”

(Edith Wharton, Las hermanas Bunner, páginas 77-78, 238)