domingo, 25 de agosto de 2013

"LOS LÍQUIDOS ÍNTIMOS": LA POESÍA VOLCÁNICA Y VITALISTA DEOLGA NOVO



Los líquidos íntimos
Olga Novo
Traducción de Olga Novo
Ediciones Cálamo, Palencia, 2013, 137 páginas.

   En una cuidada edición bilingüe, Ediciones Cálamo, en su colección “Cálamo-Poesía”, agasaja a los amantes de esa gran verdad del mundo que es la poesía, con una selección personal de la poeta gallega Olga Novo, una de las voces más singulares y poderosas de la actual lírica gallega. Debemos la selección y la traducción a la propia poeta que la rotula con el título “Los líquidos íntimos”, extraído  de uno de esos poemas emblemáticos de la poesía gallega. Poemas emblema, poemas que actúan como banderas, también como dardos, para toda una generación, como en su día lo hizo el poema “Penélope” de Xohana Torres, cuyas líneas temáticas analizó por cierto Olga Novo en su primer trabajo de análisis literario.
   Ese poema que inaugura esta colectánea (“Coa miña pel podes facer inxertos nas mazairas” / “Con mi piel puedes hacer injertos en los manzanos”) no define cabalmente todas las secretas substancias de este libro, pero puede servirnos de indicio e hilo conductor para explorar el lirismo explosivo de Olga Novo, caracterizado por la crítica gallega por su fuerte contenido erótico y una enraizada pasión telúrica.
   Olga Novo, “un eslabón más del  fluido ancestral que avanza”, “Torrencial, Volcánica”, “Loba de las letras de una nación adoradora de Eros”. Y así define la misma autora su experiencia poética en dos recientes entrevistas: “radical -de la raíz-, orgánica, física, material, solitaria, independiente y libre”. Y de una forma aún más detallada y radical: “No sé si tengo trayectoria. Yo diría más bien que tengo Amatoria explotada en diversas obras que se intercomunican con Pasión. Intensidad. Sueño. Apertura. Utopías. Búsqueda cognitiva. Cosmogonía amorosa. Música de las piedras. Cráter. Feliz Edad. Desnudez. Antiplatonismo. Raíz. Libertad. Impulso. Alegría. Herida cerrada. Fósil. Pájaro en las alturas. Topo lúcido en las Profundidades. Humildad. Escritura en soledad. Independencia.”
   Palabras que delimitan con acierto los temas de la mayoría de los poemas recogidos en esta personalísima selección. Poemas que vieron su primera luz en Nós Nus (1997), A cousa vermella (2004), Monocromos (2006) y Cráter (2011), con algún inédito que nos regala la poeta. Dispuestos editorialmente no en orden cronológico, sino en una línea marcada por una afinidad profunda con la que la autora los amalgama, de forma que íntimamente dialoguen entre sí. El resultado es un nuevo libro de poesía tan vitalista, radical, revolucionaria y liberadora como la que rebosaba en las ediciones originales en gallego.
   Versos libres de intensa y variada riqueza formal; con alternancia de poemas muy largos -casi prosa poética- con otros breves que nos hieren con su sabiduría aforística y no nos dejan indemnes ante su belleza formal. Todo ello ayuda a fijar el aliento y el timbre poético de esta selección personal poética, estructurada en cinco secciones (“Los líquidos íntimos”, “Raíz”, “Volcán vivo”, “Salvaje mente”, “Antes la vida”) que dan lugar a un nuevo libro y muestra en español la expresión y afirmación de un intenso magma volcánico que surge con fuerza de la singularísima voz poética de Olga Novo.

Francisco Martínez Bouzas



Olga Novo

Fragmentos

LOS LÍQUIDOS ÍNTIMOS

“Con mi piel puedes hacer injertos en los manzanos.
 Algunos conservan estirados los nombres que gravé a
                        Navajazos
                 todas las tardes al volver de la escuela.
                Acostumbrada a tirar por un poema como por un ternero
                cuando se le ven las patas
                cuando ya no está en edad de crecer
                toda maduración requiere un desgarro de tendones
                entonces es cuando corren por mi pecho rebaños de cabras
                que no se dirigen a ninguna parte
                me suben a las paredes desde las que te veo
                arrancan con la lengua el pasto mientras te vas.
                El tacto de tus violines me hace llorar terriblemente
                y casi no puedo soportar que tus manos me acaricien
                como la luna de los jerseys que me hacía mi madre cuando era
                       niña.
                       Pero con mi piel
                       Con mi piel puedes hacer injertos en los manzanos.”

…..

CRÓNICA PRIMERA

“De cómo fui cuarto creciente
y llegué aquí descalza entre laureles
   y de cómo fluí por demoras de cuerpos
                              desvariada
                              y de cómo roté envuelta en los helechos de los
                                                                                         proscritos
                             y de cómo la ocupación de los equinoccios.
                             De cómo crecí del robledal
                             de cómo fui capaz de tanta barcarola
                             y de cómo concebí la revolución en vuestros vientres.

                             Y es que yo soy a la vida
                             lo que la lava al volcán.”


…..

VESUBIO

“Si entro en erupción
                                           nadie está a salvo.

                                          Desde niña sé
                                          que en el fondo estoy hecha
                                          de lava prófuga

                                         Mi columna de humo
                                         asciende vértebra por vértebra
                                         a la estratosfera.

                                         Te abrazo
                                         Te abraso.”

(Olga Novo, Los líquidos íntimos, páginas 11-12, 67, 93)

lunes, 19 de agosto de 2013

LA CIUDAD QUE VA DONDE NOSOTROS VAMOS



La misma ciudad
Luigé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 131 páginas.


   Transcurridos cerca ya de doce años desde el 11 de septiembre de 2001, esa literatura inevitable que provocan siempre los grandes acontecimientos apocalípticos, ya se puede decir que llegó y lo ha hecho con las alforjas llenas. Historias patrióticas, de vivencias de la catástrofe, dramas familiares, surgidos al reclamo irresistible del ataque y derribo de las Torres Gemelas, se han ido sucediendo y llenando el mercado a lo largo de estos últimos años. O simplemente desencadenando ficciones que se encaminan por otras sendas, pero que tienen su punto de arranque en el 11-S. Como acontece con esta novela breve de Luis García Martín, Luisgé Martín desde que alcanzó el éxito. La misma ciudad, un título ordinario, que nada dice a primera vista, pero que comienza a decirlo desde la primera página cuando los versos epigráficos de Horacio (“Aquellos que cruzan el mar cambian de ciudad, pero no de alma”) inauguran este pequeño volumen. A lo largo del recorrido por sus páginas, el lector se va sumergiendo en los avatares de esa segunda oportunidad que aprovecha el protagonista para vivir otra vida. Los versos de Cavafis que hallamos cuando ya la novela ha consumido sus tres cuartas partes (“No existen para ti otras tierras, otros mares. / Esta ciudad irá donde tu vayas”, página 77), nos confirma en la idea de la imposibilidad de cambiar de identidad y de desterrar para siempre el sentido y el giro de nuestra vida y desviar nuestro destino.
   Todo comienza con la llamada crisis andrógina de los cuarenta y el 10 de septiembre del 2001. Ese día Brandon Moy, el protagonista de la ficción, cuya vida goza de un transcurso tan plácido como insustancial, sin emociones y con rutinas confortables (un buen trabajo, un hijo, una buena mujer a la que ama…) se encuentra con un antiguo compañero que le relata su vida, por el contrario, repleta de emociones: droga, bellas mujeres, incontables experiencias y el mundo por montera. Moy se siente humillado porque en su existencia rutinaria hay pocas vibraciones y menos mujeres. Y ya ha cumplido los cuarenta. Al día siguiente llega tarde al trabajo y eso le salva la vida porque un avión se ha estrellado contra el edificio del World Trade Center. Él no falleció por supuesto, pero se consideró oficialmente muerto como sus veintiséis compañeros del despacho de abogados en el que trabajaba. Su vida cambió radicalmente en esas horas. Un factor aleatorio, una limitación tecnológica (el hecho de no poder llamara sus esposa porque las líneas estaban colapsadas) va a determinar el resto de su vida. Una nueva vida basada sobre una muerte fingida, con un único norte: convertir su nueva existencia e una aventura.
   Y, en efecto, en el frío y soledad de la primera noche, sin familia, sin amigos, creyó encontrar la esencia de sus nuevo rumbo vital, que tiene su punto de partida en Boston y se extenderá por medio mundo, llevando a la cama a incontables mujeres, estafándolas, embriagándose en remolinos eróticos, sin que estén ausentes las drogas y tampoco la literatura. Hasta que un día se encuentra con el poema de Cavafis, “La ciudad”,  que le descuartiza el corazón y al que interpreta como una profecía sobre sí mismo: sus viajes a través de los ilusos sueños, por una topografía a veces tenebrosa, no le han enriquecido existencialmente. La ciudad, la vida que hemos fraguado a los largo de los años nos acompaña siempre. Nuestra existencia podrá ser un constante viajar, pero siempre dentro de la misma ciudad: nosotros mismo.
   Novela, pues, sobre la búsqueda de la identidad, sobre la imposibilidad de escapar a la insatisfacción vital que nos asolará de igual manera en una existencia repleta de frenesí hedonista como en otra más convencional. En ambos casos, la huída es una vana ilusión.
   Novela breve, pero preñada de sustancia que el autor presenta como una ficción encajada  en su propia experiencia. Es Luigé Martín el narrador, sin que se sirva de ningún alter ego. Él reproducirá, a veces en primera persona, otras en tercera, esta muerte fingida y la huída al filo del cuchillo del protagonista al que dice haber conocido en un congreso de escritores en Cuernavaca en el año 2008. Un artificio no demasiado convincente, aunque intranscendente en el desarrollo de la trama, tan crudo como subyugante, comenzando por la pavorosa fotografía de Richard Drew que le sirve de portada al libro.

Francisco Martínez Bouzas




Luigé Martín


Fragmentos

“Ese fue el jeroglífico o el sofisma que Brandon Moy concibió aquella mañana para justificar sus actos: si le hubiera anunciado algún día a su esposa que se marchaba de su lado para viajar por América o por el sur de la India, como habían planeado hacer juntos muchos años antes, ella le guardaría  rencor durante el resto de su vida, pero si se iba ahora de Nueva York sin decir nada, caminando en silencio entre aquel paisaje de hecatombe, Adriana le guardaría duelo y sentiría hacía él gratitud eterna. Si se marchaba entre las llamas, su hijo no crecería pensando que su padre era un inconstante y un renegado, sino un héroe (…) Esa cábala grotesca es la que avivó a Moy a tomar la decisión de abandonar la ciudad y marcharse lejos.”

…..

“Todos aquellos sueños que había cumplido como si fueran parte de una ceremonia -los delirios del peyote, la promiscuidad, los viajes en globo, las hazañas marinas- nunca acababan de saciarle porque en realidad no sentía por ellos fascinación o gusto, sino desagrado. Los perseguía porque siempre había creído que a través de ellos llegaría a conocer la sustancia del mundo. Desde que era un niño había oído decir que la entraña verdadera de la vida estaba en el peligro, en el exceso, en el quebrantamiento o en la extravagancia. En la mudanza perpetua. Quienes iban a una oficina cada día, eran fieles a su esposa, veían la televisión por las noches y veraneaban siempre en el mismo lugar, reposadamente, eran seres oscuros e inexistentes. Espectros que no dejan ninguna huella en lo que tocan. Ésa era la ley, el mandamiento: había que buscar la temeridad, pues el orden y la quietud sólo conducen a la muerte.”

(Luigé Martín, La misma ciudad, páginas 37-35, 123)

martes, 13 de agosto de 2013

LA LITERATURA, EXORCISMO CONTRA EL DOLOR



La ridícula idea de no volver a verte
Rosa Montero
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 233 páginas.

   Este libro publicado en marzo de este año, sin ser un best seller al uso ni literatura de consumo, ha llegado en tres meses a la novena edición. Rosa Montero lo escribió suturando biografía y ficción y utilizando a Marie Curie como paradigma o arquetipo de referencia en el que apoyarse para reflexionar sobre ciertos temas vividos en carne propia.
   Rosa Montero, en efecto, relata la vida de Marie Curie antes y después del duelo por la muerte de su esposo Pierre. Y relata igualmente su propia experiencia vital al lado de su marido, Pablo Lizcano, también antes y después de su fallecimiento, intentado hallar sentido a esas vivencias. Por eso este libro se convierte en un acto de creación. No debe extrañarnos pues esa frase que produce escalofríos colocada en el frontispicio del libro: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos” (página 9). Casi al final de la publicación la autora recuerda los resultados de un estudio, según el cual los separados y los divorciados están más deprimidos que los viudos. Porque a los primeros les falta una narración convincente, un relato consolador que le de sentido a sus vidas.
   Este relato es el que Rosa Montero nos ofrece en este híbrido artefacto literario. Nos relata en efecto, sin sentimentalismos, pero con la justa dimensión de dramatismo que encierran los hechos, el truco más antiguo de la humanidad frente al dolor y al horror: transmutar a través de la literatura el sufrimiento en belleza porque -y tiene toda la razón la escritora- la literatura es un escudo poderoso frente al mal y al dolor, un poderoso exorcismo frente a la desolación  que produce la ausencia definitiva de un ser amado. Su propio dolor por la muerte de quien fue su pareja, como he dicho, amalgamado con el de la mujer Marie Curie, que no pudo despedirse de Pierre, su esposo, contarle lo que fueron el uno para el otro; y por eso escribe un diario en forma de carta, reproducido al final de este libro.
   Un libro que, no obstante, brota del sufrimiento y pivota sobre la vida de Manya Sklodowska, la física y química polaca nacionalizada francesa, que descubre el radio junto a su marido Pierre y fue la primera mujer en múltiples frentes: en recibir dos Premios Nobel, en licenciarse y doctorarse en Ciencias en Francia, la primera en tener una cátedra en la Sorbona. Una mujer que no lo tuvo fácil en ningún momento de su vida: su crecimiento en un ambiente pobre y políticamente enrarecido; su lucha contra el miedo y la oposición del mundo masculino a la visibilidad y ascensión social de la mujer; su descubrimiento del radio en un ruinoso hangar; sus despreocupada exposición a las radiaciones que le llevarán a la tumba, el fatal fallecimiento de Pierre; su ausencia que no le cabe en la cabeza; su enamoramiento a los cuarenta y dos años de Paul Langevin que le supuso un verdadero linchamiento por parte de la puritana sociedad parisina y que obscureció su segundo Nobel (año 1912). Una mujer de sobrehumana voluntad, capaz de hacer milagros, con un gran compromiso humanista, pasional y también con pequeñas mezquindades, muy dura, sobre todo contra sí misma, siempre tan triste y con un cuerpo sometido voluntariamente a una brutal radiactividad durante tantos años.
   Un libro con un acontecimiento medular: el fallecimiento de Pierre Curie que desencadena el relato de la vida de su esposa, antes y después del fatídico accidente y que le permite a la autora narrar en paralelo su propio duelo, que no es, sin embargo, un túnel cerrado a la vida, como tampoco lo fue el de Marie Curie.
   No es este libro incalificable un impúdico tráfico con el dolor, sino un intento de hallar un sentido al mal y a la congoja. Y para Rosa Montero ese sentido se encuentra en la narración. De ahí nació este torbellino de palabras, escritas con un tono confesional, que nos hablan de tú a tú, con una gran fuerza poética capaz de conmocionarnos, como cuando la autora relata que Marie Curie guardaba coágulos de sangre y trozos de los sesos de sus esposo para besarlos. Y también de horrorizarnos al hacernos ver el pavoroso desprecio para su salud con que Marie manejaba el radio.
Hashtags, fotografías que interactúan con el texto escrito, completan un libro híbrido, ambiguo y pantanoso, de lo que la misma autora es consciente: la fusión entre la realidad biográfica y la ficción. Por eso también a este libro cabe aplicarle la receta de Álvaro Pombo: la invención creativa, la ficción, como marcador semántico que es, introducido en una biografía, anula la exactitud de la realidad biográfica, por mucho que la escritora nos diga que todos los datos del libro sobre Marie y Pierre están documentados, que no hay una sola invención en lo factual. Pero ese marcador semántico no es un frívolo adorno: expresa bellamente y de forma optimista la realidad biográfica. Es la acción embellecedora y catártica de la literatura.

Francisco Martínez Bouzas




Rosa Montero

Fragmentos


“Eso es lo que hizo Marie Curie cuando le trajeron el cadáver de Pierre: encerrarse en el mutismo, en el silencio, en una aparente, pétrea frialdad. Llevaban once años casados y tenían dos hijas, la menor de catorce meses. Pierre había salido esa mañana como siempre camino del trabajo; tuvo una comida con colegas y, al volver al laboratorio, resbaló y cayó delante de un pesado carro de transporte de mercancías. Los caballos lo sortearon, pero una rueda trasera le reventó el cráneo. Falleció en el acto.
 
 Entro en el salón. Me dicen: « Ha muerto.» ¿Acaso pude una comprender tales palabras? Pierre ha muerto, él, a quien sin embargo había visto marcharse por la mañana, él, a quien esperaba estrechar entre mis brazos, esa tarde, ya solo lo volveré a ver muerto y se acabó, para siempre. (Diario)

Siempre, nunca, palabras absolutas que no podemos comprender, siendo como son pequeñas criaturas atrapadas en nuestro tiempo. ¿No jugaste, en la niñez, a intentar imaginar la eternidad? ¿La infinitud  desplegándose delante de ti como una cinta azul mareante e interminable? Eso es lo primero que te golpea en un duelo: la incapacidad de pensarlo y admitirlo. Simplemente la idea no te cabe en la cabeza. ¿Pero cómo es posible que no esté? Esa persona que tanto espacio ocupaba en el mundo, ¿dónde se ha metido? El cerebro no puede comprender que haya desaparecido para siempre. ¿Y qué demonios es siempre? Es un concepto inhumano. Quiero decir que está fuera de nuestra posibilidad de entendimiento. Pero cómo, ¿no voy a verlo más. ¿Ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.”

…..

“Hay gente que, en su pena, se construye una especie de nido en el duelo y se queda a vivir ahí dentro para siempre. Permanecen en ese lugar común, repiten el destino de vacaciones, visitan ritualmente los antiguos lugares compartidos, mantienen las mismas costumbres en memoria del muerto. Yo no creo que sea bueno, o quizá sí, quién sabe, quién soy yo para decir cómo debe uno tratar de superar una pérdida; pero, en cualquier caso, no es mi elección. Me cambié de domicilio tras la muerte de Pablo (Marie también se mudó de casa cuando enviudó) y el mundo tiene varios rincones que es posible que yo no vuelva a visitar: Estambul, Alaska, Islandia, ciertas zonas de Asturias o estas hermosísimas iglesias de madera.”

(Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte, páginas 24-25, 88-89)

sábado, 10 de agosto de 2013

LA CALLE COMO HOGAR INFINITO



El hogar infinito
Álvaro Gutiérrez
451 Editores, Madrid, 2012, 292 páginas.

   Debuta Álvaro Gutiérrez en la narrativa y nos “agasaja”, con todo un baño de realidad, como se dice en la presentación editorial, al sumergirnos sin miramientos en ese mundo cada vez más frecuentado de los sin techo. Aquellos seres humanos que malviven en la lacra de la mendicidad, los y las que duermen o intentan pernoctar en los cajeros, estaciones de metro, aeropuertos, parques de nuestras ciudades o bajo el cielo raso de nuestras calles. Ese es su hogar, sin techos ni paredes, tan infinito pues como su propia desesperanza.
   El autor convoca en su relato a una representación de los mismos. Los conoce bien porque, después de otros trabajos, es en la acción social donde desarrolla su actividad profesional desde hace más de cinco años.
   Su novela está escrita desde la perspectiva de uno de esos hombres o mujeres. Es su protagonista, un hombre anónimo que fabrica hermosos títeres reciclando materiales que la sociedad de la opulencia tira o desprecia. Él los vende o los regala. Su casa, unos cartones; su cama, un cajero de Madrid pegado a los Tribunales de Justicia (Audiencia Nacional y Tribunal Supremo), un guiño irónico a las injusticias de un país cuya Constitución reconoce el derecho de sus ciudadanos a disfrutar de una vivienda digna.
   Sus vecinos y colegas, el Sweet, el Ruso, el Blablá y sobre todo el Marqués con el que durante una época -los buenos tiempos- duerme en un teatro, presenciado día tras día obras de Ionesco, cuyos diálogos, sin sentido aparente, eran sin embargo lo más cuerdo que habían visto nunca, mucho más que la vida real (página 28).
   Desde las atalayas de su hogar infinito, presencia todo, también cómo un grupo de chiquillos se agrupan en la esquina del Palacio de Justicia. Con frecuencia, grandes coches se detienen frente a ellos y alguno de los pequeños  sube a los coches y desaparece. Es uno de los secretos que el autor deja en suspenso porque esa es su estrategia narrativa. Pero el lector intuye cómo los propietarios se ceban con esos muchachos pese a que la ira no se manifiesta en su piel. La cercanía emotiva se la proporcionan dos ángeles de la guarda, dos chiquillas que le regalan leche galletas, una manta que huele a limpio o una simple mirada amistosa, incluso un “hola”.
   Álvaro Gutiérrez va desgranando, una tras otra, innumerables historias, recuerdos de la vida anterior, anécdotas de auténtica crónica negra, de la puta vida que no tiene compasión de nadie, de esa calle que termina pudriendo a sus inquilinos, hasta que la trama da un giro dramático y el anónimo protagonista, tratando inútilmente de encontrar un poco de humanidad, se convierte en la víctima propiciatoria que el lector vislumbra desde el principio.
   La novela no justifica nada ni responde a preguntas. Nada de reproches: la calle es el hogar del protagonista porque, una tras otra, se fueron cerrando las puertas como fichas de dominó cayendo en cascada. Y ahí está como paradigma del vacío, a la vez como condena y lugar de última acogida.
   Álvaro Gutiérrez huye de sentimentalismos y de juicios de valor sobre lo que acontece en la narración de su protagonista. Ni siquiera contradice expresamente a esa bienpensante hipocresía de los que siguen afirmando que el que vive en la calle, lo hace por propia voluntad. El estilo acre de la escritura de su novela con ramalazos de humor, su prosa sencilla y directa, sin concesiones, sus múltiples capítulos que, dentro de una arquitectura fragmentaria, se van suturando entre si, convierten este debut en una pieza narrativa interesante, veraz y creíble, que nos acerca a todos aquellos que a pesar de su mugre, su mal olor, sus cartones de vino, siguen siendo seres humanos. Esos seres humanos sin techo, cuyo número está aumentando exponencialmente en nuestro país.

Francisco Martínez Bouzas



Álvaro Gutierrez

Fragmentos

“Algunos días, el Ruso y yo almorzamos yogures y productos caducados del supermercado. Eso se lo enseñé yo. Los dejan en los contenedores y aún valen para comer. Hay un encargado que estropea los alimentos antes de tirarlos. Les echa lejía por encima, abre los envases, vierte sus contenidos junto al contenedor. Entonces nos jodemos y no los comemos. A menudo discutimos si lo suyo es malicia o hace lo que le mandan. El Marqués solía decir que lo mismo es lo uno que lo otro. Nosotros no sabemos.”

…..

“-Y dígame, ¿qué es lo peor de vivir así?
-El vacío -le contestó tras meditarlo unos segundos-. Eso me dijo uno al que llamábamos Marqués. Un amigo, uno de los pocos…Al principio me costó entenderlo, pero con el paso del tiempo lo he ido viendo claro. La calle se va apoderando de ti, va penetrando en tu ser y destruyéndolo todo lo que hay en él. Hasta no dejar nada, hasta arrebatártelo todo. Llega un momento en que lo único que tienes dentro es ese gran vacío. Y lo peor es que acabas por acostumbrarte a él. Lo llevas siempre contigo y, por muchas vueltas que dé la vida, él siempre está ahí. Recuerdo de uno que logró salir de la calle. Lo llamábamos Huesos. Por lo esquelético, sabe. Lo birria que era. Encontró un trabajito de ebanista y un cuartucho en una pensión por la Ballesta. Pero por las noches, pese a tener un camastro de 1,20, abría la puerta del balcón, colocaba unos cartones a su vera y se echaba a dormir en el suelo. Es lo último que supe de él. Tenía la calle dentro. Y la calle, una vez entra, ya no sale.”

(Álvaro Gutiérrez, El hogar infinito, páginas 43, 148-149)

viernes, 9 de agosto de 2013

"LA LLUVIA AMARILLA": UN DICCIONARIO SOBRE LA SOLEDAD



La lluvia amarilla
Julio Llamazares
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 165 páginas.


   Con una extraordinaria edición conmemorativa que incluye un prólogo de Julio Llamazares y el DVD documental Ainielle, con la intervención del autor, José Sacristán y escenas de la adaptación teatral, Seix Barral celebra el vigésimo quinto  aniversario de la publicación original en 1988 de una verdadera joya de la literatura española del pasado siglo, La lluvia amarilla de la autoría de Julio Llamazares, convertida hoy en una novela de culto, en un long seller,  en una narración poética que honra a un idioma y que convirtió al escritor leonés en un clásico moderno. Se ha escrito que la obra de Julio Llamazares es un gran glosario de la soledad y por mi parte osaría afirmar que La lluvia amarilla es el calidoscopio que la proyecta de forma simétrica y agigantada hasta el infinito.
   El abandono, la desolación, la locura y la muerte, entre ese viento suave proveniente del río que con las hojas de otoño anega al pueblo abandonado de Pirineo aragonés y lo hiela con la blancura eterna de la nieve invernal, tienen en esta novela la máxima expresión, un verdadero paradigma convertido en arte literario. Completamente abandonado en 1970, las casas de Ainielle resisten a pesar de las inclemencias del tiempo, el musgo y las zarzas que pudren o colonizan sus paredes.
   En una de ellas Andrés, de Casa Sosas, narrador-personaje, tiene su morada y desde ella nos va acercando, a través de un impresionante monólogo, a cada una de las historias de soledad, abandono y alucinación, a las puertas de una  muerte anunciada a partir del capítulo 10. Sus experiencias vitales del pasado (décadas de los cincuenta y sesenta), los habitantes de Ainielle desaparecidos, que murieron o desertaron de la soledad, la lluvia destructora que avejenta las casas y las almas, su visión de Ainielle que, sumida en el abandono y en el olvido, semeja un cementerio. Ahora, en la última noche que precede a la agonía, el protagonista nos señala que se quedó completamente solo, condenado a roer su memoria y sus huesos desde hace casi diez años, como un perro loco.  Y allí, en Ainielle, entre la lluvia amarilla de las hojas caídas en otoño y las ventiscas heladas que colman el pueblo de silencio y desamparo y el óxido y el polvo de los años, construye sobre recuerdos “las pesadas paredes del olvido”, realizando trabajos inútiles  para no volverse loco antes de tiempo.
   Andrés recuerda y narra cando la muerte ronda ya la puerta de su cuarto y el aire va tiñendo poco a poco sus ojos de amarillo. Por consiguiente, Julio Llamazares yergue la estructura de sus novela mediante una gran analepsis, recuperadora de las pesadillas del pasado. Mas en el ir y venir del hilo narrativo, y  a pesar de que toda la novela es un desolado balance de la soledad del protagonista-narrador, podemos diferenciar una estructura dual: una primera parte hasta el capítulo 10 dominada por la sensatez de un hombre solo que recupera las historias del pueblo y su situación personal; y la segunda, a partir de esa línea divisoria, en la que la muerte, “esos pasadizos abisales e infinitos de la muerte” (página 129), comienza a visitarle en forma de alucinaciones: vuelven sus muertos (su hija, Sabina su mujer, su madre).
Las alucinaciones continúan proyectándose en visiones sobre el pueblo abandonado: el agua es amarilla igual que el cielo,  el lamento infinito de los muertos que habitan las cocinas, recorren todo el ambiente. La locura prosigue depositando en su alma sus larvas amarillas, haciéndole presente su propia muerte como una sombra sentada en el fuego al lado de las de sus muertos y anunciada por la lluvia amarilla que llega al final del varano cuando marcha el último vecino: “Pero de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía (…), aquella era la lluvia que oxidaba y destruía lentamente, otoño tras otoño y día a día, la cal de las paredes y los viejos calendarios, los bordes de las cartas y de las fotografías, la maquinaria del molino y de mi corazón” (página 96).
   Novela pues que tematiza muchas cosas esenciales: el universo rural y su abandono, el fluir inexorable del tiempo como el río equívoco y melancólico al principio, precipitado a medida que los años pasan, el mito de los fantasmas y espectros del pasado, la condición social del ser humano (por eso hiere tanto la soledad). Y, definitiva, la condición humana en su integración con la naturaleza.
   Si es verdad lo que de de la obra  de Julio Llamazares se ha dicho-que es un diccionario sobre la soledad-, La lluvia amarilla es una gramática de metáforas. Las hay de todos los colores y muy originales (“el diluvio de la muerte”, “las ciénagas del tiempo”, “vapor de la memoria”, “la larga e inmensa noche del tiempo”…), pero es el color amarillo el que cobra un especial relieve, funcionando, como se ha dicho, como elemento paradigmático de la narración. Basándose en la tradición que llega de los tiempos medievales, el autor erige el amarillo como imagen de la locura, la tristeza, la destrucción, la podredumbre y, en definitiva, de la muerte. Consecuente con el título, toda reverbera de amarillo en esta novela. Su formidable carga alegórica nutre el contorno narrativo, expresado, por otra parte, en un riquísimo lenguaje poético que el autor pone en boca del narrador-personaje, aunque no corresponde a lo que él debería hablar, pero es plenamente consecuente con lo que pretende el autor: impresionar los sentidos de los lectores a través de la fascinación de impactantes licencias poéticas, colocadas en una voz vicaria: la de Andrés, de Casa Sosas, el último que ha guardado, de día y de noche, los caminos de Ainielle, sin que nadie se acerque al pueblo, ahora convertido en ruinas entre “la soledad inmensa y tenebrosa del paraje” (página 165).

Francisco Martínez Bouzas


 
 
Julio Llamazares




Fragmentos

“Pronto llegó noviembre con su pálido aliento de lunas y hojas muertas. Los días fueron haciéndose más cortos cada vez y las interminables noches junto a la chimenea comenzaron a sumirnos poco a poco en un profundo tedio, en una pétrea y desolada indiferencia contra la que las palabras se deshacían como arena y en la que los recuerdos daban paso casi siempre a inmensas extensiones de sombra y de silencio. Antes, cuando aún estaban Julio y su familia (y, antes aún, cuando Tomás todavía no había muerto y sostenía tenazmente en solitario la vieja casa y la memoria de Gavín), nos reuníamos todos en una de las casas, junto a la chimenea, y, allí, durante largas horas, mientras la nieve y la ventisca gemían en lo alto del tejado, pasábamos las noches del invierno contándonos historias y recordando personas y sucesos, casi siempre de otro tiempo. El fuego, entonces, nos unía más que la amistad y que la sangre. Las palabras servían, como siempre, para ahuyentar el frío y la tristeza  del invierno. Ahora, en cambio, a Sabina y a mí, el fuego y las palabras nos volvían más distantes, los recuerdos nos hacían cada vez más silenciosos y lejanos. Y, así, cuando llegó la nieve, la nieve estaba ya, desde hacía mucho tiempo, en nuestros propios corazones.”

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“Yo he vivido día a día, sin embargo, la lenta y progresiva evolución de sus ruina. He visto derrumbarse las casas una a una y he luchado inútilmente por evitar que ésta acabara antes de tiempo convirtiéndose en mi propia sepultura. Durante todos estos años, he asistido impotente a una larga y brutal agonía. Durante todos estos años he sido el único testigo de la descomposición final de un pueblo que quizás ya estaba muerto antes incluso de que yo hubiese nacido. Y hoy, al borde de la muerte y del olvido, todavía resuena en mis oídos el grito de las piedras sepultadas bajo el musgo y el lamento infinito de las vigas y las puertas al pudrirse.”

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“Lentamente, las horas van pasando y la lluvia amarilla va borrando la sombra del tejado de Bescós y el círculo infinito de la luna. Es la misma de todos los otoños. La misma que sepulta las casas y las tumbas. La que envejece a los hombres. La que destruye poco a poco sus rostros y sus cartas y sus fotografías. La misma que una noche, junto al río, entró en mi alma para no volver ya nunca a abandonarme el resto de los días de mi vida.
Día a día, en efecto, a partir de aquella noche junto al río, la lluvia ha ido anegando mi memoria y tiñendo mi mirada de amarillo. No sólo mi mirada. Las montañas también. Y las casas. Y el cielo. Y los recuerdos que, de ellos, aún siguen suspendidos. Lentamente, al principio, y, luego ya, al ritmo en que los días pasaban por mi vida, todo mi alrededor se ha ido tiñendo de amarillo como si la mirada no fuera más que la memoria del paisaje y un siempre espejote mi mismo.”

(Julio Llamazares, La lluvia amarilla, páginas 28, 90, 141)