viernes, 27 de diciembre de 2013

EN LA DIÁSPORA LONDINENSE DE LOS AÑOS 60



Veiga es como un tiempo distinto
Eva Moreda
Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2013, 128 páginas.


   La canguesa editorial Pulp Books edita en español una novela breve de Eva Moreda (A Veiga, Asturias, 1981), que en el año 2010 se hizo merecedora de la IX edición del Premio Terra de Melide. Publicada originalmente en gallego en abril de 2011, aparece ahora en español, en traducción de Iolanda   Mato. La autora que conoce cabalmente el mundo de la emigración en el Reino Unido -ella misma ejerce labores docentes en el departamento de Música de la Universidad de Glasgow- nos acerca ficcionalmente, no a la actual y difícil diáspora de miles de jóvenes emigrantes en Inglaterra, sino al recorrido vital de una comunidad de emigrantes gallego en los años 60. Y lo hace echando mano de dos protagonistas prototípicos, así como de las vivencias de otros personajes secundarios que, a pesar de su rudimentario inglés intuitivo, se las ingenian para ganarse la vida limpiando oficinas siempre de noche o ejerciendo de camareras y ayudantes de cocina en restaurantes y hoteles. Y eran fieles a ciertos hábitos como visitar Portobello Road los domingos. Todo en Londres, ese mayúsculo animal que cambia constantemente, aunque para mucha gente siga siendo su aldea.
   Los dos protagonistas, Gelo de A Beiga y Elisa de los Barreses se encuentran precisamente en Portobello Road y con el encuentro revive el ardor de los sentimientos, la antigua relación, la desidia y la sorpresa. Pero también allí nace el miedo. Así se abre esta novela de Eva Moreda sobre la emigración gallega en Londres. Una pieza literaria de escasas páginas, pero de indudable calidad. Los dos protagonistas de la historia narrada se habían aventurado en la emigración londinense en la década de los 60. Muchos de los que en aquella época o en años posteriores intentamos la misma aventura, sin ninguna otra garantía que la que poseen los que en nuestro tiempo pretenden llegar a las costas de Europa en pateras, nos sentimos necesariamente retratados en esta novela sobre la emigración en ese microcosmos complejo que es la ciudad de Londres. Por eso mismo, y es mérito de la autora, los gallegos y gallegas que emigraron a la capital del Reino Unido en las décadas de los 60 y 70, dejan su huella ficcional en las páginas de este libro. Se sentirán, por lo mismo retratados en los recorridos vitales diferentes e los dos protagonistas y también en las existencias de otros emigrantes económicos, personajes secundarios que asentaron su existencia en la capital británica. Allí trabajaron, ganaron el pan y reaccionaron de forma compleja y desigual frente al nuevo entorno.
   Lejos, case a una distancia infinita queda el lugar natal de los protagonistas, esa A Veiga, metáfora de todas las aldeas gallegas que nutrieron durante aquellos años la emigración, porque, cuando uno marchaba “tan lejos” era marchar de verdad y A Veiga queda congelada, como ese “tiempo distinto” que con tanta elocuencia rotula el libro.
   Los dos protagonistas diseñados por la escritora, actantes de la acción narrativa que articula la historia contada, son, como ya quedó reflejado, Gelo y Elisa. Dos personas de A Veiga que compartieron sentimientos tiempo atrás. Perdida la relación, se encuentran años después en la emigración londinense. Y allí con su inglés incipiente y ejerciendo los trabajos prototípicos de la emigración gallega en Londres (limpiadoras nocturnas de oficinas, camareros/as, cocineros/as), renace entre ellos aquel espacio íntimo que los había unido. Pero cada uno sigue un camino vital diferente y su relación se ve sometida a altibajos.
   Sin embargo, ni Gelo ni Elisa son personajes planos. La narradora sabe moldearlos con acierto, extrayendo de los mismo toda la complejidad de un ser real, por lo que  a veces parecen contradictorios y sorprendentes, especialmente la protagonista femenina. Y en ese animal londinense que cambia constantemente, un hormiguero en transformación, algo insólito en aquellos tiempos en la Galicia de la que provenían, interactúan perfectamente. Descubren el sindicalismo, la organización de los trabajadores, el movimiento de liberación de la mujer, los anticonceptivos, las actions delante del Parlamento. Mas también se dan cuenta de que, después de los años transcurridos en Londres, son extranjeros en su lugar natal, y seguramente lo siguen siendo en la capital británica. De ahí las coherentes palabras que Elisa, la verdadera heroína de esta novela, en las que afirma con rotundidad, antes de entrar en la prisión de Holloway, que ella es de todas las partes del mundo donde hay mujeres, donde existen limpiadoras, extranjeros, donde hay gente que sufre y llora.
   Eva Moreda presenta una novela original, con el empleo de una técnica narrativa cuidada y eficaz. Su relato se asienta en una voz  -la de Gelo- que habla en primera persona. A través de sus ojos y de su monólogo descubrimos a Elisa de los Barreses y al resto de los personajes secundarios que forman el grupo de los emigrantes gallegos en Londres. No obstante, la voz del protagonista masculino desvela eficazmente las características de la emigración gallega y su interacción social, contadas desde una perpectiva femenina, porque es Elisa la que renace constantemente, la que es sensible al cambio social, la que interactúa respondiendo a los apremios novedosos del hormiguero londinense. Una prosa elegante, ágil, bien articulada, pero sin arrebatos líricos -repugnarían con el tema-, un gallego cuidado hacen de esta novela de Eva Moreda un producto narrativo maduro que ahora pueden disfrutar también los lectores españoles.

Francisco Martínez Bouzas


 

Eva Moreda



Fragmentos

“Al día siguiente, Tino le escribió a su patrón. Una semana después, recibió la respuesta de su jefe, Mister Stobart. Estaría encantado, decía, delighted, de emplear a Mister Martínez como camarero, con una jornada de cuarenta horas semanales repartida en seis turnos y un salario de quince libras por semana. Casi fue Tino el más ilusionado de los dos; yo andaba demasiado ocupado yendo por las mañanas de la policía al médico y del médico al ayuntamiento y escuchando a mi amigo por las tardes: sus fábulas hablaban de lluvia y mala comida y autobuses rojos de dos pisos y metro y jefes benevolentes y clientes excéntricos y, sobre todo, inglesitas que se dejaban hacer de todo sin poner objeción alguna. Y del verdadero motivo de su estancia en la ciudad, que no me lo desveló hasta que me tuvo seguro en su barca.”

…..

“Londres es una ciudad difícil de explicar a quien no la conoce. Desperdigada sin razón al norte y al sur del río, y creciendo sin control por todos los extremos, ni los que nacieron aquí saben muchas veces dónde empieza y dónde acaba. Los Stobart dicen que Croydon no es Londres. A mí, en cambio, Tino me cautivó desde el principio para      que viniese a Londres, y en Londres estoy, aunque aquí le llamen Croydon. Londres es el único lugar que conozco de Inglaterra, y quizás por eso, cuando pienso en Londres, no puedo evitar también en Brighton -el único otro lugar que conozco de Inglaterra, porque la Isla de Wight está ya mar por medio y no parece el mismo país- como parte de la misma ciudad, como la playa de Londres. Quizá Londres, la misma ciudad que pareció tragarte durante las últimas semanas, llega siempre hasta donde uno quiere que llegue. Y esto, por el sur, puede ser Croydon, o Brighton. Y a veces, cuando pienso en Londres -y últimamente pensé mucho, mucho, pensé en todas sus partes y en cuál pudo haber sido el sitio donde Londres te engulló- el límite de la ciudad por el sur puede estar en Miou.”

(Eva Moreda, Veiga es como un tiempo distinto, páginas 15-16, 97)

miércoles, 18 de diciembre de 2013

COMER PRA ESTABLECER NUESTRO LUGAR EN EL MUNDO



Comí
Martín Caparrós
Editorial Anagrama, Barcelona 2013, 231 páginas.

   Cincuenta y nueve mil parecen ser las veces que ha comido una persona de cincuenta años, según afirma el escritor argentino Martín Caparrós. Y añade que sobre algo que hemos realizado tantas veces, deberíamos haber desarrollado algún tipo de sabiduría. Pero no, nuestro conocimiento sobre la comida queda en manos de especialistas, se ha transformado en gastronomía. Saber sobre nuestras comidas, repasar nuestras vidas a través de ellas es el propósito de esta novela de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), autor de una veintena de libros, entre ellos Los Living (Premio Herralde de Novela, 2011).
   Comí, en palabras de su propio autor, es un libro muy raro, con un formato híbrido discutible: a caballo entre el ensayo, el libro de memorias, la autobiografía (confusamente autobiográfico) y la pura ficción sobre la complejidad de una realidad como es el hecho tan natural y ajeno normalmente a nuestra reflexión de ser un cuerpo, con la cantidad de cosas que suceden en nuestro cuerpo, apostilla el escritor.
   Un hombre, un tal señor Caparrós, personaje y voz narradora cae bajo el dominio de la máquina médica, representada por el doctor Bellone. Deben realizarle una videcolonoscopia. Nada complicado, solamente tres días. Y para poder hacérsela, tiene que guardar ayuno y vaciar completamente su intestino. Ningún problema porque además usted ya ha comido mucho en su vida, reitera la voz de la máquina médica. Su aparto digestivo le pide ahora una devolución de favores. A partir de aquí, al paciente se le ocurre autodefinirse, detallar su pasado, aunque le aterre, como ser que comió y come cada día. La siguiente preocupación será saber qué significa comer mucho, saber cuánto ha comido.
   El personaje rememora entonces los episodios de su vida relacionados con la comida hasta su entrada en el quirófano. Un amplio abanico de acciones que el protagonista contabiliza, asociadas no solo con los alimentos, sino también con las sensaciones, con los sentimientos, con los afectos, sobre todo maternos, con lo recuerdos que, como la magdalena proustiana, asociamos a ciertas comidas y a determinados momentos: por ejemplo, la leche humana que comemos en nuestros primeros meses de vida como si comiésemos a nuestra madre.
   Pero comer no solo es deleitar las tripas. Comiendo establecemos nuestro lugar el  mundo, porque las comidas me constituyen como cultura, forman parte de nuestra historia. Comer nos configura como explotados o explotadores, aunque es bien cierto que las abstinencias no solucionan nada ni acaban con la explotación ni con las plusvalías. Pronto aprendemos a comer no solo por hambre, sino por rendirle un tributo al placer, a la ilusión de que el pasado  no se fue, sigue vivo en los gustos y aromas.
   De este modo, durante tres días y hasta su entrada en la sala de operaciones, el protagonista, a la vez que vacía su estómago y sus intestinos, hace lo mismo con su vida. Una evacuación  total de su existencia solitaria y de su vida familiar con su pareja y su hija. Reflexión pues sobre la comida, sobre el poder de la maquinaria médica a la que sometemos nuestros cuerpos. Y recuperación de múltiples episodios de la vida del protagonista que a veces se parece a Martín Caparrós y otras no y que en el fondo es un personaje de ficción.
   La novela, que  forma parte de la “Trilogía monstruosa” del escritor argentino (Entre comidas, Comí y Hambre), piezas literarias con la comida como hilo conductor, no solo es una ruptura de géneros, como reivindica el autor, sino un libro cuyo género no se puede definir  claramente.
   En el texto e Martín Caparrós se reserva un lugar muy especial y más bien desabrido a la medicina, a su poder omnímodo sobre nuestro cuerpo (“Uno hace muchas más búsquedas cuando se quiere comprar un teléfono móvil que cuando se pone en manos de un doctor que es  a la vez verdugo y salvador).
   Un cierto aire satírico, especialmente cuando el texto toca temas literarios, buenas dosis de humor, un juego de personajes (el protagonista es y no es a la vez es mismo escritor) salpican  y convierten en placentera la lectura de este libro “muy raro” que en más de una ocasión no deja de inquietar nuestra conciencia.

Francisco Martínez Bouzas




Martín Caparrós

Fragmentos

“Comer -cierta manera de comer- es deshacerse del mundo. Pero también es meterse el mundo en el cuerpo: comer unas papas fritas es tragarse el trabajo de unos jujeños que emigran cada año al sur de la provincia de Buenos Aires para la cosecha de la papa y se hunden en el barro y duermen en barracones fríos durante semanas por una paga vergonzosa mucho mayor que la que pueden conseguir en sus lugares. Comer un bife es sostener un sistema de transporte en el que camiones manejados por sindicatos poderosos gastan miles de litros de combustible para llevar esa carne viva hasta un centro de concentración del poder económico. Comer unos brotes de soja es masticar el nuevo orden argentino basado en la explotación depredadora de tierras que se agotarán en unos años, vacías de población y derrochadas. Comer es llevarse a la boca relaciones de producción, biografías, injusticias varias, usos de los recursos naturales, conflictos internacionales, tabúes religiosos, elecciones culturales, más y más biografías. Yo lo sé, lo escribí, no lo puedo ignorar –y no lo ignoro cada vez que como.”

…..

“Pero soy un cobarde. Fracasé porque soy un cobarde y, porque soy un cobarde, no pude terminar de resignarme a ese fracaso. Últimamente ando diciendo -como quien no quiere la cosa, sin proclamarlo, como si no lo dijera realmente ando diciendo- que toda literatura debería ser póstuma: que todo libro debería publicarse cuando su autor ya ha muerto, cuando esa figura infecciosa del autor ya no interfiere con la lectura de sus obras, cuando el libro importa por sí mismo y no por lo que pueda producir –de dineros, de pequeña reputación, de prebendas baratas –para quien lo escribió.

-Toda literatura debería ser póstuma.
He dicho –o, más que dicho, susurrado-tantas veces. Y nunca aclaré el malentendido que la frase suscita: que yo, su promesa ex promesa, voy a cumplir con la premisa: que escribo textos y más textos que reservo para después de muerto: que, por fin, encontré el modo de no dejar de ser el que será.”

(Martín Caparrós, Comí, páginas  33-34, 101)

sábado, 14 de diciembre de 2013

"LA NOVELA PERDIDA DE BORGES", UNA NOVELA FRACTAL



La novela perdida de Borges
Pablo Paniagua
Ediciones Nowtilus, Madrid, 2013, 238 páginas.

   Esta novela, si le hacemos caso a la presentación editorial, es un “prodigioso ejemplo de novela fractal”. El fractal (“fractus”, fraccionado) es una conquista de la ciencia moderna o posmoderna, esa ciencia que surge  como ruptura frente  a  la arquitectura racionalista. Trasladada esa infinita dirección al campo literario, el mismo Pablo Paniagua la define así: “aquella que multiplica lo signos lingüísticos dentro de un orden sintáctico, como si se tratara de un juego de espejos que busca en su repetición, en ese juego, una dinámica dentro de lo infinito, de lo laberíntico o lo circular”. Pocos escritores poseen el bagaje de Pablo Paniagua para afrontar el reto de escribir una novela fractal. Porque este madrileño, trasterrado a Guanajuato (México), escribe sobre todo literatura experimental, convencido como está de que es preciso abrir nuevos caminos. Artista conceptual, emplea la palabra como material de trabajo. Iconoclasta, antisistema, periférico, utiliza con frecuencia la literatura para subvertir. Y en esta novela Pablo Paniagua asume la apuesta de narrar el mundo con las mismas herramientas con las que lo hace la ciencia y, como en su día, ya lo hicieron Cortázar (“Continuidad de los Parques”), Borges (“El Jardín de senderos que se bifurcan”) o Georges Perec (“El aumento”).
   Pero en La novela perdida de Borges, además de múltiples detalles fractales, también hay una trama y sobre todo una desmitificación de Borges. La trama deriva su desarrollo de las respuestas a un interrogante: Jorge Luis Borges nunca escribió una novela en formato largo. ¿Cuál fue el motivo? ¿Qué razones psicológicas originaron tal hecho?  John Lehninger, un discutido y polémico historiador canadiense, expulsado de México por haber declarado que la imaginación y la creatividad de Juan Rulfo eran muy limitadas, se dispone  a responder a esa pregunta en una conferencia que imparte en Madrid, en la que revela que Borges era, en efecto, incapaz de componer un texto literario extenso, inepto “para extender el tiempo narrativo” (página 23), a la vez que se regodea con la adicción de Borges a utilizar palabras aparatosas, como el adjetivo “inextricable”, con el que el historiador canadiense titula su conferencia (“El inextricable Borges”).
   Intenta probar la primera hipótesis haciendo referencia a un inconcluso manuscrito de 69 páginas que ha podido cotejar, y que Borges fue incapaz de finalizar debido a la sumisión a una madre dominante y a su falta de virilidad que lo convertía en Georgie. Entre el público que le abuchea -otros le aplauden-, hay un joven que le asesina al grito de “¡Viva Borges!”. Asisten  a la conferencia y son testigos del asesinato dos estudiantes de Literatura, el madrileño Jorge Luis, que se empecina en llamarse Witold Borges y la mexicana Aurora Yazbeck. La chica, en buena medida por sus atributos físicos, convence a Jorge Luis para trasladarse a México e ir tras las pistas del manuscrito de Borges. Y en efecto se trasladan al país azteca,  a la ciudad de Guanajuato, donde serán testigos y se verán inmersos en una historia repleta de peripecias: dudas, recelos, sexo, chantaje, traición.
   La novela concluye con un apéndice ensayístico (“¿Qué es la literatura fractal?”) en el que Pablo Paniagua muestra de manera práctica las características más significativas de la literatura fractal (Desdoblamiento, Visión caleidoscópica, Dinámica circular, Dinámica cíclica, Dinámica laberíntica, Dinámica en la repetición, Dinámica en la mutación, Juego de espejos, Dinámica concéntrica, Proceso invertido). Muchas de esas marcas de una lógica fractal aplicada a la literatura cobran vida en La novela perdida de Borges. Desdoblamiento, duplicidad o triplicidad de voces: el Borges argentino y el joven estudiante madrileño, Jorge Luis Borges que, a su vez, se irá transformando en Witold Borges. Pero es, sobre todo, en el capítulo 22 (páginas 83-86) donde el autor nos ofrece un amplio muestrario de la multiplicación de elementos que constituyen la dinámica fractal que fecunda la novela, multiplicación asentada en la repetición, en una autgeneración de formas, del número 69, tal como en el año 1985 concibió la geometría fractal Benoit Mandelbrot. Son 69 capítulos los que tiene la novela, como las páginas del manuscrito perdido de Borges. El 69 es el número de la habitación en el hotel de la secretaria del conferenciante canadiense; el corazón de Aurora late a 69 pulsaciones por minuto y son 69 así mismo los años que tenía Borges cuando en el año 69 se tomó una fotografía en París; 69 es el número que representa el yin y el yang; Witold Gombrowicz, el contrario y a la vez complementario de Borges, falleció en el año  1969…en fin, el 69 es la postura en la que por primera vez el Borges madrileño hace el amor con Aurora.
   Escrita en primera persona, con desdoblamiento de voces, que en realidad son la misma voz, más la de un ensayista, La novela perdida de Borges desmitifica desde la audacia e irreverencia la obra y la figura del escritor argentino. Pero en la novela, mezcla de géneros y profundamente metaliteraria, coexisten otros planos narrativos que pueden ser del agrado de aquellos lectores que huyen de los experimentalismos literarios: componentes eróticos, tramas policíacas, misterio, breves textos ensayísticos…pueden ser así mismo un buen reclamo para acercarse a esta novela.

Francisco Martínez Bouzas


Pablo Paniagua

Fragmentos

“Me llamó Jorge Luis Borges  y soy todos los Jorge Luis Borges, tanto el famoso poeta y creador de opúsculos metafísicos, como el joven estudiante de literatura y aprendiz de escritor, y también narrador de una parte temporal de este libro, que acaba de presenciar, en compañía de la preciosa Aurora, la impecable disertación de John Lehninger. El primer Borges, al final, supo de mi existencia cuando el segundo aún ni la sospecha, pues yo soy el generador de esa conciencia que se multiplica en todos los instantes de sus vidas, un flujo fractal como reflejo repetido de una misma idea, de una imagen con nombre y apellido: para un hombre que fue joven y para un joven que será hombre, como el yin  y el yang que mutuan siendo opuestos para encontrase, para intercambiar sus papeles, en un juego sin fin. Ésa es la ventaja de saberse conciencia, de ser, de poder transitar por el espacio y el tiempo sin un cuerpo físico, como un  alma que entrapara gobernar la materia, un pensamiento, traspasando ese simple estado para escrutar el acontecer y situarse por encima del mismo pensamiento, para convertirse en conciencia reinspiración: el pensamiento que sabe sobre su propio pensamiento, sobre su razón de ser.”

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“Según parece, ya Jorge Luis sospecha de mi existencia y no sabe si obro por cuenta propia o es una parte desconocida de su ser: la voz del escritor. Ambas cosas, diría yo. Es la parte creativa que está por encima de la conciencia y sus pensamientos, son otros instantes y sus circunstancias u otras circunstancias con sus instantes. Ya está naciendo el Jorge Luis Borges que luchará contra el otro Jorge Luis Borges para marcar la diferencia. ¡Qué divertido juego! Yo luchando a través de otro conmigo mismo, pues yo soy, como ya dije, los dos Jorge Luis Borges. ¡Eso es lo que hago para subsistir y superar lo que fui!”

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“Después de la comida, Aurora me llevó a una habitación y dijo nada más entrar:
-Ésta es la habitación de Marta.
No sabía para qué subíamos o por qué me quiso mostrar la habitación de su hermana, ni qué cosa importante tendría que decir, pues sólo se limitó a mirar con ojos libidinosos y a empujarme sobre la cama, a reclinarse sobre mi cintura, desabrochar el cinturón, los pantalones, y buscar mi pene para meterlo dentro de su boca, con un succionar lento de arriba para abajo. Yo estaba en la gloria, en el mismo paraíso, sabiendo que mi parte más íntima y querida estaba dentro de la boca de la mujer soñada. Ella chupaba como una verdadera profesional, mientras yo la observaba complacido. Luego, cesó en su tarea y nos besamos. Alargué una mano para empezar a quitarle la camiseta; ella se echó para atrás, supuse que para hacerlo por si misma y enseñarme por primera vez sus pechos, pero nada de eso pasó y tan sólo se limitó a decir:
-Si quieres que continúe, tienes que hacerlo primero con mi hermana.”

(Pablo Paniagua, La novela perdida de Borges, páginas 27, 81, 131)

lunes, 9 de diciembre de 2013

HISTORIAS AL FILO DE LO COTIDIANO O NO TANTO



¿Habla usted cubano?
Marieta Alonso Mas
Talleres de escritura creativa Clara Obligado, Madrid, 2013, 78 páginas.

   Marieta Alonso, cubana de nacimiento transterrada en Madrid ya desde hace muchos años, pierde su virginidad literaria -afortunada metáfora de su abuela/profesora, Clara Obligado- con este libro en solitario. Con anterioridad sus relatos habían visto la luz en otros medios de maternidad colectiva: revistas y antologías. Y la pierde en la microficción, en el relato breve, porque por algún sitio/género se ha de comenzar, como ella misma confiesa; pero con la clara conciencia de los retos que asume: jugarse la vida en las primeras líneas, como diría Andrés Neuman y, si se sube la apuesta, jugárselo todo en contados párrafos. Pero la autora asume estos retos con atrevimiento y a la vez con el temblor del primerizo. El resultado termina siendo a la vez bendición, estímulo, escritura sedante.
   Y así entre “Deslices”, “Inocencia”, “Entelequias”, “Locuras de amor” y “Barbaries”  -los epígrafes con los que la autora rotula las partes en las que estructura la carga diegética de sus relatos- asistimos  al nacimiento literario de Marieta Alonso, al reventar de su fantasía en un derroche de imaginación, en ingrávidas ocurrencias, a sus juegos de palabras nutridas seguramente en la materia de los sueños o en los manjares de la vida despierta, del día a día, con sus rutinas diarias, manantiales para la imaginación transformada en palabra escrita, con trabajo, voluntad y paciencia.
   Relatos breves, muchos de ellos con sabor y acentos cubanos, no mancillados por ese discutible criterio de la “traducibilidad” que suele exigir la industria editorial española y que, por consiguiente, nos permiten disfrutar de un verdadero frenesí de usos locales del idioma que con su colorido, en este caso, nos acercan a la Cuba natal de la escritora. Porque, por mucho que lo niegue unos de sus personajes, hablar el mismo idioma tiene sus ventajas.
   Es justamente la riqueza de esos usos locales de la lengua común la que alimenta la trama de algunos de los relatos, como el de la cubana que se hizo española gracias a su abuelo que era de Valladolid y que sesea haciendo honor a sus orígenes. Imaginación y un atrevido sentido del humor es lo que mana de ese español-cubano de la peluquera  de su primer relato, peluquera con “ñañarita en el calcañal”, que otea a su clientela, a las habituales y, sin mala intención, si con ella somos benévolos, se va de la lengua. ¡Menos mal que lo hace en cubano! También imaginación, amalgamada con dolor de cabeza en la delineación de ese fontanero, un verdadero “letraherido”, que se topa con Borges, con la prisión de sus laberintos y la amenaza de los fantástico y que, no obstante, le permiten ver el mar, la nieve, el vapor de agua, desiertos, el universo entero.
   Como no podía ser menos, también el circo y sus infinitas historias, con sus magos y magias, hacen acto de presencia en los relatos de Marieta Alonso, mas en este caso como vocación frustrada, mejor dicho, prohibida, porque el padre elige para el hijo un título universitario, la sustanciosa cuenta bancaria y el matrimonio con Pelo Pobre, en vez del aplauso atronador.. Y al lado de la frustrada vocación por el circo, las travesuras infantiles, convertidas poco menos que en proezas, pero no exentas de los correspondientes castigos ni del minuto de gloria.
 Y así, transitando la misma senda y luciendo una excelente capacidad para convertir el  vivir diario con sus pequeños o grandes acontecimientos, sus anhelos, temores y también pesadillas, hasta veintiséis  relatos, preñados de borbotones de ironía; historias en cuyo centro de gravedad se encuentran existencias anónimas que viven su cotidianidad o momentos singulares entre soledades, frustraciones o pequeños consuelos. A Marieta Alonso cualquier cosa o pequeño detalle le provoca una historia que su imaginación, ataviada con las galas de un humor, a veces suave otras, esperpéntico y cruel, transmuta en sueño y su habilidad con la lengua en hermosas y a la vez sencillas palabras que suscitan en nosotros, lectores, la sorpresa, la sonrisa, la placidez o el deseo de proseguir con la historia a partir de las bellas condensaciones de esta tejedora de sueños.
   Prosas, pues, muy variadas en sus planteamientos, moviéndose la voz narradora entre lo posible y aquello que solamente cobra vida en la fantasía. Pero unidas por la fina costura de una lengua pulcra, pulida que convierte así los cotidiano, lo anormal -sin que falten las locuras de amor con sirena de testigo- en material literario.

Francisco Martínez Bouzas



Marieta Alonso, en la presentación de sus libro

Fragmento

Sirenas

“Estoy desquiciada. Con lo que me ha costado conseguir a mi hombre. Él, de nacimiento y como hobby, es…el perfecto mujeriego. Como todas tenemos lo mismo, aunque a unas le luce más que a otras, utilicé la inteligencia…y me llevé el gato al agua.
Le encanta el mar. Tiene una zodiac y vamos de Santa Pola hasta la isla de Tabarca. Nos dicen que con el motor de la zodiac es una locura pero él es así. Un temerario. Me subo al bote con el corazón en la garganta porque soy de secano, ni se nadar, ni llevar una barca…, el pescado me da alergia.
Durante meses ninguna nube oteó en nuestro horizonte. La soledad de la barca nos unía lo que nunca pude imaginar. Pescaba, se daba un chapuzón y volvía a mí, que permanecía leyendo en aquella chalupa.
Una tarde nos quedamos los dos ensimismados con una  puesta de sol maravillosa, las manos unidas, mi cabeza sobre su hombro y de fondo…un canto melodioso. Nos recreamos en el sonido hasta que sentimos un peso lateral. Miramos a la vez y nos encontramos con una sonrisa preciosa y un busto de mujer meciéndose entre las olas. Su cola de pez se bamboleaba a un ritmo hipnótico. La melodía seguía acariciando nuestros oídos. Cerré los ojos y los volví abrir dos veces porque no me creía lo que estaba viendo.
Lo que es la aparición pasaba de mí. Solo tenía ojos para él y él no apartaba de ella su mirada. Sus ojos le decían lo que nunca me habían dicho a mí.
Aquel ser mágico con su mirada y su sonrisa le prometía un mundo maravilloso. La atracción se hacía patente. Mi hombre se levantó haciendo que la barca se moviera con gran peligro y sin previo aviso se hundió en el Mediterráneo.
Sigo sin reaccionar. La sirena desapareció con él…y yo estoy mar adentro.”

(Marieta Alonso Más, ¿Habla usted cubano?, páginas 53-54)

domingo, 1 de diciembre de 2013

LA LITERATURA, ESA AMANTE EXCLUYENTE



El móvil
Javier Cercas
Tusquets Editores, Barcelona, 110 páginas
(LIBROS DE FONDO)
 

    El móvil (1987) es la primera obra narrativa de Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962), escrita y publicada a sus veinticinco años, mientras era profesor de la Universidad de Illinois. Al rebufo del éxito de Soldados de Salamina (2001) que transformó al autor en un escritor de masas, Tusquets Editores la recuperó en el año 2003. Con posterioridad a Soldados de Salamina, Javier Cercas ha publicado otras novelas, entre ellas La velocidad de la luz (2005), Anatomía de un instante (2009) o Las leyes de la frontera (2012). Javier Cercas, traducido a más de veinte idiomas, saltó a la fama también en el año 2011, por motivos extraliterarios, aunque relacionados con el papel de la ficción, al reivindicar el derecho a “una verdad irónica y emancipada de la tiranía de lo literal” y al afirmar que el periodismo es un ensayo de comprensión imaginativa del presente. Contra tales afirmaciones polemizó Arcadi Espada que fabricó una verdad moral  a partir de una mentira láctica, manteniendo en un periódico que Cercas había sido detenido en una operación contra la “explotación sexual”.
   Mas El móvil es una novela corta muy anterior a estas polémicas y al éxito de Cercas como escritor. Es uno de esos libros que, por no lograr en su día el mínimo reconocimiento del mundo de las letras, provocaron que su autor postergara sus aspiraciones literarias para volver resignado a sus  trabajos precedentes: la docencia y el periodismo. Cuando Tusquets Editores rescató el texto de Cercas, muchos lectores, como afirma el académico Francisco Rico en la “Nota de un lector” que pone el punto final a la edición, engolosinados por Soldados de Salamina, se volcaron  sobre esta nouvelle provocando que las reediciones se sucediesen una tras otra.
   En Soldados de Salamina, Javier Cercas que defiende, con indudable acierto, el derecho a utilizar la ficción en la narración de hechos reales, introduce en la trama de su relato a muchos personajes reales, entre ellos a Roberto Bolaño que, con naturalidad y convicción, hace un elogio de El móvil. Bolaño realiza en dos líneas una perfecta sinopsis de El móvil: “…creo que había un cuento muy bueno sobre un hijo de puta que induce a un pobre hombre a cometer un crimen  para poder terminar su novela”.
   Tanto En Soldados de Salamina como en El móvil, el autor y sus protagonistas tienen las mismas  obsesiones: articular libros que posean como eje central la escritura del propio relato  que se está leyendo. Narraciones, pues, centradas  en el mismo proceso que lleva a redactarlas. Profusa metaliteratura recorriendo los relatos ficcionales de las dos novelas de Cercas.  En El móvil, Álvaro, el protagonista subordina su vida a la literatura y, tal como se nos dice al inicio y al final de la nouvelle, tomaba muy en serio su trabajo porque consideraba que la literatura es una amante excluyente, que demanda entrega y devoción absoluta y no se la puede dejar en manos de simples aficionados. Se decide por la novela y no por ningún otro género, al descubrir que ningún instrumento podía captar con mayor precisión y riqueza de matices la prolija complejidad de lo real. Su obsesión por escribir la obra definitiva, su convencimiento de que en toda obra de ficción solamente hay un uno por ciento de inspiración (el resto es transpiración) y su afán perfeccionista de representar con absoluta verosimilitud  los conflictos de ficción, le empujan a provocarlos.
   Busca por consiguiente “modelos reales” a los que incluso se les sugiere comportamientos que reflejen la trama novelesca que crean en su imaginación. Pero el escritor protagonista no se da cuenta de que, a pesar de sus esfuerzos y maquinaciones, la realidad humana jamás es tan gobernable como una pieza de ficción. Y en eso precisamente consiste el triunfo de la literatura, perfilado en esta pequeña pieza primeriza de Javier Cercas, pero dotada de una perfección y de un virtuosismo que con Francisco Rico y los deseos del propio autor, no dudo en compararla a una perfecta pieza de relojería. He aquí pues una de las razones que me mueven a rescatar a esta novela del fondo del armario y presentarla a los lectores de hoy.

Francisco Martínez Bouzas



Javier Cercas



Fragmentos

“Álvaro (…) Juzgaba que la literatura es una amante excluyente. O la servía con entrega y devoción absolutas o ella lo abandonaría a su suerte. Tertium non datur. Como todas las otras artes, la literatura es una cuestión de tiempo y trabajo, se decía. Recordando la célebre sentencia que sobre el amor había dictado un severo moralista francés, Álvaro pensaba que la inspiración es como los fantasmas: todo el mundo habla de ella, pero nadie la ha visto. Por eso aceptaba que toda creación consta de un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración. Lo contrario era abandonarla en manos del aficionado, del escritor de fin de semana; lo contrario era la improvisación y el caos, la más detestable falta de rigor.”

…..

“Al llegar a su casa, Álvaro estaba convencido de que el anciano del último piso era el modelo ideal para el anciano de su novela. Su silencio lleno de aristas, su decrepitud levemente humillante, su aspecto físico: todo concordaba con los rasgos que reclamaba su personaje. Pensó: «Esto facilitará las cosas». Resultaba evidente que, al reflejar en su obra un modelo real, sería mucho más sencillo dotar de una carnadura verosímil y eficaz al personaje ficticio; bastaría con apoyarse en los rasgos y actitudes del individuo elegido, sorteando de este modo el riesgo de un salto mortal de la imaginación en el vacío, que sólo prometía resultados dudosos.”

(Javier Cercas, El móvil, páginas 16, 27-28)

martes, 26 de noviembre de 2013

"MÚSICA DE CÁMARA", UNA PODEROSA Y CONTROVERTIDA HISTORIA DE AMOR



Música de cámara
Rosa Regás
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 317 páginas


  Un concierto de voces plurales, con un absoluto dominio de la primera persona, nos sumerge en la esencia vívida y profunda de esta Música de cámara, una lúcida narración  con la que Rosa Regás demuestra que el que tuvo retuvo, y hace gala de sus dotes de gran escritora de ficción. Escribe, en efecto, Rosa Regás (Barcelona, 1933) una novela que huele a siempre, que demuestra que la literatura, la buena literatura, es, como en su día dijo Susan Sontag, un buen modo de resistir a la triunfante ruina de la cultura porque cumple el requisito de la necesidad. Es decir, cuando encierra una historia que hay que contar y lo hace la autora de esa manera, con esa precisión de lenguaje, esa cadencia, intensidad y madurez.
   Esa historia es la de la niña Arcadia, hija de republicanos exiliados en Francia que regresa a su Barcelona natal. Con doce años, pocos recuerdos, una educación libertaria y una viola, su amparo para sobrevivir en un ambiente hostil, dominado por el fascismo y el nacional-catolicismo, la religión que esclavizó este país. En esta ciudad, triste y vieja a finales de los cuarenta, un día de forma azarosa irrumpe en su vida un estudiante de Derecho, Javier, y paulatinamente surgen entre ellos los misterios de la atracción de las afinidades electivas. Pero la familia de Javier, rica y poderosa, está en la orilla opuesta, tanto política como ideológicamente. A  Arcadia que sigue fiel a sus ideas, aunque disimulándolas, no le importa. Y un día de abril se casan, ella vestida de blanco y según los dictámenes y caprichos de la familia de Javier. Pronto, sin embargo y a pesar de los esfuerzos de su marido, se da cuenta de que se había enamorado del Régimen, de un fascista en potencia, de que viven mundos distintos. Mas su voluntad de descubrir y gozar es intensa y desconcertante. Pero poco a poco el personaje de Arcadia se convierte en un grito, muchas veces silencioso, otras con palabras explícitas contra aquella atmósfera de rancio catolicismo de la alta burguesía barcelonesa, aliada del Régimen dictatorial y bajo el control ideológico de las sotanas y el agua bendita.
   Rosa Regás describe con mano maestra este ambiente de los años cincuenta en los círculos de la alta burguesía catalana: el estraperlo de los ricos en la Barcelona fascista, la corrupción generalizada, sus grandes y fraudulentas operaciones inmobiliarias, la ociosidad de las esposas que evitan el aburrimiento a base de cotilleos, el machismo generalizado, el sometimiento de la mujer que se entendía como una artículo de fe, el influyente poder de unos curas que insisten ante los recién casados que es el marido el depositario de la autoridad en la familia y les inculcan que la sexualidad, incluso dentro del matrimonio, no tiene más razón de ser que la de engendrar hijos, que les imponen prácticas de control, formas de sometimiento a la voluntad de una Iglesia despótica, tirana, que vela por la decencia dentro y fuera del matrimonio.
   Pero más allá de este retrato de los ambientes burgueses  y eclesiásticos, la gran virtud de esta novela reside en el hecho de haber sabido plantear su autora con gran acuidad la inmensa contradicción  que tiene lugar entre una joven agnóstica y educada en ideas libertarias y antifascistas y su novio / marido, un hombre proveniente de una familia que comulga con los ideales de los sediciosos vencedores en la Guerra. Y sin embargo se aman. Una poderosa historia de amor que no impedirá la creciente soledad de la protagonista femenina. Hasta que se produce la explosión, el chantaje, la desaparición y el reencuentro veinticuatro años después, en el 84. Y en una noche más fructífera para los protagonistas que toda una década, le piden cuentas al fraude de la Transición, al sin sentido de una ley de punto final que impedirá para siempre juzgar y castigar a los culpables. Un final abierto, que a nivel afectivo y personal de los protagonistas se puede intuir como un prólogo, cierra esta excelente novela, Premio Biblioteca Breve 2013.
   Desde una perspectiva técnica y formal, Música de cámara es un verdadero modelo de cómo construir una estructura narrativa apoyada en el difícil empleo de la primera persona de varios personajes con ideologías y visiones del mundo diferentes e incluso antitéticas, que nos permiten tener un enfoque plural y contrapuesto de la realidad y adentrarnos en todos los recovecos de esta compleja historia de amor. Rosa Regás perfila además con gran acierto no solo el personaje femenino protagonista central, sino también las restantes voces que prestan su visión testimonial de aquellos años ambiguos y turbulentos. Voces en primera persona como la de la tía Inés, un personaje memorable, una adelantada para su tiempo que, desde su humildad, defiende el derecho de la mujer a hacer de su cuerpo lo que quiera. Algún monólogo interior, saltos el tiempo y el relato de secuencias amenas y timoratas, aunque propias de aquellos años de moral pacata, como las “caídas” de los amantes en el sexo frenético, la consiguiente  conciencia de pecado y la necesidad de confesarse, cada vez en una iglesia distinta -les avergonzaba que el cura los reconociera- para volver a “pecar” al día siguiente.
   Finalmente, el dominio de ese oficio de narrar que la autora ha ido forjando a lo largo de los años y que se pone de manifiesto en todo lo dicho, pero sobre todo en la “extraordinaria recreación de la atmósfera de la posguerra y del mundo de los represaliados” como señaló el Jurado del Premio Biblioteca Breve.

Francisco Martínez Bouzas



Rosa Regás


Fragmentos

“Era cierto, queríamos casarnos, debíamos hacerlo, no podíamos seguir así, tenía razón Javier. En los primeros tiempo y durante muchos días habíamos vivido en la constante  zozobra  de que tía Inés entrara en casa y nos sorprendiera desnudos o medio desnudos, arrimados a una pared o tumbados en el suelo; ni los oídos oían ni los ojos veían otra cosa que nuestros propios cuerpos hechos un revoltijo en una inmitigable búsqueda de más placer, de más unión como si la experiencia de tantos días no nos hubiera demostrado que ni tía Inés entraría sin dar señales de que iba a hacerlo ni nosotros nos iríamos sin haber conseguido un hito en cada nueva embestida. Lo sabíamos pero lo que más nos conmocionaba, nos excitaba y nos hacía buscar nuevas caricias y precipitar otros engarces era la posibilidad de que algún día olvidara que podría encontrarnos desnudos y ciegos.”

…..

“Aun así manteníamos -mantenía él porque el peso de la culpabilidad que habían intentado inculcarme en el colegio no había hecho mella en mí más que como un leve barniz superficial y transitorio- la duda entre volcarnos a lo prohibido y olvidar lo profundamente deseado. Sólo cuando ya nuestras manos y nuestros cuerpos habían acabado de su largo recorrido adentrándose en el del  otro paso  a paso, día a día, Javier decía que había que ir a confesarse. Una decisión que nos llevó a la iglesia más cercana y a arrodillarnos en el confesionario para acabar uno tras otro diciendo lo mismo. Al día siguiente volvíamos a pecar con el mismo ardor y salíamos después a la calle enlazados bajo la mirada siempre reprobadora de la portera para ir en busca de una iglesia distinta porque nos avergonzaba que el cura nos reconociera y volvíamos a confesar los mismos pecados que el día anterior -de los que ya nos habíamos arrepentido y habíamos hecho el firme propósito de no repetir-, los mismos que estábamos seguros volveríamos a cometer mañana y pasado y al otro cada vez con más ganas y con menos resistencia.”

…..

“Estaba horrorizado y escandalizado, repitió, él, el sacerdote que velaba por nuestra decencia, por el testimonio que debíamos dar ante la sociedad y el mundo, él que nos ayudaba poniéndonos reglas de pureza -«deberes» los había llamado yo riendo- : jamás ir  a unos baños públicos, jamás llevar las chicas bañadores sin falda, jamás usar el matrimonio en las semanas de adviento y cuaresma, jamás tener relaciones de amistad con personas adúlteras, jamás olvidar que el único sentido de la unión matrimonial es la procreación…Sí, lo recordaba bien, el mosén era una gran defensor de la pureza, sobre todo en las chicas, oí que decía, las chicas, que han de purificarse constantemente. Y era cierto, las que habían sido madres tenían que ir a la parroquia antes de que transcurrieran cuarenta días para purificarse del parto, como había hecho la Virgen, no porque le hiciera falta a ella, que no era impura en absoluto, sino para darnos ejemplo…”

(Rosa Regás, Música de cámara, páginas 95, 111, 177-178)

lunes, 18 de noviembre de 2013

ENTRE LA FICCIÓN Y EL ENSAYO



La luz es más antigua que el amor
Ricardo Menéndez Salmón
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2013 (2ª edición), 173 páginas.

   Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) está considerado como un autor joven pero ya consolidado en el actual panorama narrativo español. Un autor de culto, sin duda, dueño de una escritura dura y profunda que desconcierta a más de un lector carente de la receptividad necesaria para comprender cabalmente la escritura de este licenciado en Filosofía y director literario de una editorial asturiana.
   La producción literaria de R. Menéndez Salmón, y más en concreto esta su última obra, La luz es más antigua que el amor que rebosa substancias intelectuales, artísticas y filosóficas, camina a caballo entre la ficción y el ensayo, la biografía ficcionada y la crítica artística. Una ambiciosa amalgama entre la indagación existencial, la ficción y la estética. En su obra narrativa anterior, La ofensa (2007), Derrumbe (2008) y El corrector (2009), que conforman su “Trilogía del Mal”, Menéndez Salmón había abordado algunas caras de horror. Ahora, sin embargo, en un giro radical, el escritor asturiano hace gravitar su escritura en torno a un propósito central: perforar en los enigmas del arte y destapar la postura de compromiso o independencia del artista frente al poder encarnado en el mercado, la Iglesia o el Estado.
   Las tres partes de la novela están protagonizadas por un ficticio novelista, Bocanegra, alter ego del propio autor, que fusiona en su paleta ficcional la trágica realidad de tres pintores cuyas historias transcurren en tres épocas diferentes. Tres pintores, uno real y dos ficticios a los que Bocanegra aborda en situaciones existenciales muy problemáticas, tanto en sus vidas como en sus quehaceres artísticos. Así pues, cuatro historias ligadas con un tema de fondo o eje narrativo: el penoso y trágico proceso creativo, el misterio de la creación.
   La estructura de la novela se ajusta a un guión que le confiere unidad: tres historias en las que se narran esos  momentos de los pintores, seguidas de un texto en el que Bocanegra contrapuntea los distintos fragmentos y narra también tres momentos de su vida, introduciéndose así en la novela.
   La primera historia nos sitúa ante un pintor soñado: Adriano de Robertis que, inmerso en la Europa medieval tras la Peste Negra, sufre una crisis personal tras la muerte de su hijo que le lleva a pintar “una insultante pero seductora blasfemia”, una Virgen barbuda. Por boca de Pierre Roger de Beaufort, futuro Gregorio XI, es reprendido severamente por la Iglesia, su obra destruida y condenado a la invisibilidad. Mas, a pesar de morir viejo, comido por la miseria de un lazareto, su gesto es no solo un acto de rebeldía, sino también un interrogante sobre el sentido de la creación artística ante el éxito y la desolación.
   Aparece a continuación otro pintor, en este caso real, Mark Rothko, capaz, según el cineasta Michelangelo Antonioni, de pintar la nada. El pintor letón, emigrado a Estados Unidos, autor de crucifxiones desmontadas sobre el abismo, incapaz de soportar la tensión dramática de la vida y pintor de un último cuadro, “Un réquiem por la luz”, desvariado antes de suicidarse, “la máxima expresión de la voluntad por perdurar” (página 88). Y finalmente otro pintor inventado Vsévolod Semiasin. Enfrentado a Stalin, asistimos a sus derrumbe esquizofrénico y a sus reclusión en un sanatorio tras haber engullido su propia obra, cuyas razones revela en un carta escrita el 11 de septiembre de 2001, en la era del Desconsuelo.
   Y, como he señalado, entrelazando los tres episodios, las reflexiones de Bocanegra sobre el sentido del arte,  a la vez que explora las profundas coordenadas de la condición humana y la posición trágica y doliente del acto creativo bajo los poderes de la pura nada, tal como la entendió Kafka en una entrada de sus diarios. Pintar, escribir, crear en la travesía de la nada.
   Especialmente interesante es, en mi apreciación, el segundo contrapunto, “Bocanegra en 2008”, un fragmento metanarrativo en el que el escritor explica su propio proceso creativo, un tema recurrente en la narrativa actual para desconcierto de algunos lectores. Libro complejo, de gran densidad intelectual, apto para degustación no del lector consumista de banalidades, sino de una literatura ajena a la moda y cimentada en la reflexión, en historias de gran calado y con estructuras formales que se sitúan entre las experiencias más vanguardistas.

Francisco Martínez Bouzas


Ricardo Menéndez Salmón


Fragmentos

“Porque quien en el acto de componer música, pintar frescos, esculpir sobre mármol o levantar catedrales se contempla a si mismo desde la perspectiva del oficio, no puede por menos de preguntarse: «Todo este esfuerzo, toda esta lucha de vanidades, toda esta ingente escenificación, ¿para qué?» De los demonios que acechan al creador a lo largo de su tarea, ninguno tan angustioso como la carencia de sentido, acepta De Robertis bajo la mirada bobina, un tanto estúpida del pantocrátor en quien ya no sabe si cree. Porque, por definición, el sentido no es algo que se le suponga a la creación, no es algo que le sea dada ex ovo. Así, del misterio de las sensaciones e impresiones que alimentan su vida, el creador cosecha el misterio de la realización de su obra.”

…..

“Un aneurisma de aorta que en 1968 lo había retirado temporalmente de la pintura (a Mark Rohtko), dejando su salud quebrantada, la separación de su mujer, que lo engañaba con hombres mucho más mediocres (qué suplicio para un talento tan inmenso ser vencido polla, por una forma de besar, por ciertos aspectos de la ternura o de la galantería), y un creciente estado de desasosiego por una depresión latente desde hacía años se asociaron sin remedio para que sus últimos cuadros se volviesen densos y oscuros, como si ya no pudiera salir de aquel reino de penumbras y pintar la luz en la que se había refugiado durante décadas, la misma luz que iluminó al niño letón en su viaje al corazón del futuro imperio. Quizás la conciencia de que ya no podía convocarla, de que ya no podía esconderse en ella, hizo que no fuese capaz de soportar durante más tiempo la tensión dramática de la vida y, en efecto, pintase un último cuadro, un réquiem por la luz, que no era otra cosa que su autorretrato.
Un cuadro totalmente negro que lo devoró la mañana del 25 de febrero de 1970 en su estudio de Nueva York, exactamente 51 semanas antes de que yo, el autor de La luz es más antigua que el amor, naciera al otro lado del atlántico (…) Poco antes de morir proféticamente escribió:
«Mi capacidad de mirar es tal que mis ojos terminarán por consumirse. Y este desgaste de las pupilas será la enfermedad que me llevará a morir. Una noche miraré tan fijamente en la oscuridad que terminaré dentro e ella.»

…..

“Hay días en que Bocanegra se sienta a escribir y lo rodea la nada. Una larga, desalentadora nada. Una nada nada dadivosa. Una nada del tamaño del planeta. No es el famoso bloque del escritor, li la socorrida falta de inspiración, ni el consabido tedium vitae. No: es la pura nada, los poderes de l nada, los ropajes de la nada, los interruptores apagados, las circunvalaciones secas. Postración, silencio: nada.
Kafka escribió esa palabra en una de las entradas más impactantes de sus diarios: «Nada». Podría no haber escrito nada, esperar atener algo que contar y entonces hacerlo, dejarlo escrito, dar fe de ello. Pero no, un día, en medio da la nada, durante la travesía de la nada, encerrado a solas con la nada, decidió abrir su diario y escribir: «Nada.»

(Ricardo Menéndez Salmón, La luz es más antigua que el amor, páginas 31, 56,111)