viernes, 18 de mayo de 2012

"EL SÍNDROME DE ALBATROS", JUEGOS DE LIBÉRRIMA FANTASÍA

El síndrome de albatros
Gonzalo Suárez
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2011, 238 páginas.


Gonzalo Suárez no engaña a nadie. Sin contemplaciones ni medias tintas afirma que la verdad de sus libros estriba en el hecho de que son mentira. Toda literatura, en efecto, es en esencia una suplantación de la realidad. Y en el acto de lectura cada lector es consciente de este hecho, debido a ese  no firmado, pero no por ello menos real, pacto narrativo que acepta al abrir un libro. Por eso mismo Gonzalo Suárez es un “avis rara” en el panorama narrativo español. Desde sus inicios en la narrativa (De cuerpo presente, 1963) dejó meridianamente claros los propósitos de su estética personal: desligarse del omnipresente realismo entonces vigente. Un propósito que ha puesto en práctica tanto en la literatura como en cine y que le ha convertido en un actor de culto, en un raro, en un escritor de minorías. Ya lo había pronosticado Julio Cortázar al calificar la de obra resbaladiza y casi inasible la narrativa de Gonzalo Suárez, manjar “para alguien que aprecie los juegos sigilosos de una inteligencia irónica y la marginalidad deliberada”
A primera vista, sin embargo, los inicios de esta su última novela, El síndrome de albatros, pueden confundirnos sugiriendo falsas pistas. Pero en esta novela nada es lo que parece, ni siquiera la previsible trama argumental. No es un thriller con trasfondo erótico, sino una búsqueda de la identidad, una historia pirandelliana, un apego enfermizo, una reiteración casi infinita a un dolor del que no somos capaces de liberarnos, como el albatros que sigue al barco, sin rumbo, alimentándose del pescado que se tira por la borda.
Sobre estos umbrales estéticos reposa y se afianza El síndrome de albatros, que comienza con un libreto, “Lujuria”, un texto dramático obsceno que una viuda halla entre los papeles de su difunto esposo. Con vistas a despejar algunas incógnitas de dicho texto contrata a un cuentista, traductor y profesor de literatura, Ernesto Zóster, para que averigüe la realidad más allá de la ficción de uno de los personajes femeninos que aparecen en el libreto y cuyo desbordante erotismo despierta la curiosidad y aviva los celos de la viuda. Ernesto Zóster acepta la propuesta y el lector es inducido engañosamente a leer algo que El síndrome de albatros no es: una novela negra.
El obsceno guión teatral desencadena una singular peripecia, un enredo en el que se verá atrapado este singular investigador, asido por la propia trama hasta el punto de convertirse él mismo en sospechoso y tener que enfrentarse a incógnitas sobre su propia existencia que le llevarán, no obstante, a encontrase consigo mismo.
El escritor nos enfrenta en su texto con distintos niveles de ficción, con un constante juego de refracciones, con preguntas reiteradas sobre dónde está la verdad de la literatura. Con una respuesta que no deja lugar a la duda: “la literatura es un río que discurre por cauces paralelos a la realidad y no la encuentra nunca” (página 160).
Y sobre las columnas que sustentan esta aparente historia, Gonzalo Suárez despliega materiales diversos (cuentos, cine) y sobre todo sus obsesiones y sus habituales inquisiciones: la búsqueda de la identidad, historias donde la realidad no es lo que parece, la tergiversación entre lo soñado y lo vivido, el sexo, la muerte, los juegos de ideas.
El resultado es una novela tan rica como compleja. Literatura en estado puro y duro, únicamente para paladares acostumbrados a lecturas laberínticas y a múltiples juegos de libérrima fantasía.

Francisco Martínez Bouzas


Gonzalo Suárez

Fragmentos

“Ludivina había creído encontrar su selva particular en la lujuria y ahora necesitaba a alguien, como yo, que le contara el cuento que quería oír antes de que el mar invadiera definitivamente su escenario. Lo que ella no sabía era que yo estaba tan perdido como ella. No hay cuento más terrorífico que nacer para morir. No es raro que intentemos trastocar el horror en divertimento y la existencia en juego. O que un piadoso pasado opte por esconderse tras las esquinas del olvido. Aceleré, y los árboles del bosque dejaron de ser árboles para metamorfosearse en consecutivas fachadas cuyas fugaces ventanas ladraban delatoras desde sus cuencas vacías. Trataba de dejar atrás el recuerdo que me perseguía como el perro rojo de fauces babeantes tras la verja del jardín. Me parecía sentir su aliento en mi cogote y la mordedura en mi costado”

…..

“La rubia cabellera se descuelga de la mesa. Marcelo ha quitado las esposas a Ludivina que, desnuda entre los recortes dispersos del traje de baño y las cartas esparcidas, se abandona con lasitud al objetivo de la cámara fotográfica. A golpe de flash, Marcelo explora y captura el cuerpo desmadejado. Tan pronto cubre el sexo de la mujer con un as de oros a modo de púdica hoja de parra como se coloca el as de espadas entre los dedos del pie con necrofílica delectación. La película es una pesadilla premonitoria cuyos peores presagios ya se han cumplido. Las fotografías intercaladas en el montaje, me retrotraen a las encontradas en el desván. Tomadas por el mismo fotógrafo, en distinto tiempo y lugar. A distinta mujer. Mi mujer”

(Gonzalo Suárez, El síndrome de albatros, páginas 74, 115)