lunes, 13 de agosto de 2012

"DIME ALGO SUCIO": COMO CADÁVERES A LA DERIVA

Dime algo sucio
Diego Ameixeiras
Pulp Books, Cangas do Morrazo (Pontevedra), 2011, 214 páginas.



Dime algo sucio es, junto con Querida Catástrofe, el título con el que debutó el pasado año un nuevo sello editorial: Pulp Books. Su autor, Diego Ameixeiras (Lousanne, 1976) ha contribuido con aportaciones importantes a la consolidación de uno de los subgéneros de la literatura popular que más lectores atrapa: la novela criminal o el subgénero negro / detectivesco. En el año 2004, con su primera novela Baixo mínimos aparecía en la arena literaria su héroe o atihéroe, el detective Horacio Dopico, con todos los indicios de inaugurar una serie, al estilo, por ejemplo de Carvalho de Montalbán. Y, en efecto, Diego Ameixeiras repite dos años después con O cidadán do mes (Xerais, 2006) y Horacio Dopico intenta penetrar de nuevo, con su sagacidad y también con su sorna punk y desengañada, en los brumosos territorios de los crímenes “made in Galicia”. Ese mismo año, su novela Tres segundos de memoria se hacía merecedora del Premio Xerais de narrativa. De ella están ausentes tanto su detective como el particular homenaje que, mediante la parodia, Ameixeiras quiso tributar a la novela hard boiled.
Dime algo sucio es su penúltima incursión en el género narrativo, una experimentación con el género negro, una novela “casi-negra”, pero ajena a cualquier código policial y a las pautas y convenciones genéricas. Está claro que Diego Ameixeiras no sigue al pie de la letra, ni de ninguna otra forma, los consejos en los que G. K. Cheterton desvela las claves del éxito del género detectivesco, si duda el más popular desde el siglo XIX, a pesar que el comienzo de su novela invita sin dudad a la investigación policiaca.
En el interior de una nave industrial abandonada, el cuerpo de una chica de quince años, con gran cantidad de semen en la vagina. Sobre su cadáver yace un hombre. Su camisa travesada por cuatro agujeros de bala, restos de semen en la ingle. Es el violador de la chica y la policía lo va a encontrar una vez que abra el día. Historia netamente criminal, pero sin detective y con un protagonismo coral: las vidas de la ciudad de Oregón, trasunto literario reconocible desde la primera página de Ourense. En efecto, el verdadero protagonista de esta novela, con estructura circular, es el vecindario de Ourense, sus vidas cruzadas, fragmentadas como los fragmentos que le dan vida a la novela. Vidas que buscan al menos una ilusoria esperanza en ese lugar vacío que es la ciudad cero. Por las páginas de la novela exhiben su deriva seres cuyas existencias nada tienen que ver entre si y que, sin embargo, acaban confluyendo por razones azarosas en la misma y tediosa desesperanza. En esa ciudad pequeña y agobiante, “lugar de fúnebre desconfiguaración”, cruzan sus vidas personas muy diversas: una pareja de novios adolescentes. Él, grafitero. Con “caligrafía pletórica” no solo opera sobre los pechos de su novia, sino también sobre los de alguna otra conquista. Un hombre negro con sueños y pesadillas que mueren cada semana, una pareja madura en plena crisis conyugal, una chica de quince años que se convierte en la nueva abeja reina del instituto, un chico con la cara cruzada por una cicatriz contratado para filmar una violación. Mujeres que fuman por no llorar… Todos y todas, cadáveres a la deriva que conviven con el asesino o el violador.
Ameixeiras en una cruda poética de la desesperanza, de la indefensión, de gente rota, sumerge al lector en el diario vivir de estos personajes insatisfechos, con su soledad, con sus patologías, a pesar de estar perfectamente integrados en el sistema, con el deseo, con el amor, con una sexualidad posesiva. Y, casi de una forma conscientemente dislocada, nos aproxima a la verdadera visión de la sociedad que nos rodea.
La novela estructura el fluir  de su trama de una forma circular. Con un ritmo marcado por la brevedad de sus capítulos por los que hace deambular al coro de sus antihéroes urbanos y a los que también pone en sus bocas las confesiones más triviales: las marcas y copas de los sujetadores, las tangas que comprar, las ventajas de la exfoliación o cosas tan prosaicas como las sensaciones que uno tiene al ponerse un piercing en la lengua. Nada pues de lirismo explícito, que tiene que manar, según afirma Ameixeiras, de la realidad a la que no debe estragar con una adjetivación lujuriosa. Construye pues Ameixeiras este fresco de derivas y derrotas con un leguaje urbano, coloquial. Sobriedad narrativa, prosa minimalista, pero sin renunciar al símil y a la metáfora (“El cuerpo de esa chica tiene unos ojos verdes que son como el mar, pero están muertos como un pozo negro”, página 11), que ponen un poco de luminosidad en la atmósfera desesperanzada de la ciudad cero.
La traductora, Carmen Pereiro, nos brinda una versión correcta, respetuosa con el gallego urbano y coloquial y también con la fraseología de la versión original. Respetuosa, así mismo con la toponimia ourensana y con la antroponimia gallega de este carrusel de personajes que se mueven entre las grietas opresivas y desoladas de la ciudad cero.

Francisco Martínez Bouzas



Diego Ameixeiras

Fragmento

                                                   

La ciudad cero

“El motor asfixiado de un autobús, el llanto de un crío, la sirena de una ambulancia que no llegará a tiempo. La melodía de Oregón al atardecer siempre se ha parecido a una marcha fúnebre. En esa hora incierta, se mezcla la derrota silenciosa del perdedor, que tiene una nómina imposible y a ese barrio de toda la vida con árboles muertos y persianas sucias, con la victoria de los balances y la calidez de las dietas que prefieren el jersey cruzado, el verbo compuesto y las mujeres por delante. Son dos mundos que se odian porque se tocan”(…) “La ciudad cero es un lugar vacío, un desierto inabarcable, una gran extensión seca donde un viento áspero ha barrido las señales del pasado y el sol irradia una luz blanca, cegadora. Para advertir su presencia hace falta llegar a la raíz y generar un cadáver que respire efluvios de la tierra desde la más absoluta desolación. La ciudad cero abre cada mañana su boca llena con un epitafio”

(Diego Ameixeiras, Dime algo sucio, páginas 139, 178)