martes, 26 de noviembre de 2013

"MÚSICA DE CÁMARA", UNA PODEROSA Y CONTROVERTIDA HISTORIA DE AMOR



Música de cámara
Rosa Regás
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 317 páginas


  Un concierto de voces plurales, con un absoluto dominio de la primera persona, nos sumerge en la esencia vívida y profunda de esta Música de cámara, una lúcida narración  con la que Rosa Regás demuestra que el que tuvo retuvo, y hace gala de sus dotes de gran escritora de ficción. Escribe, en efecto, Rosa Regás (Barcelona, 1933) una novela que huele a siempre, que demuestra que la literatura, la buena literatura, es, como en su día dijo Susan Sontag, un buen modo de resistir a la triunfante ruina de la cultura porque cumple el requisito de la necesidad. Es decir, cuando encierra una historia que hay que contar y lo hace la autora de esa manera, con esa precisión de lenguaje, esa cadencia, intensidad y madurez.
   Esa historia es la de la niña Arcadia, hija de republicanos exiliados en Francia que regresa a su Barcelona natal. Con doce años, pocos recuerdos, una educación libertaria y una viola, su amparo para sobrevivir en un ambiente hostil, dominado por el fascismo y el nacional-catolicismo, la religión que esclavizó este país. En esta ciudad, triste y vieja a finales de los cuarenta, un día de forma azarosa irrumpe en su vida un estudiante de Derecho, Javier, y paulatinamente surgen entre ellos los misterios de la atracción de las afinidades electivas. Pero la familia de Javier, rica y poderosa, está en la orilla opuesta, tanto política como ideológicamente. A  Arcadia que sigue fiel a sus ideas, aunque disimulándolas, no le importa. Y un día de abril se casan, ella vestida de blanco y según los dictámenes y caprichos de la familia de Javier. Pronto, sin embargo y a pesar de los esfuerzos de su marido, se da cuenta de que se había enamorado del Régimen, de un fascista en potencia, de que viven mundos distintos. Mas su voluntad de descubrir y gozar es intensa y desconcertante. Pero poco a poco el personaje de Arcadia se convierte en un grito, muchas veces silencioso, otras con palabras explícitas contra aquella atmósfera de rancio catolicismo de la alta burguesía barcelonesa, aliada del Régimen dictatorial y bajo el control ideológico de las sotanas y el agua bendita.
   Rosa Regás describe con mano maestra este ambiente de los años cincuenta en los círculos de la alta burguesía catalana: el estraperlo de los ricos en la Barcelona fascista, la corrupción generalizada, sus grandes y fraudulentas operaciones inmobiliarias, la ociosidad de las esposas que evitan el aburrimiento a base de cotilleos, el machismo generalizado, el sometimiento de la mujer que se entendía como una artículo de fe, el influyente poder de unos curas que insisten ante los recién casados que es el marido el depositario de la autoridad en la familia y les inculcan que la sexualidad, incluso dentro del matrimonio, no tiene más razón de ser que la de engendrar hijos, que les imponen prácticas de control, formas de sometimiento a la voluntad de una Iglesia despótica, tirana, que vela por la decencia dentro y fuera del matrimonio.
   Pero más allá de este retrato de los ambientes burgueses  y eclesiásticos, la gran virtud de esta novela reside en el hecho de haber sabido plantear su autora con gran acuidad la inmensa contradicción  que tiene lugar entre una joven agnóstica y educada en ideas libertarias y antifascistas y su novio / marido, un hombre proveniente de una familia que comulga con los ideales de los sediciosos vencedores en la Guerra. Y sin embargo se aman. Una poderosa historia de amor que no impedirá la creciente soledad de la protagonista femenina. Hasta que se produce la explosión, el chantaje, la desaparición y el reencuentro veinticuatro años después, en el 84. Y en una noche más fructífera para los protagonistas que toda una década, le piden cuentas al fraude de la Transición, al sin sentido de una ley de punto final que impedirá para siempre juzgar y castigar a los culpables. Un final abierto, que a nivel afectivo y personal de los protagonistas se puede intuir como un prólogo, cierra esta excelente novela, Premio Biblioteca Breve 2013.
   Desde una perspectiva técnica y formal, Música de cámara es un verdadero modelo de cómo construir una estructura narrativa apoyada en el difícil empleo de la primera persona de varios personajes con ideologías y visiones del mundo diferentes e incluso antitéticas, que nos permiten tener un enfoque plural y contrapuesto de la realidad y adentrarnos en todos los recovecos de esta compleja historia de amor. Rosa Regás perfila además con gran acierto no solo el personaje femenino protagonista central, sino también las restantes voces que prestan su visión testimonial de aquellos años ambiguos y turbulentos. Voces en primera persona como la de la tía Inés, un personaje memorable, una adelantada para su tiempo que, desde su humildad, defiende el derecho de la mujer a hacer de su cuerpo lo que quiera. Algún monólogo interior, saltos el tiempo y el relato de secuencias amenas y timoratas, aunque propias de aquellos años de moral pacata, como las “caídas” de los amantes en el sexo frenético, la consiguiente  conciencia de pecado y la necesidad de confesarse, cada vez en una iglesia distinta -les avergonzaba que el cura los reconociera- para volver a “pecar” al día siguiente.
   Finalmente, el dominio de ese oficio de narrar que la autora ha ido forjando a lo largo de los años y que se pone de manifiesto en todo lo dicho, pero sobre todo en la “extraordinaria recreación de la atmósfera de la posguerra y del mundo de los represaliados” como señaló el Jurado del Premio Biblioteca Breve.

Francisco Martínez Bouzas



Rosa Regás


Fragmentos

“Era cierto, queríamos casarnos, debíamos hacerlo, no podíamos seguir así, tenía razón Javier. En los primeros tiempo y durante muchos días habíamos vivido en la constante  zozobra  de que tía Inés entrara en casa y nos sorprendiera desnudos o medio desnudos, arrimados a una pared o tumbados en el suelo; ni los oídos oían ni los ojos veían otra cosa que nuestros propios cuerpos hechos un revoltijo en una inmitigable búsqueda de más placer, de más unión como si la experiencia de tantos días no nos hubiera demostrado que ni tía Inés entraría sin dar señales de que iba a hacerlo ni nosotros nos iríamos sin haber conseguido un hito en cada nueva embestida. Lo sabíamos pero lo que más nos conmocionaba, nos excitaba y nos hacía buscar nuevas caricias y precipitar otros engarces era la posibilidad de que algún día olvidara que podría encontrarnos desnudos y ciegos.”

…..

“Aun así manteníamos -mantenía él porque el peso de la culpabilidad que habían intentado inculcarme en el colegio no había hecho mella en mí más que como un leve barniz superficial y transitorio- la duda entre volcarnos a lo prohibido y olvidar lo profundamente deseado. Sólo cuando ya nuestras manos y nuestros cuerpos habían acabado de su largo recorrido adentrándose en el del  otro paso  a paso, día a día, Javier decía que había que ir a confesarse. Una decisión que nos llevó a la iglesia más cercana y a arrodillarnos en el confesionario para acabar uno tras otro diciendo lo mismo. Al día siguiente volvíamos a pecar con el mismo ardor y salíamos después a la calle enlazados bajo la mirada siempre reprobadora de la portera para ir en busca de una iglesia distinta porque nos avergonzaba que el cura nos reconociera y volvíamos a confesar los mismos pecados que el día anterior -de los que ya nos habíamos arrepentido y habíamos hecho el firme propósito de no repetir-, los mismos que estábamos seguros volveríamos a cometer mañana y pasado y al otro cada vez con más ganas y con menos resistencia.”

…..

“Estaba horrorizado y escandalizado, repitió, él, el sacerdote que velaba por nuestra decencia, por el testimonio que debíamos dar ante la sociedad y el mundo, él que nos ayudaba poniéndonos reglas de pureza -«deberes» los había llamado yo riendo- : jamás ir  a unos baños públicos, jamás llevar las chicas bañadores sin falda, jamás usar el matrimonio en las semanas de adviento y cuaresma, jamás tener relaciones de amistad con personas adúlteras, jamás olvidar que el único sentido de la unión matrimonial es la procreación…Sí, lo recordaba bien, el mosén era una gran defensor de la pureza, sobre todo en las chicas, oí que decía, las chicas, que han de purificarse constantemente. Y era cierto, las que habían sido madres tenían que ir a la parroquia antes de que transcurrieran cuarenta días para purificarse del parto, como había hecho la Virgen, no porque le hiciera falta a ella, que no era impura en absoluto, sino para darnos ejemplo…”

(Rosa Regás, Música de cámara, páginas 95, 111, 177-178)