miércoles, 2 de mayo de 2012

"EL SINDROME E ", UN NOIR IMPACTANTE EN LA ERA DE LA TECNOCIENCIA

El síndrome E
Franck Thielliez
Traducción de Joan Riambau
Ediciones Destino, Barcelona, 2011, 568 páginas.


No podía ser de otro modo. Los imparables avances tecnológicos tenían necesariamente que estar presentes en la literatura, ese arte que todo lo aprovecha y hace suyo. Nunca el ser humano ha estado tan sujeto al determinismo. Leyendo El síndrome E el lector llegará a la conclusión de que un sencillo mando a distancia es capaz de desencadenar o inhibir la violencia, que es factible modificar la estructura cerebral de un individuo a través del impacto de  imágenes y sonidos tan violentos que le obliguen a obrar de forma predeterminada. Es la evaporación de lo que la tradición filosófica llamaba libre albedrío, libertad psicológica.
Franck Thilliez nos lo hace patente de forma superlativa. Este ingeniero francés, especialista en nuevas tecnologías, se pasó a la escritura en el año 2003 con Train d’enfer pour Ange rouge, pero su salto a la fama le llegó en 2010 con Le síndrome E, traducido ahora al español por Ediciones Destino en “Áncora y Delfín”, su colección emblemática. Su pasión por la ciencia y el hecho de haber devorado durante muchos años las novelas de Stephen King -“¡Veo thrillers, leo thrillers y vivo con thrillers!”, es su grito de guerra- operó el milagro.
En El síndrome E Franck Thielliez le da forma a una trama en la que los avances tecnológicos, los experimentos neurocientíficos con cobayas humanas, llevados a cabo por la CIA en los años 60, constituyen el hielo conductor de esta novela negra que nos sumerge de forma realmente impactante en las razones y mecanismos que están o pueden estar en el origen del mal. Sus héroes son una pareja de policías, duros y bravucones aparentemente, pero se muestran ante el lector en su extrema fragilidad, tan vulnerables como cualquier otro ser humano. Son los detectives Franck Sharko y Lucie Henebelle. Ambos están obsesionados con sus respectivos casos hasta el punto de abstraerlos de la realidad. Films con imágenes subliminales pornográficas y violentas, brutales asesinatos, cadáveres de los que han sido extraídos cerebros, ojos, manos y dientes, redes de intriga y traición, violencia histérica, tendencias sádicas… son los ingredientes que rodean sus pesquisas y que les abocan a la conclusión de que es el proceso conocido como “síndrome E” el que permite convertir a los seres humanos normales en alucinados asesinos.
Así pues, auténtica novela negra, novela del mundo profesional del crimen, como la definió Raymond Chandler, que desemboca en un thriller impactante que conjuga acción, ciencia y neurología, sin que falte la investigación que genera los hechos delictivos, ni esa arquitectura misteriosa típica de la novela-enigma que conduce al lector hasta el desenlace sin concederle el más mínimo reposo. Trama que cumple además  con ese requisito de la mayoría de las novelas negras: una narración itinerante que describe ambientes, personajes variopintos, mientras se persigue el fin de la investigación policial.
La investigación es el elemento estructurador del relato de Franck Thilliez. Sin embargo no estamos únicamente ante una novela-enigma, una novela “Whodunit” en la que la gramática del relato se centre exclusivamente en descubrir quién lo hizo. En El síndrome E se privilegia el misterio y, sobre todo, la temática del peligro tecnocientífico que la convierte en una novela impactante, plenamente de nuestro tiempo sobre los fenómenos de la violencia colectiva. Mas que el lector no busque primores ni exquisiteces literarias en una novela que lo que pretende, por encima de todo, es impactar, no con propuestas literarias vanguardistas exquisitas, sino con la contundencia de un relato rotundo. Ese es su perfil: literatura comercial cuyo objetivo no es construir belleza con la palabra, sino arrebatar la atención del lector, sumergiéndolo en un torbellino de acción e impactantes novedades tecnocientíficas.

Francisco Martínez Bouzas


Franck Thielliez


Fragmento

“Eran casi las tres de la madrugada. Atiborrado de imágenes de espionaje y de guerra, remató su interminable sesión de proyección con aquel cortometraje desconocido, increíblemente preservado. Aparentemente, se trataba de una copia. Esos films sin nombre a veces desvelan auténticos tesoros o, con suerte, obras perdidas de célebres cineastas: Meliès, Welles, Chaplin… Como a todo buen coleccionista, le gustaba soñar. Al desenrollar el inicio de aquella película anónima para engranarla en el proyector, Ludovic leyó en el celuloide: «50 imágenes por segundo». Era extraño, pues la norma habitual de 24 por segundo ofrecía una velocidad suficiente para crear la impresión de movimiento. A pesar de ello, cambió la velocidad de obturación de su aparato para fijar el valor aconsejado. No era cuestión de ver un film al ralentí.
De inmediato, la blancura de la pantalla dio paso a una imagen oscura, velada, sin título ni créditos. En el ángulo superior  derecho apareció un círculo blanco. Ludovic se preguntó, en un primer momento, si acaso no se trataría de un defecto de la película, como a menudo sucede con las bobinas antiguas.
Y la película comenzó.
Ludovic cayó pesadamente mientras corría hacía la planta baja.
No veía nada, ni siquiera con luces encendidas.
Se había quedado ciego”

(Franck Thilliez, El síndrome E, páginas 14-15)