lunes, 18 de febrero de 2013

EL DESEO POSMODERNO. LA CONTUMACIA DE LA CARNE


Llámalo deseo
José Luis Rodríguez del Corral
Tusquets Editores, La sonrisa vertical, Barcelona, 182 páginas.
(LIBROS DE FONDO)        



Pocos y apenas sin nombre son los templos donde se rinde culto a la erótica, esa afección teñida de deseo, y también género literario, que tiene que ver con la recuperación de muchas cosas. Y en primer lugar, con la recuperación de los cuerpos silenciados y transgresores que ocultaban en su interior todo lo que la cultura patriarcal impuso con sus prácticas y también con sus prédicas. Así pues, la buena literatura erótica no se nutre con aquellos libros que, según la célebre definición de Rousseau, leen los lectores con una sola mano. Se alimenta, por el contrario, con la donación absoluta al lector, donación de los cuerpos, no solamente en la corporalidad física, sino también en aquella otra mucho más delicada y sutil. 'Darse' por entero al lector para que éste sienta placer, como diría Roland Barthes.

Y es importante que la literatura, que nunca desaprovecha nada, no se haya olvidado del amor y del erotismo. Los dos siempre estuvieron ahí, de forma larvada o quizás incluso con otros nombres. Pero la literatura, ese juego interminable y muchas veces “insensato” de palabras, ha recreado innumerables historias eróticas. Desde la antigüedad, desde ese sabrosísimo plato para sondear en el amor de los efebos que es El banquete de Platón, hasta Lolita de Vladimir Nabokov. Y hasta nuestros días, a pesar de que en el ámbito de las letras hispánicas la verdadera literatura erótica es hoy prácticamente inexistente. Acaso porque, como afirma Vargas Llosa, ya no es la censura lo que es necesario flanquear, sino la barrera de la banalidad y del estereotipo. La permisividad hizo que todo resulte aceptable, se evaporó el efecto escandaloso y el erotismo es hoy en día algo previsible, mecánico, monótono, carente del refinamiento estético e inconformista y capaz de desafiar la moral represiva establecida.

Hay, eso si, algunos acontecimientos aislados que contribuyen de forma puntual a inventar un género erótico en las diversas literaturas estatales de ámbito hispanoamericano. Sin duda el más conocido y relevante fue el premio y la colección “La sonrisa vertical”, que celebró en 2002 su veinticinco aniversario superando el listón de los 120 títulos publicados. En la actualidad son 147 “sonrisas verticales” editadas por Tusquets.  En efecto, en 1977, la editora Beatriz de Moura y el cineasta Luis García Berlanga convirtieron en realidad el proyecto de crear un premio y una colección de literatura erótica, para los que el director de cine eligió el título de “La sonrisa vertical” a partir de una metáfora francesa. El premio, uno de los pocos que quedaron desiertos de vez en cuando, pretende surtirnos del aire para respirar, ya que el deseo es salud. Pretende recuperar el culto a la erección, al hedonismo, a las fértiles cosechas que una buena y gozosa literatura puede ofrecer.

El galardón fue a parar, en la convocatoria del año 2003, a las manos de un escritor neófito, el librero sevillano José Luis Rodríguez del Corral, que lo obtuvo con la novela Llámalo deseo
José Luuis Rodriguez Del Corral
En la pieza, que está escrita con la intención de combinar el lirismo con la excitación sexual de tal manera que la descripción de los actos sexuales se haga sin amaños, pero al mismo tiempo sin caer en la afectación relamida, entran en acción cuatro personajes. Dos mujeres, dueñas de su propia sexualidad, y dos hombres sexualmente pasivos. Héctor, un autista sexual, tímido, que contempla con placer morboso los entrenamientos de una joven y atractiva nadadora vestida de neopreno y a la que observa como una sirena del “bondage”, como una mujer atada, miembro del harén de sus fantasías de las hermosas durmientes atadas. Tal como acontece en el burdel de la novela de Kawabata, en el que se les ofrecen muchachas anestesiadas a ancianos que las prefieren así para no avergonzarse de su decrepitud.

Y Luis, reducido por un accidente a la inmovilidad y para el que su mujer alquila películas porno. Lo hace para aguijonear su fantasía pensando que en aquel reducto imaginario podría encontrar ganas e impulsos “de empalmarse y también de vivir”. Sin embargo, el escape sexual de los personajes masculinos de la fabulación (la pornografía de los vídeos y las imágenes de mujeres atadas) no es la opción capaz de hartar la insatisfacción sexual de ellas, los dos personajes femeninos, Belén y Claudia, que decidirán tomar la iniciativa.

Surge así una novela de hombres estáticos y de mujeres con amplios desplazamientos que, situados en un tablero de ajedrez -el símil es del mismo autor-, representan a dos reyes que apenas se mueven, y a dos reinas responsables de sus libres desplazamientos por toda la geografía del tablero.

Un lenguaje rebosante de imágenes sugestivas e insinuantes y una estructura dual formada por secuencias pares, narradas en primera persona por uno de los personajes femeninos, y otras impares, escritos en tercera, se convierten en el vehículo apropiado que introduce al lector en las escondidas y secretas regiones de las fantasías y en los suburbios del deseo posmoderno, ajeno a tabúes y prohibiciones. Deseo que sigue siendo un motor indispensable para la vida y que continúa alimentándose, como siempre, de insinuaciones, de excitaciones, de tendencias atávicas, de exquisitas humillaciones, de obsesiones sin nombre, de la universal contumacia de la carne.

Francisco Martínez Bouzas


* Este texto, con ligeras modificaciones, fue publicado el día 1 de junio del año 2003 en el periódico El País de Cali (Colombia)

viernes, 15 de febrero de 2013

MR. GWYN


Mr. Gwyn
Alessandro Baricco
Traducción de Xavier González Rovira
Editorial Anagrama, Barcelona, 2012, 184 páginas.

  
   Traducida recientemente a varias lenguas peninsulares, tenemos en estos días la posibilidad de disfrutar de la novela del escritor italiano, Alessandro Baricco, Mr. Gwyn, un texto cristalino y transparente. El narrador italiano es sin duda uno de los mejores estilistas actuales. Su escritura es vocación, no profesión y hay quien afirma que no se puede escribir de forma más hermosa de la que lo hace Baricco.
   Mr. Gwyn es un “thriller poético”, una novela metaliteraria sobre el oficio de escribir y sobre esos gestos que hacen que una hermosa historia empiece a tener vida. Es pues preciso gozar pausadamente de cada palabra que leemos en este libro, en el que un escritor semeja cambiar de profesión, dejar de escribir libros, pero no para olvidarse de la escritura, sino para crear la magia y sumergir al lector en la esencia del asombro desde una propuesta metaliteraria y contándonos una historia muy sencilla y, a primera vista irreal, pero que llegará a atraparnos con los garfios de la intriga.
   Se trata de la historia ilógicamente fácil de Japer Gwyn, un autor de éxito que decide dejar de escribir libros, porque se da cuenta de que eso no le sentaba bien. Pero, al poco tiempo, hecha en falta el guiño de escribir y le viene  a la cabeza la idea de un posible oficio: convertirse en copista, no de actas notariales, sino de personas, escribir retratos de gente. Y es entonces cuando comienza lo insólito, la historia que poco a poco nos va fascinando. Hombres y mujeres posando para el escritor y la novela incrustándose con fuerza en la metanarrativa. Una reflexión sobre el acto de escribir y algo más, porque Baricco nos introduce de lleno incluso en el taller del escritor y nos muestra sus mínimos detalles.
   Pero Mr. Gwyn escribe relatos maravillosos sobre gente muy dispar. Retrata a las personas escribiendo escenas, segmentos de historia, páginas de libros que nadie escribió jamás. Y al mismo tiempo la novela profundiza en los misterios de los ritos de la experiencia que, por ejemplo, arrastran a una mujer desnuda  a dejarse mirar por un hombre loco, siendo capaz de reordenar esa experiencia hasta transformarla en un refugio para ambos, haciendo además que surja el deseo de algo físico.
   El desenlace del libro, sea cual fuere la manera como se enfoque, es sorprendente, porque al final un escritor jamás deja de serlo, solamente cambia de perspectiva: deja aun lado el arduo trabajo de la inspiración y se deja llevar por la magia. Es por eso, nos recuerda Baricco, que existen muchos retratos ocultos, circulando por el mundo, cosidos secretamente á las páginas de los libros.

Francisco Martínez Bouzas

Alessandro Baricco
                                                

(Este texto es la traducción al español de una colaboración con el mismo título publicada el día 18 e enero de 2013 en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela. Para ver el original, pinchar aquí)

martes, 12 de febrero de 2013

"EL GATO", LA SÓRDIDA COTIDIANEIDAD DE UNA PAREJA


El gato
Georges Simenon
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado, Barcelona 2012, 174 páginas.

   
   La obra de Georges Simenon (Lieja 1903-Lausana 1989) ha sido hasta el momento la gran aportación de Bélgica a las letras francesas. Georges Simenon, un creador incansable bajo múltiples sinónimos de novelas de consumo rápido protagonizadas por el somisario Maigret, que incluso llegaron a despertar la admiración de André Gide, Walter Benjamin, Faulkner o García Márquez. En 1972 Maigret y el señor Charles clausuraría la serie del comisario Maigret que en unos cuarenta años había protagonizado más de cien aventuras. Pero las grandes dotes de observador de Simenon, su sensibilidad dolorida, a flor de piel, sus tonos frecuentemente fatalistas y su prosa altamente eficaz se proyectaron en libros de memorias y textos de distinta naturaleza que lo elevarían a la categoría de “pequeño Balzac de consumo masivo”.
   Uno de esos relatos, ajenos a ese tipo gris que es el comisario Maigret, mas no a la gente corrientes que encarna todas las debilidades humanas y “lucha por sobrevivir en territorio hostil” (Héctor J. Porto), es esta historia publicada por Simenon en 1966, con el rótulo de Le chat y que ahora traduce para Acantilado José Ramón Monreal. El gato es una de esas novelas que Simenon definía como “romans durs”, novelas duras, desabridas, pesimistas, pero que según muchos críticos son las mejores del escritor belga, porque en ellas sus protagonistas son capaces de evadirse de ese investigador gris, nacido y educado en provincias, que sueña con ser “reparador de destinos”. Son novelas de gente corriente en las que el crimen puede hacer acto de presencia o estar ausente, como ocurre en El gato, pero no el odio, alimentado sin ningún tipo de máscaras por sus protagonistas.
   Esta es una breve sinopsis de esta novela de desamor que intentaré presentar sin “spoilerizar” su contenido. El gato es una novela sobre el limbo (parece que ya no lo hay), el purgatorio y el infierno de una pareja de ancianos que envejecen, arropados no por la ternura del uno hacia el otro, sino empapados de odio y sin cesar de hacerse mutuamente maldades. Son Émile y Marguerite, ambos viudos, de desigual nivel social, cultural y económico, que contraen matrimonio sin saber lo que es el amor, sino como garantía de una vejez en compañía y de un servicio de reparaciones domésticas gratuito en los pensamientos de ella. Ambos aportan al matrimonio una mascota: Émile, su gato, Marguerite, su loro. Tales mascotas son convertidas por Simenon en los destinatarios de los odios, maldades, burlas sutiles y diabólicas con las que cada miembro de la pareja quiere herir al otro.
   Simenon inicia  la historia cuando Émile y Marguerite ya llevan ocho años casados. Si en el inicio de su convivencia no se tuteaban, ahora ya llevan una eternidad sin dirigirse la palabra, comunicándose por medio de notas escritas en un papel. La avaricia, frialdad y puritanismo de ella provocará que él busque consuelo en los escarceos eróticos con la tabernera Nelly y en las añoranzas de su primera mujer. Pero ese odio que a la vez les ahoga y los une, terminará por destruirlos.
  Novela sobre la mezquindad que en la pluma de Simenon parece formar parte del ser humano. Y como en las novelas en las que no interviene el comisario Maigret, la pluma de Simenon extrae de sus manantiales una fabulación de sombríos personajes, respetables aparentemente, envueltos por atmósferas con una alta densidad de agobio y de hipocresía.
   Con estilo seco y conciso, Simenon construye una estructura novelesca original en la que las analepsis y prolepsis  no retardan la acción, sino que sirven para permitirnos conocer los antecedentes de estos dos seres humanos, víctimas del desamor y crear así mismo un clima de tensión y suspense, basado en los deseos más perversos que el lector descubre ya en el primer capítulo.

Francisco Martínez Bouzas




Goerges Simenon


Fragmentos

“A Marguerite y a él les había costado lo suyo llegar a tutearse. Él tenía sesenta y cinco años cuando se había casado en segundas nupcias, ella sesenta y tres. Se mostraban torpes el uno frente al otro, más intimidados que unos jóvenes enamorados.
Pero ¿estaban enamorados de verdad.”

…..

“Cuando iban al cine, cada uno se pagaba su entrada.
-Es más justo…
Cuando comía lo espiaba, adoptando una expresión de asco cada vez que él, por ejemplo, usaba una cerilla como mondadientes. Con frases en apariencia banales, con miradas insistentes, no perdía ocasión de subrayar sus modales vulgares.
Todo en él la hería. No sólo el gato que cada noche dormía contra sus piernas.
-Mi primer marido tenía la piel del cuerpo lisa como la de una mujer…-había dicho un día que él daba vueltas por la habitación con el torso desnudo.
Ello equivalía a decir que los pelos negros e hirsutos de él estaba cubierto le repugnaban.”

…..

“Varias veces, en aquel período, él estuvo a punto de hablarle, de decirle cualquier cosa, palabras de consuelo. Sabía que era tarde, que no podían volver atrás.
Algunas mañanas, después de una noche en blanco, volvía a mostrarse agresiva. Un día, ansioso por asistir al avance de las obras de enfrente, que ahora seguía ya con interés, no se había duchado. Y más tarde, encontró un mensaje encima del piano:
HARÍAS BIEN EN LAVARTE.
HUELES MAL
Ninguno de los dos era capaz de deponer las armas. Aquello se había convertido en su vida. Mandarse notitas envenenadas era para ellos natural y necesario como para otros intercambiarse besos y gentilezas”

(Georges Simenon, El gato, páginas 30, 70-71, 164-165)

domingo, 10 de febrero de 2013

"EL FIN DE LA RAZA BLANCA", MALDAD, VIOLENCIA Y AMOR CORROMPIDO


El fin de la raza blanca
Eugenia Rico
Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2012, 101 páginas.

   Con este libro de cuentos, El fin de la raza blanca, debutó, al menos de forma efectiva, en el género de la recompensa inmediata Eugenia Rico, una joven escritora de cuyas entrañas literarias han nacido cinco novelas, premiadas en España y aclamadas en algunos países, especialmente en Alemania después de que su escritura sedujera a Daniel Kehlmann que la calificó como “la voz más importante de la nueva escritura española”. La faja roja que acompaña al libro está así mismo cargada de elogios, entre ellos el de la crítica del periódico “The New York Times” Michiko Kakutami (“La Virginia Woolf de la era Facebook”) que se ha demostrado ser apócrifo, tal como lo ha reconocido el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor.
   Leo pues estos catorce relatos de Eugenia Rico haciendo abstracción de elogios publicitarios y centrándome en el criterio evaluador del género: si responden o no a ese propósito de intensidad creadora y al manejo de las técnicas narrativas pertinentes a la ficción en formato breve.
   Tres partes, encabezadas por títulos del más allá (Cielo, Purgatorio, Infierno) estructuran la materia narrativa del libro. Dos microrrelatos, a modo de anotaciones que nos inquietan y sobresaltan, abren y clausuran el libro. La mayoría de los relatos, al margen de su reparto en cada una de las secciones, están atrapados por la angustia, el miedo o la crueldad de los seres humanos. Ese es en general el leitmotiv  unificador de estos cuentos entre los que anoto algunos entre los que más me han impactado.
   De crueldad y violencia habla el primer cuento con el que arranca la sección “Cielo”: “La línea gris”. Un monólogo repetitivo hasta la extenuación que nos deja entrever, en los instantes de lucidez de la narradora instalada en la locura, los recuerdos nefastos de la Guerra Civil, con el fusilamiento de su hermano, muerto ahora de frío en el cementerio. Otra voz monologal y repetitiva nos trepana en el cráneo el relato “One way”: la pesadilla kafkiana de un hombre que erróneamente ha tomado un avión que no era el de su destino y que ni siquiera estaba anunciado en los paneles del aeropuerto, imposibilitado de pedir ayuda porque nadie entiende su lenguaje. En “La sala de espera” la voz narrativa describe le realidad psicológica de una mujer, cuya vida había sido un viaje en solitario, ante el deseo y el temor de tener un hijo. El atropello de una perra se convierte en la pluma de Eugenia Rico en una historia conmovedora y al mismo tiempo fantasmal que se centra primero en el punto de vista de una perra maltratada y termina destapando una historia de extrema violencia machista en el seno de una familia. La narradora de “La noche de la Candelaria” nos remite a la misma violencia del texto “La línea gris”, violencia en este caso sexista y asesina contra la mujer que no permite que los vencedores de la Guerra Civil la gocen viva. Otra historia fuerte impactante es la ficcionalización del tema de la pederastia que la autora acomete en el relato “La primera vez”. La primera vez que el tío tonsurado viola al sobrino que jamás vuelve a ser niño. Hija y amante favorita es la princesa Chehab Jehan, de quien está enamorado su padre, el Gran Khan, enamorada ella a su vez de un portugués, un hombre blanco. Es la trama del relato que rotula el libro y cuya intertextualidad con Las mil y una noche parece indiscutible.
   Relatos fuertes donde la violencia no es ajena, sino todo lo contrario a la condición humana. Capaces algunos de ellos de remover cimientos emotivos y de hacer surgir mareas vivas en el alma humana, mediante perfectas simbiosis entre el fondo y la forma y, en ocasiones, recursos minimalistas: resumir por ejemplo un atropello en dos frases. Y tejiendo la autora historias sencillas, mas con núcleos de gran intensidad diegética, que, al leerlas, nos producen escalofríos.

Francisco Martínez Bouzas





Fragmentos


“La cucharilla”

“ÉL RECORRE MI PIEL con la cucharilla de café.
Me ha vendado los ojos.
Acabo de contarle mi vida. Es su turno.
Me ha vendado los ojos para que imagine mejor lo que va a contarme y me ha atado para que le demuestre que creo ciegamente en él, que sé que no es un asesino, que estoy segura de que no va a hacerme daño.
Pero yo no sé, por eso tiemblo cuando recorre mi cuerpo con un cuchillo y me dice que es la cucharilla del café.”

…..

“SELENA NO OYÓ EL FRENAZO. La boca se le llenó de astillas de tierra y los ojos de telarañas. Al cabo  de un momento, pudo escuchar otra vez los ruidos. El ama estaba llorando, podía distinguir su llanto entre todas las demás voces. Quería gritar o moverse, pero un algodón muy blando parecía envolverla suave pero firmemente, como si fuese el peso del Cielo”

…..

“EN LA MEDIANOCHE DEL 31 DE OCTUBRE DE 1940, a  Evilio Cárdenas lo despertó la aroma punzante de Candelaria. Como una puñalada en la ingle, el deseo lo fue azuzando contra las sábanas húmedas hasta empujarlo fuera del cuarto. En el corral la luna no se compadeció de él. Salió a la calle abrochándose la bragueta y alisándose los cabellos. No subió, como las otras veces, por el camino de la era hacia la casa que estaba detrás de la iglesia. Aquella noche no, no fue una vez más a suplicarle, a tirar piedras a su ventana y a golpear la puerta, como había hecho las tres últimas noches. Aquella noche tiró para abajo, para la casa de Damián” (…)
“La mujer en el suelo no se movía. Seguro ya del beso, se fue agachando hasta sentir su aliento sobre sus labios. Ella esperó a que estuviese encila y entonces le mordió la mejilla. Ahora era Evilio quien sangraba. Se sentó a horcajadas sobre Candelaria y la abofeteó con método. Ella no sollozó, solo dijo: «¡Cabrón, hijo de puta!». Él no se lavantó hasta conocerle el color de la sangre.
-¡Ni muerta me acostaré contigo- le había dicho. Y él: -Muerta ya no podrás defenderte y yo voy a matarte (…)
Evilio no quiso que le dispararan en el rostro. Le había quedado el cutis salpicado de manchitas rojas, como una viruela de cerezas. El camisón blanco estaba empapado de una sangre que parecía vino. A ella siempre le había sentado bien el rojo. Nunca la había visto tan hermosa.
No consintió que fuera de otro, ni viva ni muerta. Aquella noche se quedó solo junto al río, amansándole los pechos con la mirada”

(Eugenia Rico, El fin de la raza blanca, páginas 13, 51, 67-73)