domingo, 23 de febrero de 2014

LA TENSA CUENTA ATRÁS DEL KATRINA



Quedan los huesos
Jesmyn Ward
Traducción de Celia Montolío
Ediciones Siruela, Madrid 2013, 255 páginas.

   El “National Book Award” pasa por ser el premio literario de más prestigio de Estados Unidos. Desde su institución en 1936 lo han obtenido, en sus diversas modalidades, los grandes escritores norteamericanos, desde J. Steinbeck hasta Philip Roth pasando por W. Faulkner, Saul Bellow, Thomas Pynchon, Don DeLillo, Cormac McCarthy o E.L Doctorow, entre otros muchos. No deja de llamar la atención que una joven escritora, Jesmyn Ward, de apenas treinta y cuatro años, lo ganase e el año 2011 con su segunda novela, Savage the Bones, premiada así mismo al año siguiente con otro premio de gran reputación: el “Alex Award”. La novela de Jesmyn Ward acaba de ser traducida al español por Celia Montolío para Ediciones Siruela, que nos la ofrece bajo el título de Quedan los huesos.
   Sin ser propiamente una novela confesional, Quedan los huesos se alimenta en buena medida de las experiencias vitales de su autora. La joven escritora estadounidense nació en un pequeño pueblo de Mississipi (DeLisle), una zona pobre, poblada por familias de color. Después de una infancia complicada en su etapa escolar, sin ser ajena al bullyng, ella misma sufrió en sus carnes la enorme devastación del huracán Katrina. El fallecimiento de su hermano menor, atropellado por un conductor borracho, y cuya memoria quiso honrar, la encaminó por la senda de la escritura, después de concluir sus estudios universitarios y  su aprendizaje en talleres literarios.
   La novela recrea los once días que precedieron al Katrina y el día después en el seno de una familia pobre afroamericana -la madre compraba para los hijos deportivos negros que disimulaban la suciedad-, que vive en un hueco del bosque, llamado el Hoyo, del pueblo de Bois Sauvage. La madre había fallecido en el nacimiento de Junior, el hermano menor. El padre, bebedor empedernido, se hace cargo a su manera de la familia. Esch, una chica de apenas quince años, es la protagonista y la voz narradora. Esch ha tenido sexo con los amigos de sus hermanos desde los doce años porque, dice, es más fácil permitir que el chico empuje hacia delante que mandarle parar. A los quince, durante ese intervalo de espera del huracán, comprende por sus reiterados vómitos que está embarazada.
   La familia almacena alimentos para soportar lo que se avecina, pero apenas hay nada que pueda servir de provecho. Cada uno de sus tres hermanos tiene intereses dispares. A Randall, el mayor solo le apasiona el basketball, mientras Skeetah pugna con sus pequeños hurtos para mantener con vida los cachorros de China, la perra pitbull. Pero sin embargo irán muriendo uno tras otro, al compás del avance de las jornadas de tensa espera. Junior también intenta hacerse oír en una familia desestructurada en la que se nota la fatal ausencia de la madre.
   Y así transcurren los días en los que se desarrolla la acción de la novela y se acerca el dramático final. Niños, adolescentes que sobreviven en la miseria del lumpen, entre chatarra de coches abandonados, gallinas y aguas putrefactas.
   El relato, escrito con el duro lirismo de la miseria, es un trasunto a la vez del desarraigo, de la falta de amor parental de esta familia y de la unión de los hermanos que afrontan con coraje la llegada del ciclón. Libro propicio para aquellos lectores amantes de la narrativa minuciosa. Porque Jesmyn  Ward narra todos los detalles de la cotidianidad  de los once días, de esta dramática cuenta atrás: los pocos instantes gozosos de la familia, los trabajos para sobrevivir, los baños en las aguas cenagosas del Hoyo, la búsqueda de la comida, el almacenamiento de provisiones, que el padre acumula para soportar el huracán y que los hijos birlan, el sonido del martilleo del progenitor clavando paneles en las ventanas, las vicisitudes del parto de la perra, las carreras de los amigos por las canchas de baloncesto. Detalles que constituyen el día a día, el horizonte vital de esta familia y el corazón de la novela. Pormenores seguramente demasiado tediosos para otros lectores que se conmoverán, por el contrario, con las angustias e inquietudes  del embarazo de la chiquilla de quince años, que Manny, el chico con el que se ha acostado el último año, se niega a reconocer porque, le dice, todos saben que eres una putilla que te follas a todos los que vienen al Hoyo. Pero lo que Esch lleva en su vientre es implacable, como el huracán de fuerza cinco que llega al final. El tejado y algún árbol que se mantiene en pie, son el refugio de la familia. Un rayo de esperanza que se deja ver en la tormenta.

Francisco Martínez Bouzas


Jasmyn Ward

Fragmentos

“La única cosa que me ha resultado fácil, como nadar en el agua, fue el sexo cuando empecé a tener relaciones. Tenía doce años. La primera vez fue tumbada en el asiento delantero del dúmper de papá. Fue con Marquise, que solo me sacaba un año. El mejor amigo de Skeetah, estaba tan unido a nosotros dos que durante los veranos era prácticamente como si viviera en casa. Salíamos los tres corriendo por la parte de atrás (…) Estábamos en el dúmper escondiéndonos de Skeetah, esperando a que nos encontrase, cuando Marquise me preguntó si podía tocarme una teta. Empezaban a salirme por aquella época, pero todavía eran pequeñas como los picos de crema del pastel de limón y merengue, con nudos duros en el centro. Le di permiso, y entonces me pidió que le enseñase mis partes íntimas, porque tenía miedo de no ver ninguna cuando fuera mayor. Se las enseñé. Y entonces empezó a tocarme, y me gustó, y luego no, pero después me volvió a gustar. Y era más sencillo dejarle seguir que pedirle que parase…”

…..

“Es terrible. Es el viento flagelante, un cable que azota como si fuera un cinturón de castigo. Es la lluvia que hiere como las piedras, que se adentra por nuestros ojos y los incita a cerrarse. Es el agua, arremolinándose, acumulándose, desparramándose por todas partes, marrón con una contracorriente de rojo, la arcilla del Hoyo como un corte que no para de gotear. Son los restos del terreno; las neveras, los cortacéspedes, la autocaravana y los colchones, flotando como una flota. Son árboles y ramas que se rompen, estallando como petardos del gato Negro en un infinito chisporroteo de explosiones, una vez y otra más. Somos nosotros apiñados en el tejado, yo con el alambre del asa del cubo echado al hombro y temblando contra el plástico. Está en todas partes. Papá se arrodilla detrás de nosotros, intenta agruparnos a todos con él. Skeetah abraza a china y China aúlla. La camioneta de papá se se escora lentamente en el terreno.”

(Jesmyn Ward, Quedan los huesos, páginas 31-32,  227-228)

martes, 18 de febrero de 2014

HACER EL AMOR COMO ASIDERO VITAL



Hacer el amor
Jean-Philippe Toussaint
Traducción de David Martín Copé
Editorial Siberia, Barcelona, 2013, 120 páginas.


   Hacer el amor es la primera parte de la trilogía -parece ser que habrá más entregas- sobre la ruptura amorosa, escrita por el novelista y cineasta Jean-Philippe Toussaint, nacido en Bruselas en 1957, aunque arraigado en Francia por sus estudios y por haber asimilado la cultura francesa. Sin embargo, ha sido la última en ser traducida al español, pese a que su edición original data del año 2002. La versión española es muy reciente y nos llega de la mano de Editorial Siberia. Con anterioridad se habían incorporado al español el segundo volumen, Fuir (2005, en gallego desde el 2007), así como el tercero, La vérité sur Marie (2009).
   Con la trilogía hasta ahora publicada Jean-Philippe Toussaint, uno de los grandes escritores actuales en francés, legatario literario del Nouveau Roman y que escribe en la tradición francesa, tras la senda de Flaubert y en una línea semejante a Jean Echenoz, ofrece  a los lectores la posibilidad  de bucear en la más dilatada ruptura amorosa de una pareja, convertida en ficción. En un pieza literaria articulada con  paños minimalistas, pero poseedora, no obstante, de un profundo calado literario.
   Hacer el amor es la melancólica crónica de la ruina sentimental de una pareja: la que forman el narrador y su novia Marie. En un especial y casi ilusorio escenario: la ciudad de Tokio que con sus luces de neón desgarrando la noche, con la nieve que blanquea sus calles, con sus olores y sabores, no solo es el fondo escénico de la historia, sino que participa en la dilatada apuesta  de sensaciones en las que se anegan los protagonistas para dilatar su ruptura, el distanciamiento que sigue a una relación.
   El innominado narrador y su pareja Marie, estilista y artista plástica que había creado en la capital nipona su propia marca, viajan a Tokio, viaje que Marie realiza dispuesta a quemar las últimas reservas amorosas de su relación, reservas ya agotadas y cuya imagen más emblemática la constituye el recorrido desde el aeropuerto de Narita al hotel, viajando por separado en dos taxis. Pero no será la única que se reitere en una noche de agotamiento e insomnio y en su amanecer recorriendo alucinados las calles de la ciudad: miradas fulminantes, incidentes aparentemente banales que cada uno macera en su fuero interno, son vestigios elocuentes de que “nos amábamos pero ya no nos soportábamos más” (página 55). Porque con la desintegración del amor sobreviene  de inmediato la desintegración personal y el rechazo de la persona cuyo primer beso fue como un elixir cuyos efectos hubiéramos deseado prolongar para siempre.
   Mas la ruptura de la pareja, que venía de atrás, solamente se prolonga en Tokio en la habitación del hotel en el que se hospedan, en sus calles húmedas y heladas, en las salas del museo donde Marie monta su exposición. Un verdadero seísmo sentimental que coincide con los frecuentes temblores del suelo que sacuden la ciudad. Y hacen el amor por última vez en el desagarro del amor que se lleva la vida. Hacen el amor de una forma violenta, frenética, onanista, alejados de cualquier caricia inútil, de cualquier sentimiento. Como seres desconocidos. Por eso -y es uno de las grandes virtudes de la novela- Toussaint sabe transmitir en este libro una gran desazón, la gelidez  de la ruptura de un amor que se quiebra definitivamente y que, sin embargo, convive con el latente e irresoluto deseo carnal.
   Otra pieza narrativa de un gran escritor que sabe reflejar, a la vez con fuerza y habilidad, el caudal de emociones que nacen y florecen -mustias y melancólicas flores negras- en la alegría y en la tristeza cuando una  pareja que ha compartido muchos años de su vida, intenta pasar página, alejarse, estirando no obstante el tiempo, entre lágrimas femeninas y un frasco corrosivo de ácido clorhídrico y cuya finalidad descubrirá el lector en el desenlace, siempre en el bolsillo del protagonista narrador.
   Y en esta historia de tragedia sentimental toma parte así mismo el escenario, la ciudad de Tokio. La acertada descripción de un Tokio congelado, nevado, inhóspito, sacudido por terremotos, acertada metáfora de las turbulencias del alma, corre en paralelo con la desazón y el desagarro de una pareja que vive sus últimos instantes y trata de superar su desolación con el último encuentro sexual.
   Jean-Philippe Toussaint es un consumado especialista de los detalles. Su prosa, una joya de alta orfebrería minimalista, se proyecta sobre los pequeños detalles y pormenores, los describe con lo que él llama “energía novelesca” e incide sobre personajes, acciones, lugares e incluso objetos como la vestimenta (“el pantalón desabrochado a la altura de las bragas transparentes, página 18). Y con esa prosa exquisita el escritor logra lo que es fundamental en esta novela: el reflejo de las más insignificantes sensaciones, la inmersión  en la vida interior de sus personajes, el lúcido y penetrante retrato del decorado hasta hacer de él poco menos que un personaje.
   En definitiva, una pequeña gran novela, vertida al español con una prosa igualmente refinada y llena de bríos y que ennoblece a una editorial independiente de reciente creación, que echa a andar con cuatro propuestas literarias de gran calidad y hermosamente editadas. Es la “zona cálida” que busca Siberia.

Francisco Martínez Bouzas


                                                    
Jean-Philippe Toussaint
Fragmentos

“El mismo día que Marie me propuso acompañarla a Japón, comprendí que estaba dispuesta a quemar nuestras últimas reservas amorosas en aquel periplo. ¿No hubiera sido más sencillo, si de separarnos se trataba, haber aprovechado ese viaje previsto con tanto anticipo para tomar un poco de distancia el uno del otro? ¿Era una buena idea viajar juntos, si era para romper? En cierto modo, sí, ya que aunque la proximidad nos desgarraba, el alejamiento nos hubiera acercado. En efecto: emocionalmente éramos tan frágiles y nos encontrábamos tan desorientados que la ausencia del otro era, sin lugar a dudas, lo único que aún podía acercarnos, mientras que nuestra presencia sólo podía, por el contrario, acelerar el desagarro, sellar la ruptura. Si era ella consciente de aquello al invitarme  a Tokio y si me había invitado adrede para que lo dejáramos, es algo que ignoro, no creo.”

…..

“Era tarde, puede que pasadas las tres de la mañana, y hacíamos el amor, hacíamos el amor lentamente en la oscuridad de la habitación, atravesada aún por largas estelas de luz roja y sombras negras que dejaban sobre las paredes el rostro de su paso. La cara de Marie, inclinada en la penumbra, con los cabellos desordenados en el tumulto de las sábanas deshechas, de los albornoces y los vestidos enmarañados a nuestro alrededor, permanecía como retirada de nuestro abrazo, abandonada en la esquina de un cojín, con los labios apretados, sin renunciar en ningún momento a  esa terrible expresión de angustia grave y muda que yo conocía. Desnuda entre mis brazos, cálida y frágil en la cama de aquella habitación de hotel por cuyo techo pasaban fugaces filamentos de luces de neón rojas, yo la oía gemir en la oscuridad cada vez que entraba en ella, pero apenas sentía sus manos sobre mi cuerpo, ni sus brazos alrededor de mi espalda. No, era como si ella evitara con sumo cuidado todo contacto innecesario con mi piel, toda caricia inútil, toda unión entre nosotros que no fuera puramente sexual. Tan sólo su sexo parecía tomar parte en todo aquello, su sexo caliente  y ávido, que yo había penetrado y que se movía de manera casi autónoma, áspera y furiosa, mientras ella apretaba sus piernas para encerrar mi verga dentro de la presa de sus muslos y se frotaba violentamente contra mi pubis persiguiendo un placer que yo la veía dispuesta a conquistar. Tenía la sensación de que utilizaba mi cuerpo para masturbarse contra él, que restregaba su angustia contra mí para perderse en la búsqueda de un goce deletéreo, incandescente y solitario, doloroso como una quemadura interminable y trágico como el fuego de la ruptura que estábamos consumando…”

…..

“Y a pesar de mi inmenso cansancio esperaba que no amaneciera en Tokio ese día, que no amaneciera nunca más y que el tiempo se detuviera en ese momento, en aquel restaurante de Shinjuku donde nos sentíamos tan bien, cálidamente envueltos en la ilusoria protección de la noche, porque sabía que la llegada del día traería consigo la prueba de que el tiempo pasaba, irremediable y destructor, y que había pasado sobre nuestro amor. Pronto iba a amanecer, y, cuando me disponía a salir a la calle, me di cuenta de que estaba nevando: imperceptibles copos de nieve pasaban lateralmente ante el cristal y desaparecían en la noche, arrastrados por el viento. (…) Yo miraba la nieve caer silenciosa en la calle, posarse ligera e impalpable sobre los neones y los farolillos de papel, sobre el techo de los automóviles y los aislantes de cristal que sujetaban los cables de los postes telegráficos. Y aquella nieve me pareció una imagen del paso del tiempo -al atravesar la claridad de una farola, los copos giraban enloquecidos un instante en la luz, como una nube de azúcar glasé disipada por un soplo invisible y divino-, y en la inmensa impotencia que sentía por no poder evitar que el tiempo siguiera su curso, tuve el presentimiento de que con el final de la noche terminaría también nuestro amor.”

(Jean-Philippe Toussaint, Hacer el amor, páginas 16, 21-22, 46-47)