miércoles, 12 de diciembre de 2012

EL MAL DE PORTNOY: UNA VIDA ERÓTICA DESAFORADA


El mal de Portnoy
Philip Roth
Traducción de Ramón Buenaventura
Editorial Seix Barral, Barcelona, 306 páginas.

   La prensa de todo el mundo se ha hecho eco estos días de que Philip Roth, a sus setenta y nueve años, se retira de la escritura, pero no sin antes concluir algunos proyectos que tiene entre manos. Entre ellos: finalizar una novela corta escrita a cuatro manos y vía e-mail con una niña de 8 años e iniciar la escritura de sus memorias conjuntamente con su biógrafo Blake Bailey, memorias que seguramente ampliaran su novela Los hechos. Autobiografía de un novelista, un recuento de sus orígenes narrativos. Buenas, regulares o malas noticias para los incontables seguidores del último Príncipe de Asturias de las Letras, eterno candidato al Nobel y figura preeminente de la actual narrativa norteamericana. Y una buena ocasión para volver a tomar en las manos una de sus primeras novelas, una de las más emblemáticas, Portnoy’s Complaint (1969) que Seix Barral traduce al español con el título, tan afortunado como discutible, de El mal de Portnoy.
   Una novela sin embargo con la que le llega el éxito y grandes críticas a Philip Roth y que se ajusta a las grandes líneas de su escritura: la exploración de la naturaleza del deseo sexual a través del monólogo interior, grandes dosis de humor, vigor enajenado y una profunda humanidad. Asociadas todas ellas a sus héroes o antihéroes. Sin que falte por supuesto la cuestión judía, casi siempre presente en la narrativa del escritor. Ni tampoco los guiños cómplices, porque ese mal, ese trastorno llamado así por Alexander Portnoy (1933-    )     en el que “los impulsos altruistas y morales se experimentaban con mucha intensidad, pero se hallan en perpetua guerra con el deseo sexual más extremado y, en ocasiones, perverso” (Nota introductoria), no está catalogado como enfermedad, es un artificio, un invento del narrador.
   El mal / lamento que aqueja al protagonista, Alexander Portnoy, se verbaliza en los monólogos que éste mantiene con su psicoanalista al que le confiesa que su vida  ha estado vencida por un mal incurable: la obsesión por el sexo. Tal estado obsesivo y la necesidad de contárselo al psicoanalista dan lugar a un extenso monólogo  -el psicoanalista solamente habla en la última línea de la novela- en el que el protagonista, nacido en el seno de un familia judía en los años treinta, realiza un verdadero ajuste de cuentas con su propia existencia, haciendo emerger de forma errática varios episodios de su vida. Sucesos, peripecias presididas casi todas por la tensión entre sexo y culpabilidad, que hiere profundamente su personalidad. Porque Portnoy que profesionalmente ha alcanzado el éxito, “se mata a pajas” (sic), víctima de desaforado onanismo que además fabrica en su mente un modelo proteico de mujer ideal (o una activista de los derechos civiles o una psicótica con la que mantiene una relación tan protectora como frustrante.)
   El conflicto tiene su génesis en la estricta educación judía que la madre impone al hijo durante su niñez y adolescencia sobre todo lo referente a la sexualidad, precisamente en los momentos del movimiento hippy y de la revolución sexual. Por eso mismo, la novela se inicia con un primer capítulo en el que se aborda la estructura familiar, seguido de otro (“Pajas”, pagina 25) que de forma inmisericorde, enfrenta al personaje con su despertar sexual: un furioso onanismo, masturbaciones de todo tipo, descritas al detalle, seguidas de un aterrador sentimiento de culpa. Una amalgama en definitiva de pulsión y de temor al castigo, similar a la vivida en muchos otros países  por los adolescentes de aquellos años. Vendrán después otros capítulos (“Loco por el coño”, página 87, “El tipo de degradación predominante en la vida erótica”, página 202), en los que se arremolinan anécdotas de sus gatuperios amorosos, con un deseo desenfrenando por las chicas shikses (no judías). Una forma, como se ha escrito, de vengar la condición de clase relegada de su padre. No copula con las anhelados chicas  shikses, sino con sus antecedentes familiares. Las cosas no mejorarán con la llegada de Portnoy a Israel, la tierra prometida. Allí pretende seducir a una mujer judía, duplicado de su madre. Un nuevo y definitivo fracaso.
   La novela se desarrolla como las matrioskas: encastrando anécdotas tras anécdotas, unas dentro de otras. En ese tránsito de muñecas rusas, surge un personaje perfectamente delineado que se debate entre el desenfreno del deseo sexual y sus propias inhibiciones. Así pues, mal y lamento (título que tuvo la novela en otras ediciones españolas: El lamento de Portnoy, que pone el acento en las lamentaciones de Portnoy ante su terapeuta, pero que casa perfectamente con el de esta edición: El mal de Portnoy, que, por el contrario, resalta la dolencia psicológica de la que es víctima el protagonista.
   En el momento de su publicación (1969) la novela fue acusada de obscena y pornográfica y suscitó fuertes críticas en ciertos sectores de la comunidad judía. Como confiesa Roth, en 1969 no solo escribió Portnoy -eso fue fácil- sino que también  se convirtió en el autor de Portnoy’s Complaint  y lo que tuvo que enfrentar en público fue la trivialización de todo.
   Novela ácida y  a la vez sumamente divertida. Roth realiza en esta novela verdaderas exhibiciones de comicidad, de humor corrosivo, sobre todo frente al judaísmo: sus tradiciones, su visión de la vida, las represiones sexuales. Un texto pues que bascula entre la hilaridad y los rescoldos de  la amargura, escrito con un lenguaje “íntimo, detallado y abusivo.”

Francisco Martínez Bouzas 




Philip Roth

Fragmentos

“Luego vino la adolescencia: media vida encerrado en el cuarto de baño, aliviando la minga en el inodoro, o en la cesta de la ropa sucia, o ¡plaf! contra el espejo del botiquín, ante el cual me plantaba con los calzones bajados, para poder comprobar qué aspecto tenía aquello al quedar expuesto(…) En mitad de una clase, levantaba la mano pidiendo permiso, me precipitaba por el pasillo en busca del retrete, y me aplicaba diez o quince menos salvajes, ahí mismo, de pie contra el urinario…”

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“¿He mencionado ya que cuando tenía quince años me la saqué del pantalón y me la meneé en el autobús 107, volviendo de Nueva York?”

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“Y ¿fue mi madre cómplice de todo aquello? ¿Sumó dos tetas y dos piernas y le salió cuatro? A mi me parece que me ha costado dos decenios y medio completar tan arduo cálculo…No, de veras, tengo que estar inventándomelo. Mi padre ¿con una shikse? No puede ser. Era algo fuera de su alcance. Mi padre ¿follaba con shikses? Tendré que admitir, si me obligan, que follaba con mi madre. Pero ¿con shikses? Antes me lo imagino asaltando una gasolinera.”

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“Tengo relaciones que duran todo un año, un año y medio, meses y más meses de amor, tierno y voluptuoso, pero al final -tan cierto como vamos a morir- el tiempo pasa y el deseo se reblandece. Y acabo sin poder dar el paso final, es decir, casarme. Pero ¿por qué habría de casarme? ¿Por qué? ¿Hay alguna ley que diga que Alex Portnoy tiene que ser marido y padre de alguien? (…) Puedo pasar semanas y más semanas viviendo aterrorizado por la culpa de la proclividad de esas chicas inclinadas al matrimonio a arrojarse a las vías del metro, pero no puedo, me es sencillamente imposible, no lo haré, eso de obligarme por contrato a dormir con una sola mujer durante el resto de mis días. Figúrese: suponga que voy y me caso con A, con sus dulces tetas, etcétera, ¿qué ocurrirá cuando aparezca B, que las tiene todavía más dulces -o, en todo caso más nuevas? O cuando aparezca C, que menea el culo de un modo especial, nunca por mi experimentado antes; o D, o E o F.”

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“Estoy diciéndole, doctor que con estas chicas (las shikses, no judías) no es tanto que les meto la polla a ellas: más bien se la meto a sus antecedentes familiares: como si así, a base de polvos, fuese descubrir América. Conquistar América, digamos con más propiedad. Colón, el capitán Smith, el gobernador Winthrop, el general Washington y, ahora Portnoy. Como si mi destino manifiesto consistiese en seducir a una chica de cada uno de los cuarenta y ocho estados. En lo tocante a las mujeres de Alaska y de Hawai, la verdad es que no despiertan mis sentimientos, ni para bien ni para mal: no tengo cuentas que saldar con ellas, no tengo cupones que canjear con ellas, no tengo sueños que necesiten descanso.”

(Philip Roth, El mal de Portnoy, páginas 25, 87, 95, 114-115, 259)