sábado, 8 de septiembre de 2012

EL AMOR Y SU CONDICIÓN INVERTEBRADA

El final del amor
Marcos Giralt Torrente
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2011, 163 páginas.

                                         
                                   
                                                  
   Con El final del amor el escritor Marcos Giralt Torrente obtuvo el pasado mes de marzo el II Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, el de mayor dotación económica (50.000 euros) para un libro de este género de todas las letras hispánicas. El autor de París (Premio Herralde de Novela en 1999),  con los cuatro relatos que edita Páginas de Espuma vuelve al “antifaz” de la ficción después de  la agobiante inmersión confesional y autobiográfica en las complejas relaciones con su padre de su último libro, Tiempo de vida. Estas “azarosas catas en torno al amor” son su vía de escape de aquel clima asfixiante de las relaciones familiares, convertidas en trama ficcional.
   Cuatro relatos, pues, unidos por un  similar motivo temático, que viene sugerido por el título: el naufragio amoroso. Sobre el amor puede orbitar la narrativa de múltiples maneras, dejando de lado los lugares comunes y trasnochados efluvios románticos: el amor como monoteísmo, que, en alianza quizás con el deseo, justifica toda una existencia. Es el amor y todos sus hechiceros conjuros, milagros y aberraciones. O el envés del amor, en esa otra cara que conduce al desamor,  a su condición invertebrada, desarticulada en la lejanía irreparable, que con mucha frecuencia, incluso sin percibirlo conscientemente, comienza a extenderse entre los amantes.
   “Nos rodeaban palmeras” inaugura editorialmente estas lejanías. Un narrador homodiegético en el viaje que, con su propia pareja, realiza a una isla del Índico africano. Su matrimonio había alcanzado esa llanura en la que todo resulta demasiado trivial. Ellos dos se comportaban como dos náufragos en tierra que rehúyen mirarse para no tener que reconocer en los ojos del otro su propia condición. Pero sí miran a una pareja de alemanes que con ellos comparte la excursión, intentando captar en la ajena la misma degradación afectiva que carcome su propia convivencia como pareja en claro deterioro. El relato además está aderezado con una constante sensación de amenaza y desasosiego, como el mal de Kurtz, el sonido de la selva, lo irracional.
   El amor puede convertirse en un cautiverio. No hacen falta paredes ni cadenas. Basta la ausencia de pasión, un amor invertebrado, que se deja llevar como el que provoca el lento quebranto de las vidas en común de una pareja que, tras un largo peregrinar por medio mundo, termina viviendo en un cigarral toledano. El divorcio de espacios es una elocuente metáfora de ese otro divorcio más perturbador que destrozó sus vidas. Un primo y confidente de la mujer es el discreto narrador y testigo de la ruina.
   Solemos ser injustos con los amores que nos han hecho sufrir, confiesa Marcos Giralt en una de sus múltiples y sutiles matizaciones que proliferan en el relato “Joana”, para mi gusto el más logrado de la serie. En esta historia, el amor muestra su condición invertebrada en un querer de adolescencia. Un hombre maduro, de nuevo narrador homodiegético, evoca un amor de verano, cuyo recuerdo persiste a lo largo de los años, pero marcado, desde el inicio, por una inexorable fecha de caducidad. La empatía lectora no la provoca en esta historia la juvenil pasión amorosa, más platónica que real, sino las agudas y finas observaciones acerca de las interferencias familiares -la abuela, la madre y el hermano de la chica-, así como el inesperado y perturbador desenlace final.
   Finalmente en “Última gota fría”, un adolescente con la afectividad deteriorada por las roturas sentimentales de sus progenitores, fantasea con el engañoso espejismo de la posibilidad de un reencuentro de sus padres, cuya relación nunca se ha roto del todo.
   Cuentos que desafían el formato del relato breve y se acercan al de la novela corta. El tejido narrativo es de gran calidad. Prosa cuidada que se recrea muchas veces en prolijas matizaciones y sutiles observaciones. Historias contadas por narradores implicados en la acción y, en un caso, por un observador externo, pero muy unido a la pareja al borde del colapso amoroso. Esta densidad de la prosa de Marcos Giralt disfraza posiblemente el momento epifánico de la historia narrada -a diferencia del minimalismo americano- en una sobreabundancia de análisis, observaciones y matizaciones, pero su misma hondura y la calidad del texto hacen posible que los lectores se recreen no solo con estas tramas de amores no convencionales, sino también con la silueta de personajes complejos y con tejido de climas, sobre todo familiares, preñados de incógnitas

Francisco Martínez Bouzas



Marcos Giralt Torrente

Extracto

“Entonces se remontó a la estrecha relación que su padre mantenía con su propia madre, su abuela, y su sospecha de que fue esta la que lo había iniciado en las costumbres contra natura que reproducía con sus hijas, y me habló de una hermana de su padre, a la que nunca conoció, que, según le había relatado una vieja tata que aún vivía en Fort-de-France (Fort-de-France, me aclaró, la capital de Martinica), había consumido la totalidad de su corta vida huyendo de él. Hasta que, a punto de casarse con dieciocho años, horas después de descubrir en la cama de su madre a quien iba a ser su marido, había rasgado una sábana de esa misma cama, había atado un extremo a sus cuello y otro al balcón y había saltado”
(Marcos Giralt Torrente, El final del amor, páginas 124 –125)