domingo, 8 de julio de 2012

"LOS AÑOS DEL VERDE OLIVO": DONDE RENACEN LAS UTOPÍAS


Los años del verde olivo
José Picado Lagos
EUNED, San José, Costa Rica, 2010, 61 páginas.


Lo recordaba Lolita Bosch en el año 2009: desconocemos casi por completo lo que se escribe en otros países hermanados por la lengua. Apenas existen vislumbres poéticos o narrativos que superen los horizontes nacionales. Vivimos sin esa ansiada globalización literaria entre países hermanos y hermanados por el idioma y por una buena parte de la misma tradición cultural. La literatura centroamericana es prácticamente invisible tanto en España como en otros países latinoamericanos. Los canales para la distribución bibliográfica no existen o están clausurados. De uno de esos países, Costa Rica, me llega a través de una mano amiga, Los años del verde olivo, un pequeño libro publicado por una editorial estatal costarricense, con el que debuta en la literatura José Picado Lagos, brindándonos su experiencia vital en las luchas antifascitas, liberadoras del continente.
Y hoy me siento honrado por traer a esta página la obra literaria de un hombre, sobre todo de acción, de un luchador en las mil batallas y empeños liberadores en Nicaragua y en El Salvador. José Picado Lagos es en si mismo y en su peripecia vital, un relato, un macrorrelato en el que la realidad supera a la ficción. Ausentes sus años vestido de verde olivo de las referencias oficiales, incluso de las digitales, el amigo costarricense Ronald Bonilla me introduce  -mi voz vicaria hace los mismo con relación a los lectores- en el peregrinaje existencial de José Picado Lagos, un incansable luchador desde 1970 contra ALCOA, organizando a los pobres de Chacarita en Puntarenas,  a los sindicatos campesinos, luchando como Segundo Comandante de la Brigada Internacional que ingresa en Managua junto con Edén Pastora. Combatiente más tarde del Frente Farabundo Martí por la Liberación Nacional de El Salvador. Pero no solo lucha con el fusil y las granadas, sino también en labores de alfabetización e integración social, labor que continúa ahora en su país natal, Costa Rica. Este es el perpetuo luchador en busqueda de esa orilla liberadora “donde florecen las utopías” que soñó y sigue soñando con Martin Luther King, Camilo Torres, con El Che, Sandino o Jac Palac.
Los años del verde olivo, una colectánea  de cinco relatos, está escrita desde el futuro como “testimonio de alguien que combatió” en la guerra contra la tiranía, pero con la ametralladora ardiendo todavía de deseo. Cinco cuentos que son retazos de la historia centroamericana de los años 70 y 80. Como telón de fondo, “espacios de nostalgia”: Las Segovias, montañas asentadas entre el mito y la magia, donde crecen rústicas margaritas silvestres; La Vía del Transito, el lago-río morada de filibusteros; los frescos y solitarios parajes de Masaya.
 La técnica narrativa: relatos hilvanados desde los hilos del recuerdo, que recuperan la memoria histórica que en Centroamérica tejieron otros hilos: los de la rebeldía e insurgencia revolucionaria contra los tiranos. Relatos testimoniales y escritos en primera persona, con una escritura sencilla, huyendo de artificiosas solemnidades y con un común leitmotiv: la participación de los internacionalistas costarricenses en la revolución sandinista y en el posterior combate contra la Contrarrevolución.
“La Vía del Tránsito” inaugura el libro. Mezclando ficción y realidad, relata la voz narradora -alter ego del autor- el asalto, con la participación de revolucionarios costarricenses, del puerto lacustre de San Carlos, que fue el pistoletazo de salida de la vía insurreccional en Nicaragua. Posiblemente el relato refleja fielmente los hechos, excepto el sorprendente final, porque, como diría o mejor dicho escribió Gabo, es preciso vivir para contarla. En “Asalto al cielo” asistimos al inicio del odio a la Guardia somocista y  a la conversión del protagonista, casi sin darse cuenta, en militante del  FSLN,  a su participación en el hostigamiento al cuartel de Masaya, a su clandestinidad, a la toma del Palacio Nacional de Nicaragua, en la Operación Chanchera, bajo las órdenes del Comandante Cero (Edén Pastora) y la Comadante Dos (Dora María Tellez). Relato de hechos históricos que cambiaron el rumbo de Nicaragua. En “La guerra es de colores” presenciamos el arranque del Frente Sur, con el ataque y toma de Peñas Blancas. “El Gato Peña” es un relato escalofriante en el que el protagonista ejecuta la sentencia de muerte contra varios guardias somocistas, asesinos y violadores. Es sin duda la más dramática de las prosas de José Picado Lagos ya que termina con el cumplimiento de la venganza, porque en las guerras la piedad también es una utopía.
El relato más literario de la antología es, en mi opinión, “Los años del verde olivo” Un grupo costarricense combate al lado del Ejército Popular Sandinista a la Contrarrevolución. La voz relatora es, en este caso, la de una mujer, homenaje, sin duda, a todas las mujeres que en Centroamérica lucharon y luchan contra los tiranos. Forman la Brigada Mora y Cañas, una escuadra “pura vida”.
José Picado Lagos fabula para todos aquellos, hombres y mujeres, que en Centroamérica dieron y siguen dando la vida por la libertad. Sus relatos nos sumergen en una ficción que es la realidad de estos países y lo hace -y se lo agradecemos- con los localismos orales del español de Centroamérica. La hermandad idiomática nos permite disfrutar de aquellas expresiones (“estaría jefeando”, “pangueros, “humazón”, “sangrerío”, “rengueo”, “chavalo”, “vergeo, “sabemos en puta”…) que enriquecen la lengua común y expresan su rica diversidad y dinamismo,

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos

“Un silencio pasado rodeó la panga y a sus ocupantes. El compa encargado de amarrar los mecates continuó con su tarea, sin encontrar ninguna resistencia de parte de los sobrevivientes y, cuando terminó, me lo hizo saber con una seña.
El resto ya se lo pueden imaginar. La sentencia de muerte fue cumplida. Los guardias escogieron lanzarse al agua para no recibir un tiro en la cabeza y se fueron lanzando con la misma cadencia que el pescador tira las boyas de señalización de su trasmallo. Todos terminaron en el fondo del lago, arrastrados por las grandes piedras y, posiblemente, de sus cuerpos se sirvieron los tiburones: los únicos tiburones de agua dulce del mundo. (…)
Y le dije a mi padre, el Gato Peña:
-Gato, cuando me enteré en abril del año pasado, que una patrulla de la genocida había llegado a buscarme en la casa que tenemos en Papaturro y que, al no encontrarme, lo habían sacado a usted, para tirotearlo en media calle y meterle más de veinte tiros en el cuerpo y un balazo de garand en cada ojo y que luego de asesinarlo los miembros de la patrulla entraron en casa y abusaron de mi mamá y de mis hermanas y las degollaron, para no hubiera testigos, yo me prometí vengarlos. Dios me permitió cumplir con esa palabra y por eso le doy gracias.
-Creo que de ahora en adelante me dedicaré a vivir como siempre lo he hecho, como un buen cristiano, sin rencores ni odios. Quiero encontrar a una mujer con las cualidades de mi mamá y tener hijos para educarlos como usted me educó. Me hubiera gustado mucho que la familia pudiera disfrutar de la vida sin Somoza, pero, bueno no ha podido ser”

(José Picado Lagos, Los años del verde olivo,  páginas 43-44)